EXPLOSIÓN DEL MAINE: A 125 años del enfrentamiento España - Estados Unidos.

Al estampar su firma el 20 de abril a las 11,24 horas de la mañana, el presidente McKinley firma una declaración de guerra. El embajador español Polo y Bernabé abandona Washington esa misma tarde. 

Sucedió un 15 de febrero de 1898, por tanto se cumplen hoy 125 años que el acorazado Maine saltó por los aires. Anclado en el puerto de la Habana, su hundimiento provocó una gran reacción popular en Estados Unidos por la cobertura que la prensa sensacionalista que acusaba a España en sus titulares, lo que provocó irremediablemente la guerra entre los dos países.

Pese a que el gobierno español busco soluciones para mejorar el clima político y social de Cuba, tales como amnistías, programas de reformas, y propiciando una cierta autonomía, en Estados Unidos la guerra iba ganando adeptos. Ello puede verse en el Congreso, donde el congresista Sulzer, de Nueva York, propone el reconocimiento de la independencia cubana y un apoyo armado. 

Una resolución exige la liberación de todos los ciudadanos americanos detenidos en Cuba, amenazando con la intervención de la marina americana. Por lo tanto, la explosión del Maine se da en un clima prebélico. Hearst y todos los que impulsan la guerra están seguros que el conflicto va a estallar. Pero a pesar de los artículos histéricos de la prensa de Hearst el conflicto aún no llega. 

Entre los comentarios más corrientes de los periódicos de Hearst podemos leer: «El acorazado Maine ha sido partido en dos por una máquina infernal colocada por el enemigo. La ignominia y la crueldad de los españoles queda patente en el hecho de esperar a que la tripulación estuviera acostada para hacer funcionar su mina».

Bajo el título «El populacho de La Habana ofende la memoria de las víctimas del Maine», se puede leer que los oficiales de marina españoles celebraban la suerte del Maine. En Estados Unidos crece cada día el clima bélico. Los esfuerzos del nuevo presidente McKinley en favor de una solución diplomática solo pueden retrasar la guerra. 

El World de Pulitzer escribe: «Todo está ahora a punto, el ejército está preparado, la marina está lista, las finanzas también, el proceso contra España y el pueblo español están preparados». El Congreso refleja este estado de ánimo, por lo que las comisiones de la Cámara de representantes y del Senado habilitan créditos militares. 

El corresponsal en Washington del Herald escribe que entre los representantes y los senadores domina el sentimiento de que la guerra es inevitable. El representante americano en Madrid, Woodford, considera que España, agotada por las continuas rebeliones en Cuba, está dispuesta a aceptar una salida honrosa. Washington hace saber a España que el presidente sería favorable a cualquier forma de arreglo. 

El 26 de marzo Woodford recibe el informe de la comisión investigadora sobre la destrucción del Maine para transmitirlo a los españoles. Además se reitera la idea de una mediación. Pero el Journal, deformando la verdad, lo interpreta como un ultimátum a España. No obstante, el informe sobre el Maine está lleno de repeticiones y las declaraciones de los sobrevivientes del Maine no aportan la más mínima luz sobre la catástrofe. 

Woodford, en Madrid, hace saber que para el 31 de marzo espera una respuesta de los españoles y se muestra optimista. Pero el secretario de Estado norteamericano William Rufus Day le comunica el avance de los partidarios de la guerra en Estados Unidos. La respuesta de Madrid llega el 31 de marzo. Da ciertas seguridades sobre la reagrupación de las poblaciones evacuadas de la zona rebelde y el estudio de las condiciones para restablecer la paz en Cuba. 

Pero la respuesta del gobierno español no dice nada sobre un eventual cese de hostilidades con los rebeldes, algo que los norteamericanos consideran inaceptable. El Journal escribe: «La diplomacia ha fracasado y nuestra declaración de guerra está en preparación». 

La marcha hacia la guerra se acelera, incluso en el Congreso, donde se habla abiertamente de la independencia de Cuba y la intervención militar si fuese necesario. Los españoles empiezan a darse cuenta de la amenaza y comienzan a hablar de un armisticio, a cambio de que los Estados Unidos retiren los barcos de guerra que se encuentran en las cercanías de Cuba y particularmente en Key West, base situada en la punta extrema de Florida más cercana a Cuba, donde la marina mantiene una importante escuadra. 

