Entrevista con Alfredo Sadulé, ayudante personal de Fulgencio Batista


Nacido en el Cerro, La Habana, el 18 de abril de 1932, Alfredo Sadulé es hijo de un soldado que llegó a ocupar el puesto de chofer personal de Fulgencio Batista en 1934, y luego pasó a ser el jefe de la guardia del dictador a partir de 1952. 

Pasó casi toda su niñez cerca del campamento militar de Columbia en Marianao. Fue educado en el sistema público de la época, y de joven asistió a la Escuela de Cadetes. Luego trabajó en la Cámara Municipal de Marianao, hasta ingresar en la universidad católica de Santo Tomás de Villanueva, la primera de carácter privado en la Habana. 

Comenzó a trabajar en la biblioteca de Kuquine, la casa de campo de Batista. Ingresó al ejército el 31 de diciembre de 1957, y el 4 de enero de 1958 fue ascendido al cargo de ayudante personal de la familia Batista, puesto que ocupó hasta el 31 de diciembre de 1958. Fue una de las pocas personas que acompañó a la familia en su salida de Cuba, cuando fueron presionados por la caída de Santa Clara, y el inminente triunfo del movimiento revolucionario.

Salude
ENTREVISTA 

(Miami: Autores Abel Sierra Madero y Lillian Guerra./ Cuban Studies, Volume 44, 2016)


Lillian Guerra:

¿Por qué usted piensa que Fulgencio Batista optó por el camino del golpe de estado el 10 de marzo de 1952?

Alfredo J. Sadulé:

"… Batista fue un mal necesario. El 10 de marzo no es de Batista, él fue uno de los que se montó en el tren. El 10 de marzo se iba a dar con Batista o sin Batista. Batista reconoció que él era la figura, a tal punto que la fecha no la escogió él, la escogieron ellos, los políticos culpables por la corrupción de la República. Yo no pienso, yo te digo lo que… porque a los soldados no nos enseñan a pensar, nos enseñan a hacer. El 10 de marzo fue una herencia... 

Todo el mundo no sabe lo que pasó el 10 de marzo, todo el mundo ve una película y la cuenta muy mal. Un señor con dieciséis amigos y en mangas de camisa llega al Estado Mayor y entra, y le dice a las personas que están allí —que como supondrás, había mucha gente—:

 “Yo soy Batista”,—pero gente joven, gente de treinta años, no militares viejos, habría cuatro o cinco personas mayores de treinta años— “ayúdenme a resolver el problema de Cuba.” Aplausos, seis llamadas telefónicas a los mandos, unos dijeron que sí y otros que no, los que se quedaron, se quedaron, y los que se fueron, se fueron y no les pasó nada. 

Al día siguiente no quebró ningún banco, no cerraron ninguna fábrica, el país siguió funcionando, hasta la universidad, los colegios, la primaria, eso es. Y el país siguió eficientemente trabajando, funcionando, y creciendo, a pesar de la guerra que le hicieron a Batista la oposición —las clases vivas de Cuba—que no toleraron el golpe de estado.

El doctor Carlos Prío Socarrás, que fue el llamado presidente cordial [luego de su elección en 1948] en el 50 fue uno de los presidentes más creativos que hubo en Cuba y en el mundo de las leyes sociales en cuanto a los derechos a la mujer, en cuanto a los derechos al niño, a las empresas . . . no sé cuántas organizaciones, la banca nacional, y sin embargo él no pudo arreglar el tema de la prostitución, perdón, de la corrupción, el problema de la corrupción y el problema de las pandillas. 

El presidente Grau creó los grupos del mismo Partido Auténtico y creó pandillas, y se mataban, y él coleccionaba las pistolas, por eso Fidel Castro no le hizo nada, no lo sacó de su casa, porque él tenía una pistola que Fidel había usado en algunos de esos atentados. Entonces ese presidente [Prío Socarrás], que fue capaz de crear un hecho tan lindo como fue una legislación social de las mejores del mundo, no solamente de Cuba, no fue capaz de acabar con la corrupción ni acabar con el gansterismo... 

El 7 de marzo de 1952, ese día en la televisión, en [un programa de noticia que se llamaba "Ante la Prensa", Caseros, que había sido alcalde de Santiago de Cuba, una figura limpia del autenticismo, dijo: “Cualquier día Batista se cuela por la Posta 6”, y se coló esa misma madrugada; o sea, que era un secreto a voces... Y después vino el 10 de marzo y entonces me profesionalicé. 

Yo había trabajado con Batista, empecé a trabajar con Batista en el año 49 en la oficina, en Kuquine, y trabajé en Kuquine en la biblioteca y el primer día que él me vio, no sé por qué, me dijo: “Oye, yo no tengo que ver con la muerte —fíjate tú—, con la muerte de Guiteras, él murió en un enfrentamiento con las fuerzas armadas”, y yo era un chamaco no tenía... Pero yo aprendí mucho allí con él y él conmigo, los dos aprendimos. 

LG: ¿Y qué es lo que hacía en la biblioteca usted?

AJS: Era bibliotecario, segundo bibliotecario, y la correspondencia, había mucha correspondencia de tipo político, eventos y cosas, qué sé yo, y desde luego Batista empezó a organizar eventos y a recibir gente. Y allí aprendí yo a tratar gente y sobre todo a periodistas, allí llegaban todos. 

LG: ¿Es verdad que el escritor y biógrafo de José Martí, Jorge Mañach, le sirvió de asesor a Batista, o sea, de profesor? 

AJS: Mañach. El 10 de marzo Batista lo invitó como ministro de educación y no quiso, pero en el período anterior, en la primera presidencia de Batista, desde 1940–44, fue ministro de nosotros  y enseñaba a Batista de todo... pero con todos los ministros en su especialidad, Batista se pasaba horas con ellos siendo coronel, y ellos dictándole cátedra de qué debe hacer y qué no debe hacer. 

Y bueno, yo creo que también alguien lo enseñó a comer y lo enseñó a vestir. Él era muy estricto en el vestuario. Y después en el exilio este de Europa pues se dedicó a aprenderse todos los... hasta... ¿cómo se llama?, hasta francés aprendió y a estudiarse los museos. Era un hombre que dedicaba muchas horas al estudio. Y toda la biblioteca, toda la biblioteca, todos los libros que estaban allí, él les escribía algo al lado. Escribía notas al lado del libro. 

LG: Quiero que me hable luego de los periodistas que visitaron Kuquine y que fueron a ver a Batista después del 52, su relación con la prensa, porque ese es uno de los temas que más me interesa. 

AJS: Y venían todos, también los de la Constitución, o los de la Biblia, los de Bohemia . . . 

LG: ¿Miguel Ángel Quevedo, editor y dueño de Bohemia y Carteles? 

AJS: Bueno, Miguel Ángel no iba, pero venían los cancerberos de él. Y en la campaña del 50, del 54, perdón, se les daba dinero a todos, inclusive, a la revista. 

LG: Cuénteme de la relación de Batista con la prensa ya después del 52; o sea, Martha Rojas, ciertos periodistas. 

AJS: Todas esas muchachas iban a Kuquine, y Marta Rojas, y la revista y... Enrique de la Osa, toda esa gente tenían una asignación. Eso fue después que Martha Rojas se hace famosa cubriendo los eventos del asalto a Moncada para Bohemia. Lo del Moncada fue en el 53, esto fue en el 54. 

Ella cogía dinero, ella y todos, cinco, diez, quince, veinte, las tarifas estaban así... Fidel publicó los nombres de todos los periodistas que cogían dinero... todos los periodistas de Cuba cogían dinero; de nosotros también. Y yo hacía los sobres, me daban la lista y yo hacía los sobres. 

Abel Sierra Madero (ASM): ¿Qué cantidad le podía tocar a un periodista, por ejemplo? 

AJS: Desde quinientos a cinco mil; allí iba . . . 

LG: ¿Y cómo se le pagaba? 

AJS: En persona, no? Eso lo hacía el presidente con Silito, con el General [Francisco] Tabernilla [Palmero], Silito, él que fue su secretario. Hubo un periodista que me tiró el dinero, esos eran cuatro mil pesos. Era un periódico que se llamaba "La Campana", hizo así y me lo tiró a la cara y me dijo: 

“Dígale al presidente que esto no me alcanza para ir a España”, como yo tenía sentido del humor, dígole: “Bueno, pero nosotros no lo estamos ayudando para que usted vaya a España, nosotros le estamos dando una ayuda para que usted nos ayude en la política, España no está en el programa, que yo sepa, ¿o usted habló con el presidente y él le dijo que le iba a pagar el viaje?”. 

Porque yo era un niño preparado para saber cuando esa... porque era jovencito, o sea, a mí nadie me enseñó a hacer eso, pero yo tenía que defenderme sin pelearme con el periodista. Y al presidente no le gustaban los chismes, siempre decía: “¿Alguna novedad?”, “No, ninguna”, ni tampoco le decía muchas cosas. 

LG: ¿Había periodistas que recibían mensualmente? 

AJS: Sí, ahora de los nombres no me acuerdo. 

LG: Bueno, déjeme preguntarle por Prensa Libre, porque supuestamente ese fue el único periódico que no recibía dinero, uno de los pocos periódicos que no recibía dinero. Sergio Carbó. 

AJS: Bueno, tal vez Sergio no, pero Luis Ortega . . . sí. 

LG: Usted comienza a trabajar como ayudante al Presidente el 4 de enero de 1948 pero antes de eso tuvo muchas tareas en Kuquine, aparte de recibir las visitas del Presidente. 

AJS: ... En el 10 de marzo la Primera Dama [Marta Fernández Miranda de Batista] me pidió y entré como taquígrafo-mecanógrafo documentado, y entonces ahí la Primera Dama me pidió y empecé a trabajar con ella, y viajé, todas las inundaciones que hubo en la Ciénaga de Zapata, todas las epidemias que hubo en Santiago de Cuba, con el antecedente de que ella no montaba avión, había que ir por tierra o por tren. Pero cuando íbamos por tierra, claro, siempre pasaba algo, se rompían llantas, se rompían carros; y después íbamos en tren. 

Y fue una bonita experiencia porque ella iba con sus hermanas y otras. Y entonces fuimos a la Ciénaga de Zapata y la gente, y yo les preguntaba: “¿Sabes quién es?, Sí, la Dama de Palacio”, no decían la Primera Dama. Ella era una gran dama, o sea, una gran madre, se preocupaba mucho por los muchachos y por el marido también, o sea, que no era una mujer de sociedad de esas de, a todo se acostumbra todo el mundo, y aceptaba las lisonjas, pero no era de salir en la prensa, salíamos de casualidad...