Al transmitir esta propuesta, Woodford escribe al secretario de Estado William Rufus Day: «Sé que la reina y su gabinete desean sinceramente la paz, así como el pueblo español, y, si usted puede dejarme el tiempo y la libertad de acción suficientes, yo obtendría esa paz que usted desea tan ardientemente y en pro de la cual ha actuado con tanta decisión». 

Pero la rada belicista parece imparable, tanto en el país como en el Congreso norteamericano, no siendo considerada incluso una propuesta de mediación del Papa. Se ha llegado a un punto de no retorno y el mismo presidente McKinley no ve otra solución que la guerra. En el World se puede leer: «El presidente no puede continuar indefinidamente negociando con los asesinos». 

Incluso la sustitución, por parte española, del general Weyler no puede calmar la belicosidad en Estados Unidos. Todo ello a pesar de que su sucesor, el general Ramón Blanco, ha decretado la amnistía por los delitos políticos. También en España empiezan a tener conciencia de que no hay más salida que la guerra. 

El 8 de marzo, el Congreso americano vota por unanimidad un crédito de cincuenta millones de dólares para la defensa. El presidente tiene todos los poderes para poder utilizar esa suma como mejor le parezca. Mientras tanto, el gobierno español se pregunta cómo podrá él hacer frente financieramente a un conflicto, cuando ya tiene problemas para pagar a los doscientos mil hombres que mantiene en Cuba. 

Las medidas militares norteamericanas son cada vez más evidentes. El 18 de marzo se anuncia la formación de una escuadra volante norteamericana, con base en Hampton Roads, en la costa de Virginia, co el objetivo de asegurar la defensa de las costas atlánticas estadounidenses. 

Esta escuadra, a las órdenes del capitán de navío Schley, incluye el crucero acorazado Brooklyn, los acorazados Massachusetts y Texas y los cruceros Minneapolis y Columbia, más rápidos que los demás barcos de las distintas marinas de guerra. En una sola jornada, el 12 de marzo, la marina norteamericana emitió un pedido de municiones por valor de unos tres millones de dólares. 

Asimismo, la marina norteamericana procedió a habilitar unos cuantos cruceros. Mientras tanto en el momento de la explosión del Maine, la marina española sólo cuenta en Cuba con una fuerza reducida. En contrapartida de la visita del Maine a La Habana, los españoles enviaron a Nueva York el crucero acorazado Vizcaya, permaneciendo allí sin incidentes. 

Otro crucero español llegó a La Habana durante el mes de marzo. Pero cuando el gobierno español se enteró de una importante concentración de navíos americanos en Key West, a solo ciento cincuenta kilómetros de las costas de Cuba, decidió enviar a las Canarias una escuadra a las órdenes del almirante Cervera. 

Esta escuadra española estaba formada por los cruceros Infanta María Teresa y Cristóbal Colón, además de una importante fuerza de siete torpederos. La escuadra del almirante Cervera llegó a Canarias hacia fines de marzo. El 2 de abril, llega a Washington una información de que la escuadra española ha abandonado Canarias con destino desconocido. 

Más tarde se tienen noticias de que el almirante Cervera, al que se han unido los cruceros O Querido y Vizcaya, ha hecho escala en las islas de Cabo Verde. Desde el comienzo de abril los ciudadanos americanos residentes en Cuba comienzan a evacuar la isla. El 9 de abril, el general Lee, cónsul general en La Habana, se despide del capitán general Blanco. Pero éste, alegando una indisposición, no le recibe. 

La declaración de guerra se produce el 20 de abril. La víspera, el Congreso de los Estados Unidos ha votado una resolución que exige la independencia de Cuba y la salida de los españoles. La resolución dice: «Por esta resolución el presidente de Estados Unidos queda autorizado para emplear las fuerzas armadas americanas de tierra y mar para traducir esta resolución en hechos». 

El ultimátum norteamericano llega a Madrid el 20 de mayo pero los españoles lo declaran inaceptable. Al día siguiente por la mañana, el representante de Estados Unidos en Madrid, Sewart L. Woodford, es avisado de que se han roto las relaciones diplomáticas entre los dos países y, unas horas más tarde abandona España.
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