Pero sí, el presidente sí se preocupaba, cuando yo viajara con ella de que no dejara que nadie se retratara con ella, no por problemas de celos sino por problemas de que él quería desmilitarizar el gobierno, o sea, si el coronel de la provincia se retrataba con ella ya no era la Primera Dama, era el coronel que había invitado a la Primera Dama, entonces él me decía: “No, no, ni el coronel, ni el senador, ni el gobernador”.

LG: ¿Tenía que salir ella sola? 

AJS: Ella solita. 

LG: Y ella cuando se rozaba con el campesinado ¿cómo era? 

AJS: No, llevaba a una persona que hablaba, ella no sabía hablar en público, la doctora Nena Méndez, que era la esposa también de otro septembrista pero una señora educada, universitaria. El team de secretarias que tenían eran muy eficientes, pero no eran políticas, no sabían hablar... El jefe de la oficina de ella, que era un coronel de la policía, que era un hombre muy capaz, muy culto. Y siempre se le quitaba la cosa pública, la cosa militar, Batista no quería que saliera rodeada. 

Tenemos problemas los de seguridad, porque había problemas a veces con ella, que no.., en lugares que podían ser peligrosos pues ella no, y él no quería que hubiera gente de uniforme cerca, entonces teníamos la... el servicio secreto de Palacio pues tenía mucha gente de civil que iba donde ella iba... iba antes, un par de horas antes, y se tomaba el lugar y entonces la gente; claro, siempre se notaba cuando había, ella siempre se reforzaba en algún hombre de los que conocía, pero no siempre era fácil. 

Yo trabajo en la oficina de Martha, ya había estado con Batista en la campaña política del 1954. Entonces Martha quería hacer regalos a la gente que le escribe, para ir a Oriente, a El Cobre no sé qué, y me dice: “Ay, Sadulé, usted que conoce tanta gente no me podrá conseguir unos boletos del tren para dárselos a las amistades que nos piden aquí, a las personas”.

“Ay, señora, el que dirige los ferrocarriles es batistiano, y además de amigo de su marido, amigo mío, Parra se llama, Sergio Parra, decentísimo y honestísimo.” “Ay, pues consígame”, “¿Cuántos necesita?”, “No, doce, catorce, veinticinco, no sé.” 

Yo le conseguí, yo le pedí cincuenta y me dio cien pases para ir a Santiago de Cuba, que seguramente los habrá malgastado, porque ella no sabía el valor que tenía eso, porque me dio hasta diez que eran literas. A mí todo el mundo me decía Sadulé, nadie me decía el grado, porque estuve mucho tiempo con la Primera Dama también, con los juguetes y la... y yo era el poder detrás del trono, porque ella confiaba mucho en mí. 

Había un presupuesto para comprar juguetes y había un presupuesto para comprar no sé qué, y entonces a ella se le quedaban doscientos compromisos, y era usual, todos los proveedores que tenía el gobierno te daban comidas, mordidas, como tú quieras llamarle, y me hacían así, me ponían aquí un paquete de veinte mil dólares con veinte y pocos años, porque yo fui ayudante a los veintiséis.

Entonces le decía al individuo, al judío que me daba: “Yo necesito unas muñecas y unas bicicletas”, “Toma”, “Lléname cuatro camiones de estas muñecas”, entonces yo las escondía detrás de Kuquine, y entonces Martha me decía: “Ay, Sadulé, se me quedó la Asociación, la ANDA, la Asociación de los Artistas, me están pidiendo que los ayude y yo quiero mandarles unas bicicletas”, “¿Cuánto usted quiere?,” “Ay, pero”, “Dígame”, y les mandaba camiones y Batista se ocupó de los artistas con cojones".

LG: ¿Y cómo era Batista cuando recibía gente? 

AJS: . . . Había que ver a Batista con la calma con que se bañaba y se vestía, porque era muy rococó, le gustaba peinarse. Se regodeaba a tal punto que se quitaba un pantalón porque no tenía la raya, el tipo era... A mí me molesta en un hombre eso, pero bueno, él lo hacía, y a mí me parece que era una de las pequeñas concesiones que puede tener un hombre público ¿no?; porque no tenía buenos gustos para beber; él fumaba cualquier cosa, bebía cualquier cosa. 

Fumador de tabacos Partagás de esos que eran una mierda y comía normalito, o sea, no mandaba a hacer cosas raras; un mayordomo le puso un cocinero francés y no duró seis meses. Y un día le dice al hijo... estamos comiendo en el salón principal y le dice al sirviente, él lo llamaba por su nombre: “Fulano, ¿me podrías conseguir un poco de cascos de guayaba?” 

Los criados se miran y la jefa de mayordomía esas cosas las tenía bajo llave en el despacho de ella y yo me la llevé en la volada, y pedí permiso, me levanté, cosa que no se puede hacer o no se debe hacer si el Presidente está sentado. Bajé al cuartel, cogí un guardia, fui al despacho de la señora y digo: “Dale un culatazo a ese candado.” Me llevé la lata, se la di y regresé y entonces le trajeron el casco de guayaba con queso crema, imagínate tú qué mierda de postre para un tipo que podía pedir lo que quisiera. Era muy simple, muy simple.

ASM (Abel Sierra Madero): No lo dejaron entrar al Miramar Yacht Club por ser mulato. 

AJS: No. Había un club en Cuba... era lo que se llamaba el Big Five, habían cinco clubs que se unían bajo ese nombre. El Big Five, Vedado Tennis, Miramar, el Country Club, el Biltmore, y este, el Yacht Club, y de esos cinco clubs el más caro y el más difícil era ese, el Yacht Club, muy exigente. Entonces hubo un senador de la República que también era medio oscuro y no lo dejaron, Alfredo Hornedo, tocayo mío. 

Entonces ese tenía todo el dinero del mundo e hizo otro club, un club que se llamaba El Deportivo, hizo uno en La Víbora que se llamaba Club Deportivo. [A Hornedo le habían negado ser socio del Yacht Club al igual que a Batista.] Hornedo hizo dos clubs, uno en Palatino y otro en la Playa, al que pertenecían casi todos los chinos y casi todos los judíos de Cuba entraban allí, pero era muy barato.

Y los banqueros se habían afiliado en un balneario que había que se llamaba La Concha, se pagaba un dólar para entrar y en los altos pues entonces le alquilaron a los bancarios. Se llamaba Club Bancario de Cuba y también iba mucha gente. Pero en toda la playa de La Habana no había realmente ninguna playa —con excepción de la que se hizo en Tarará y la hizo Batista— para los negros. (1)

O sea, hizo un club, Juan Gualberto Gómez, que precisamente era para los negros. Batista no iba mucho allí. A él le gustaba más pescar que coger sol. Anjá, ese se lo dio a la asociación de personas de color, porque había muchas asociaciones, como los Jóvenes del Vals, todas eran personas de la raza negra, doctores en filosofía, gente culta de cuello y corbata, allí no había albañiles ni policías.

ASM: Vamos a hablar un poco de la vida nocturna de La Habana, de las prostitutas . . .  

AJS: Te voy a contar algo que no sabes tú, estos cuentos de La Habana se las trae. Un día, cuando la Guerra de Corea, la embajada americana manda una petición al Ministerio de Estado diciendo que viene un portaaviones con cuatro destroyers, pero que todos eran de Yale, eran estudiantes de derecho, que a ver si recogían las putas de la calle para que no se fueran a enfermar. Y ellos le dan a Batista esa tarea, al Ministerio del Estado. 

Y entonces Batista consulta con el viejo este, con el jefe de la policía, y le dice: “Necesito cinco mil hombres para eso”, y le dice Batista: “¿De dónde coño vamos a sacar cinco mil hombres? Como si eso fuera... Sí, alistar los cincos mil estos nos costó un trabajo del carajo.” Eran los famosos casquitos. Entonces, bueno, da la orden a Palacio para que lo hiciéramos nosotros. A mí y al teniente Hidalgo, del Buró, nos tocó recoger putas y maricones, imagínate tú, no acabábamos más nunca. 

ASM: ¿Y recogerlas para llevarlas adónde? 

AJS: Prenderlas, para la cárcel. Los estudiantes iban a estar tres días, entonces imagínate tú, todas, las quince estaciones de policía o diecisiete, diecisiete eran, llenarlas de putas. Y entonces el señor Sadulé, que era el pájaro lindo, tún tún, va para el Malecón, y me digo: “Esto hay que arreglarlo a la cubana”.

Me busco dos putas líderes y les digo: “Miren, si ustedes hacen lo que yo digo, yo las suelto”. Teníamos dos guaguas llenas de putas, dos guaguas de esas de Guanabacoa que eran largas con cojones. Y así les digo: “Díganme quiénes son las líderes de ustedes que yo les voy a hacer una propuesta.”  “No hay problemas”, dicen: “¿Qué hay que hacer?"

Porque los guardias se las van a singar, los guardias las van a hacer trabajar, “Tráeme el sándwich, tráeme esto, límpiale el fondillo”, digo. “Se van esta misma noche”... Yo las embarco para Casablanca, para Regla, para Cojímar, para . . . en el mar, había lanchitas para todos esos lugares, Casablanca, El Morro, Guanabacoa y Regla, se miran ellas: 

“¿Y no hay que singar con nadie gratis?” [Les respondo:] “No, lo único que tienen que hacer es que mañana por la noche no vienen para acá, ¿estamos de acuerdo?, no pueden venir porque las tengo que ahogar entonces, no puede haber una de ustedes en la calle, ni blanca, ni rubia, ni nadie. Se fueron todas". Los jefes de las estaciones de allá protestando, metí doscientas putas, doscientas y casi trescientas putas, para esos pueblitos que tienen sesenta policías; limpié La Habana de putas... Fue un éxito. Los dos días se los pasaron allá. 

ASM: ¿Y algunos guardias recibían comisiones, pasaban el cepillo por los prostíbulos?

AJS: Sí, sí, eso fue desagradable. No pasaban comisión, cada guardia tenían que darle un peso al capitán por cada puta de su demarcación. Yo tuve un vigilante . . . . 

ASM: ¿Y eso lo sabía Batista? 

AJS: Sí. Todas las estaciones de policía que había en Cuba se hicieron con el juego y la prostitución, desde el treinta y pico. 

ASM: ¿Y eso usted no cree que erosionó un poco la imagen del gobierno? 

AJS: Siempre fue así, siempre fue. No quiere decir que estaba bien. El policía ganaba muy poco dinero, en Cuba se le pegaba muy mal a las fuerzas armadas, y el policía, porque no es como el soldado que se le daba la ropa, la comida...

ASM: Venga acá, ¿cuándo fue que usted conoció a Fidel Castro? 

AJS: Bueno, él fue a Kuquine varias veces y le hacía así al presidente en la barriga: “Hágame no sé qué y yo le resuelvo esto”, pero muy chusma, muy chambón. La palabra que yo tengo con Fidel es que él era chambón... Lo llevaba Rafael Díaz-Balart, el cuñado de Fidel en ese entonces; Díaz-Balart lo llevó siempre. (2)

ASM: ¿Y entonces cuántas veces usted vio a Fidel Castro personalmente? 

AJS: No menos de tres, no más de tres. 

ASM: No más de tres . . . en Kuquine, ¿siempre en Kuquine? 

LG: ¿Y siempre en compañía de Rafael Díaz-Balart?.

AJS: Siempre con alguien, no siempre iba con Rafael, porque a veces iba con el viejo también, con el suegro. Fidel era un tipo todo chambón, sucio, sin bañar, sin afeitar, muy, y no era la conducta de lo que él quería ser. 

Yo conocí a toda la directiva de las alas juveniles de los partidos principales, a Max Lesnik de la Juventud Ortodoxa, Armando Gali Menéndez, el amigo de Fidel desde la Universidad y miembro de la pandilla estudiantil Unión Insurreccional Revolucionaria... Toda la gente de la FEU [Federación Estudiantil Universitaria], toda esa gente... [el presidente de la FEU en 1952] Álvaro Barba, Rolando Cubela el doctor que quiso hacerle un atentado a Fidel, que estaba en España.(4)

O sea, todos los del Partido Ortodoxo, Partido Auténtico, todos tenían más personalidad que Fidel, mejor conducta, mejor . . . presencia. Ahora, yo me pregunto, yo vuelvo y te digo, yo que conozco a Castro y a todos los hombres en los que Castro. Eran uno, dos, tres, cuatro cinco, eran Gali Menéndez, Max Lesnik que era el más pobrecito, pero ahí anda y cuando regresa de La Habana no va a su casa, él se baja del avión y va al FBI y ahí canta ópera. 

Max Lesnik, que fue novio de la hija de Batista, era de la Ortodoxia y judío... Tuvo aquí la revista Réplica, la hija se casó con César, el hijo de César Chávez, líder agrícola que le pedía a los mexicanos que no hablaran español; por eso te digo que esto es un ajedrez, ese tipo.... 

ASM: Usted me narró una anécdota, que usted fue una vez a casa de Mirta Díaz Balart, la esposa de Fidel Castro. 

AJS: Sí, Fidel vivía por el Parque de Trillo. Bueno, nada, yo fui acompañando a un amigo mutuo que era de la Juventud del partido de Batista, el PAU, Partido de Acción Unida, Jorge Clark, que era muy amigo, camagüeyano, todavía vive, un hombre que vive en Los Ángeles, que por cierto, si quieren, ese es uno de los hombres que más sabe de Fidel porque trabajó con él en la política. 

Y fuimos a saludar a Mirta Díaz-Balart, la hermana de Rafael, y le dijo: “Ay, por favor, Jorge, tráeme un litro de leche, porque Fidel se ha tomado la leche del niño y no tiene qué comer, y míralo cómo está, que no quiere ir a buscar la leche.” Castro estaba en calzoncillos y camiseta acostado en un sofá leyendo un libro y se había tomado el litro de leche del niño, de Fidelito, y no había leche en la casa, le dijo. Y entonces fui yo a buscar el litro de leche.

El Fidel que yo conocí era un Fidel tan chambón, tan poca cosa. Para mí esto es o una obra del diablo o este cabrón aprendió a diablo y lo hizo muy bien. Fidel no debió existir, Fidel no debió existir, ni el Moncada, ni mucho menos el desembarco. 

LG: Cuénteme de eso. Hay dos decisiones tomadas por Batista que uno se pregunta por qué; una es por qué no mataron a Fidel en lo de Moncada. 

AJS: A mí me sorprendió lo del Moncada porque yo estaba ajeno . . . acuérdate que yo no estaba en Palacio, yo estaba en Kuquine... Pero tampoco Batista se quería comprometer mucho, eso yo oí cuando él dijo que Silito le planteó el tema de que había que caerle atrás a esa gente, él le dijo:

“Tú no conoces la Sierra, yo no soy de aquí, yo soy de Oriente, y en la Sierra no hay quien aguante una semana sin recursos, y Fidel es un bon vivant, Fidel es un bon vivant y Fidel no aguanta una semana allá adentro”. Y entonces yo no sé qué le pasó a Batista, si de veras no quería que le echaran el muerto otra vez del hombre que mató a Guiteras, el hombre que mató a Fidel, él no quería matar a Fidel, él quería que Fidel se esfumara, que la Sierra se lo tragara.

Yo nunca estuve en la sierra. Pero en el año 1958 yo era ayudante del presidente yo tenía una oficina mía personal, de contabilidad en el periódico Avance, en las oficinas del periódico Avance, y enfrente había una galería de antigüedades, cuyo dueño era hermano, se llamaba Ernesto Rodríguez, era hermano de René Rodríguez, el que estaba en la Sierra.

Entonces yo, como estaba con Batista y con la Primera Dama pues le conseguí a las hijas de René, que estaba en la Sierra, eran unas niñas, y yo les conseguía muñecas, medicinas, y a la esposa de mi amigo le reconocía su trabajo, su puesto, para que no la botaran, y al papá, que era inspector de carnets de extranjeros de Gobernación, para que no lo botaran, los tres estaban como recomendados míos... 

Eso fue a mediados del 58. Después en diciembre, cuando la cosa se puso caliente, tuve una bronca con el embajador Gardner Smith, que vino a Palacio y entonces yo lo recibí por la puerta lateral, no lo recibí por la puerta haciéndole guardia ni nada, que es como se recibe a los embajadores, entonces el embajador me dijo lo que no está escrito: 

“You know who I am? I am the ambassador of the Unites States of America, and you received me like a mistress. Usted me está recibiendo como una querida”, y el vigilante que estaba en la puerta se había educado en Estados Unidos, en Chicago, y hablaba el inglés maravilloso, me decía: “Take it easy, captain, take it easy”, y lo subí al segundo piso. 

Ese día el embajador le dijo a Batista que se tenía que ir... Entonces Batista, cuando él le dijo eso. Smith le llevó un radiograma descifrado, que es como esas cosas se manejan, y decía “descifrado” con papelitos arriba, y entonces le dijo a Batista: 

“Usted tiene que irse y formar un gobierno de coalición, tiene que irse para su casa”, y entonces Batista se levanta —me cuenta allá en Santo Domingo—, y este se cree que Batista le va a pegar, y entonces le agarra el brazo, pero Batista lo que hace es que busca el papel ese y se lo mete en el bolsillo, porque está por escrito, diciéndole, un gobierno a otro diciéndole: “Usted se tiene que ir para su casa” . . . . 

Batista le dice: “Yo no me voy, si ese es el objetivo de su entrevista doy por terminada la misma, porque este país, mi país, no admite injerencias de nadie”... El americano se cree que Batista le va a pegar porque se levantó y le da la vuelta al escritorio, pero Batista se queda con el papel, Batista se queda con él, y el americano aguanta, baja la mano, el americano era siete veces más grande que Batista, más alto, y fíjate si Batista estaba furioso, que el que lleva al americano hasta la salida es un bedel, o sea un conserje que se llamaba Rafaelito. 

Y yo digo que es a finales de diciembre, porque recuerdo que Batista después me cuenta que él había llamado a este hombre otra vez, al embajador Smith, pero por el conducto reglamentario, o sea, Andrés Domingo, que era el ministro de la Presidencia, al ministro de Estado, que es Güell. Entonces Güell llama al embajador, y entonces el embajador le contesta: “[Tell him] it’s too late. I don’t give a dime for his life.” 

ASM: ¿Al calor de hoy, usted  —desde dentro es más difícil que ver desde fuera—, usted se veía viviendo en una dictadura? 

AJS: No, porque mi trabajo era ir a sacar a los presos. Allí hablaba el Vaticano, allí hablaba la Cruz Roja, y entonces me mandaban a mí, a mí o al otro ayudante. Yo tuve enfrentamientos con más que un, hasta con el propio Piedra, que era como hermano mío, porque yo fui a sacar a José Llanuza Gobel, (4) que fue el primero que cayó en desgracia. 

Llanuza fabricaba bombas, enseñaba a los niños de catorce años de la Acción Católica que jugaban al baloncesto, en lugar de enseñarles a jugar baloncesto les enseñaba a hacer una bomba y echarla en un cine; y en un cine de esos como el Rody, por ejemplo, una de esas bombas le arrancó las piernas a la hija del embajador de Francia. Llanuza, y después el papá, se me arrodilló y me lloró en los pantalones, porque era maestro mío, y me pidió que se lo dijera a Batista, y se lo dije a Batista. 

ASM: Entonces, ¿usted no veía a Batista como un dictador? 

AJS: No, no lo veía. Primero, que Batista no se ocupaba de la represión. Cuando Fidel desembarca se esconden en la finca de Bush, de Bill Bush, cuando quedan doce se quedan en la finca de Crescencio Pérez; entonces la aviación pide permiso para bombardear. 

¿Usted ha visto en alguna guerra que alguien pida permiso a Palacio para bombardear?. Yo le pregunto a usted, como periodista; es como si Quevedo lo manda a usted a hacer un reportaje y usted le pregunta a Quevedo si lleva lápiz o papel, o computadora, no sé, me parecía. Y Batista, en sus momentos era así. 

Las fuentes de información nuestras eran el ejército, el SIM, no era la policía, era el SIM con fuentes de informes confidenciales; el mejor era el de la CTC, porque la CTC era pueblo por pueblo, sindicato por sindicato... en general la información política en toda la Isla la tenía la CTC y no nosotros. Batista no tenía compromisos con ningún político para hacer el gobierno que hizo, no tenía ningún compromiso para crear la inmoralidad esa de que los policías y los soldados tenían que sacar dinero, yo no concebía eso. Por ejemplo, recuerdo cuando Batista se entera de la muerte de Pelayo Cuervo(5). 

Batista tenía un número telefónico que yo le conocí en Kuquine, que yo creía que era de mujeres, singantes que lo llamaban para tener citas de amor y eso, o solamente para decirle cosas, porque él se escapaba poco. Y después yo me di cuenta que él tenía informantes directos, informantes directos, y un informante directo que él tenía era un chofer de alquiler que usaba Pelayo Cuervo Navarro, a quien yo conocía, pero lo conocía como batistiano, no como chofer. 6 

ASM: ¿Y quién mató a Pelayo Cuervo?

AJS: El sargento ese que lo mató, que eran enemigos desde el 1933. Todos los políticos de Cuba tenían una casa de seguridad en la que se escondían cuando pasaba algo; la mamá de la Primera Dama, el papá de no sé quién, la casa de Anselmo Alliegro. Las casas de la gente del gobierno escondía a personalidades, Pardo Llada, Miguel Ángel Quevedo, toda esa gente se escondía en casas de gente del gobierno, que se llamaban casas de seguridad porque nadie iba a buscar a nadie allí a casa de la mamá de la Primera Dama. 

Entonces a Pelayo lo van a buscar para sacarlo de circulación y que no lo fueran a matar la gente de Fidel y echarnos la culpa a nosotros. Al sargento que le toca eso era, no eran personas que se llevaran bien, se llevaban mal, porque este sargento había sido abogado en el 1933 y perdió la carrera, no estudió, y cayó en la policía como cae todo el que no tiene posibilidades de terminar la carrera de abogado. 

Pelayo era un hombre muy jodido, muy duro. Cuando se terminaba las reuniones decía: “Hay que matar al perro, hay que matar al negro, porque muerto el negro, se acabó la rabia, hay que matar al negro”, siempre, en todas las reuniones, desde que se estaban chequeando por la policía, y ese reporte nos lo mandaba la policía, o sea, el SIM, el Buró, todas las conversaciones donde él estaba, terminaban: “Hay que matar al negro, que muerto el perro, se acabó la rabia”, pero le decía negro a Batista, él le tenía un odio africano a Batista. 

ASM: ¿ Batista no lo mandó a matar entonces? 

AJS: ¿Por qué?, Batista no necesitaba matar a nadie, ni la reina de Inglaterra mandó a matar a Diana, para eso era un departamento que existía en Londres para matar gente...

ASM: Después Bohemia sacó los cuentos de los torturadores. 

AJS: Yo me reía mucho, y me río, porque... Mira, yo puedo decir, mi secretaria en Cuba va a decir que yo torturaba, pero yo nunca hice eso. Las veces que fui a los cuerpos de represión el tipo ya estaba golpeado... de aquí a los tobillos tenía el color de su camisa de la leña que le habían dado, leña, pero ni le apretaron huevos, ni le cortaron ningún... le dieron leña. 

ASM: Yo estuve leyendo mucha prensa, y Bohemia publicaba mucha... empezaba a publicar las fotos de los muchachos tirados en las cunetas. 

AJS [en tono sarcástico]: ¿Y ponían bombas esos muchachos? 

ASM: Me magino . . .Yo estoy mirando la Historia desde una lejanía generacional e histórica también. 

AJS: Bueno, y me tocó a mí verla. Este hombre, Pilar García, era jefe de la policía, y como era un señor mayor —no tengo nada contra los señores mayores—, pero como era un señor mayor, y era de la vieja escuela, de golpes, y matar, y qué sé yo; en el régimen no estaban de acuerdo con eso.  Ninguno de los jefes de represión hablaba con Batista, ninguno, al único que se le permitía que fuera a Palacio, a Kuquine, donde estuviera Batista, era al coronel Piedra, por la amistad que había con la familia de sus suegros, pero Batista no le daba instrucciones a nadie. 

ASM: Sí, pero era como un saber compartido, cada cual sabía lo que tenía que hacer, ¿no? 

AJS: Escúchame. Todos esos jefes que estaban en la represión, Carratalá, el propio Salas en su época. Carratalá era tremendo policía, yo pensé que lo iban a hacer jefe de la policía, y se quedó en el mamarracho este de, amigo del general Fernández, que era. 

ASM: Pero [Esteban] Ventura también. 

AJS: Nunca veían a Batista. Cuando era el 10 de marzo, el 4 de septiembre, Batista iba a todos los mandos y les daba la mano, esa era la única interacción. Y con Piedra eran reuniones de tipo familiar. 

ASM: ¿Pero no había comunicación entre la presidencia y la policía?

 AJS: No, ninguna, ninguna. 

ASM: ¿Pero no era por problema de imagen, de cuidar la imagen, del hombre en traje, impecable, para que no fuera asociado con la represión y el trabajo sucio que hacían los de abajo? 

AJS: Los que le tocaba hacer el trabajo sucio, porque a mí me hubiera disgustado mucho, me hubiera costado mucho trabajo hacer el trabajo sucio. Después que he crecido y me he puesto mayor, he buscado fuentes, porque también yo tengo mis dudas, mis inquietudes. Como ayudante militar, o sea, lo único que yo hacía era cumplir órdenes, pero las órdenes que me daban eran: “Vaya y saque a Fulano”, “Vaya y lleve a Fulano a un hospital”, “Coja a este señor y exílielo”, ese era mi trabajo. 

Además, yo tuve problemas con la gente de represión, porque uno de los jefes de represión, del SIM, Irenaldo García Báez, un día bajando el ascensor le dice a un civil, que era un español que estaba trabajando en el ascensor, le dice: 

“Mire, yo me juego la vida en la calle y aquí el capitán tomando jugo de toronja entre el aire acondicionado, pues lo que hace es que a la gente con la que yo me juego la vida para arrestarla, él la saca para la calle y los mete en una embajada o se le van para el Escambray” y le digo: 

“Bueno, coronel, con todo respeto, permítame mi coronel —siempre respetando el grado—, a usted le pagan por hacer ese trabajo, a mí también, por hacer lo contrario”; y me pasaba con casi todos los jefes de represión. 

ASM: Entonces llega la noche del 31 diciembre. ¿Cómo se entera que se van? 

AJS: Cuando Batista nos dijo, “Nos tenemos que ir”, nos vamos. Nosotros estábamos en Kuquine [junto a Batista] y nos agarró las doce de la noche en el camino, llegando a la sede militar de Columbia...

En Kuquine lo que se hizo fue que se hicieron las listas, que yo me la olí, porque vinieron gente de la oficina de Silito [el General Tabernilla], las tropas de Silito [el secretario de Batista] que son los que hacían los papeles, vinieron, pero todo el mundo con cara mustia y todos, o sea. 

ASM: ¿Usted se dio cuenta de que algo? 

AJS: Algo; no, y el otro ayudante todavía más, porque el otro ayudante, la mujer era muy amiga de la mujer de Silito, y sabía que la mujer de Silito venía de Miami todas las semanas, todos los días, a traer dinero. Pero Batista se la jugó a ver si conseguía controlar a los americanos y no tener que irse, porque él le había propuesto a los americanos quedarse de Jefe de Estado Mayor Conjunto, y entregarle a Rivero Agüero, pero los americanos no se lo aceptaron ...

Batista no me dijo nada [de que nos íbamos del país] hasta que estuvimos en Columbia, que yo me quedo frío. Y entonces lo que yo nunca entendí, y a pesar de que estoy buscando la respuesta, ¿por qué nos abandonaron los americanos?, ¿qué le incumplió Batista a los americanos?, es lo que nunca supe. Pero Batista nunca fue pro americano, nunca.

NOTAS.

1-) Como bien Alfredo Sadulé señala en este comentario, Batista entendió su golpe de estado del 10 de marzo de 1952 como un acto al cual él estaba predestinado y legitimado por los errores y corrupción innegable del Partido Auténtico, al cual había entregado el poder “generosamente” en 1944. 

Ese año, Batista le concede la victoria electoral a su antiguo enemigo, Ramón Grau de San Martín. Batista evitó el uso del uniforme militar lo más posible durante su mandato dictatorial y casi siempre se vestía de traje de civil. Fulgencio Batista veía su toma de poder en 1952 como continuación de un movimiento auténticamente revolucionario iniciado por él en septiembre de 1933, a pesar de las contradicciones que implicaba la asunción de esta visión histórica. 

1-) En 1954, Batista decretó la creación de un club nacional de sociedades de color con el nombre de “Juan Gualberto Gómez” en la playa de Tarará, asignándole al proyecto un presupuesto gubernamental de medio millón de pesos. El Consejo de Ministros eligió como director al veterano negro, Generoso Campos Marquetti. Véase Alejandro de la Fuente, A Nation for All: Race, Inequality and Politics in Twentieth-Century Cuba (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 2001), 247–248. 

2-) Primer Ministro del Interior de Batista después del golpe de estado en 1952, Rafael Díaz Balart (1926–2005) fue congresista de la época de la dictadura y gran defensor público de las políticas del régimen hasta su exilio a finales de diciembre de 1958. Hasta 1955, fue también cuñado de Fidel Castro. 

3-) Nacido en Cienfuegos en 1932, Rolando Cubela fue fundador del Directorio Estudiantil Revolucionario, junto al Presidente de la FEU, José Antonio Echeverría. Luego del fracaso del asalto al Palacio Presidencial planifi cado por el Directorio, Cubela encabezó la guerrilla del Directorio en El Escambray, ascendiendo luego del 1959 a las altas esferas diplomáticas del gobierno revolucionario. En 1966, fue sentenciado a una pena de veinticinco años por conspirar con la CIA para asesinar a Fidel Castro. Liberado de la prisión en 1979, vive actualmente en Miami.

 4-) Miembro de la red de activistas clandestinos contra Batista del Movimiento 26 de Julio, José Llanuza Gobel ocupó numerosos cargos en el gobierno revolucionario, desde Ministro de Educación a Ministro de Deportes en la década de los 60. Fue también miembro del Comité Central del Partido Comunista hasta su muerte en 2007. 

5-) Senador Pelayo Cuervo Navarro fue militante del Partido Ortodoxo desde su fundación en 1947 por Eduardo Chibás. Aprovechando la confusión creada por el fracasado asalto al Palacio Presidencial del Directorio Estudiantil Revolucionario el 13 de marzo 1957, las fuerzas represivas del régimen de Batista asesinaron a Pelayo Cuervo a pesar de no haber tenido vinculo ninguno ni conocimiento del evento.

Maldita Hemeroteca. 
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