Lydia Cabrera

Lydia y Baró, su ñáñigo informante.

Lydia Cabrera (La Habana, Cuba, 1989 – Miami, Estados Unidos, 1991), destacada discípula de Fernando Ortiz, es una figura imprescindible dentro de la etnología y la antropología de la Isla.

Con estudios en Francia, sus investigaciones sobre la presencia de la cultura africana en Cuba, en sus fuentes lingüísticas y antropológicas, conforman un inventario de ineludible consulta para conocer todos los índices del folclor afrocubano. Reconocida por María Zambrano, Octavio Paz y Roger Bastide, entre otros, Federico García Lorca le dedica La casada infiel: «A Lydia Cabrera y su negrita».

Sobre su fecha y lugar de nacimiento hay controversia, a falta de partida de nacimiento, oficialmente nació en La Habana el 20 de mayo de 1899, en cambio a ella le gustaba mentir con el 20 de mayo del 1900 y la fundación de la República. Hija del historiador Raimundo Cabrera al que estaba muy unida, creció a la manera criolla entre cuentos y leyendas que le contaban sus tatas negras, a través de ellas se adentró en sus dichos, sus relatos de magia, sus miedos...

Su obra cumbre "El Monte", sobre las religiones, la magia, las supersticiones y el folklore de los negros criollos y del pueblo de Cuba, constituye un suceso muy significativo para la cultura de la mayor isla del Caribe.

Desde muy pequeña demostraba afición por la escritura pues era ella quien inventaba los juegos que luego practicaría con sus hermanos. Su personaje preferido era D’Artagnan, y en su corte imaginaria confeccionaba objetos de arte, sobre todo escudos de armas. Estas dos aficiones la acompañarían toda la vida.

Debido a problemas de salud, recibió educación en casa, pero eso no impidió que a los catorce años ya escribiera en la revista de su padre Cuba y América. Amparada en el anonimato, escribía la columna Nena en sociedad, de ahí el sobrenombre con el que también era conocida. Lydia utilizó la columna para fustigar la indiferencia de las instituciones por la cultura, por ejemplo para quejarse la ausencia de representación en el homenaje a Gertrudis Gómez de Avellaneda celebrado en 1914.

En la adolescencia realizó varios viajes a París y cursó estudios en L’École du Louvre. En este nuevo ambiente intelectual y literario del periodo de entreguerras se interesó por las religiones orientales y, en su estudio, encontró semejanzas con la cultura negra que había conocido en Cuba. Volvió a Cuba en 1930, allí las mujeres negras de su infancia le descubrieron abiertamente la tradición africana de sus ancestros, que resistía bajo una cultura impuesta por los blancos.

Muy amiga del general Gerardo Machado.

Se inicia entonces una labor investigadora infatigable de localización de viejos negros de la isla, quienes a través de largas entrevistas, ganándose su amistad y respeto, le permitieron recopilar sus relatos, dichos y refranes, su vocabulario, y describir sus ceremonias religiosas y toda su riqueza folklórica, aunque trascendiéndola, gracias a su cercanía y amistad. Reflejo del conocimiento y asimilación de este sincretismo vital es la publicación de Los cuentos negros de Cuba.

Su obra principal la publicó en La Habana en 1954, El monte: notas sobre las religiones, la magia, las supersticiones y el folklore de los negros criollos y del pueblo de Cuba. Las obras de investigación que publicó desde entonces crearon “un género nuevo y necesario, la etnología activa, el estudio copartícipe del estudiado y el estudioso”.

El diez de diciembre de 1926, el Diario de Marina publicó una extensa entrevista de Lydia Cabrera con el presidente Cubano y general de brigada, Don Gerardo Machado y Morales.

Presintiendo la situación política en la se encontraría Cuba en poco tiempo, se exilió en 1960, primero en Nueva York y finalmente en Miami, la pequeña Cuba, donde siguió publicando obras, entre ellos, su colección de cuentos en la editorial CR, ahora llamada Colección Chicherekú en el exilio.

En los años 70 redactó artículos, pronunció conferencias, empezó a recibir homenajes y doctorados. En los años 80 empezó a fallarle la vista y tuvo que dejar de leer, escribir, y pintar. Finalmente falleció en Miami, en 1991, añorando La Habana que la vio nacer, pero donde se la sigue recordando 

Las siete obras que hemos localizado en la Colección Vega del Pozo, no son casuales. Fernando Fernández-Cavada y París, conde de Vega del Pozo, fue embajador de la S.M. Orden de Malta en varios países de Latinoamérica. Entre los fondos de su biblioteca privada, dedicada de forma muy exclusiva a Genealogía y Heráldica, también encontramos obras literarias o de estudios sobre la cultura de los países donde residió. 

Además, en el caso de Lydia Cabrera los unió una amistad que demuestran, tanto la dedicatoria de uno de sus libros, como los recortes de prensa sobre la autora que Fernández-Cavada conservaba dentro de ellos y que han dejado la correspondiente huella. Quizá, la afición infantil de Lydia por D’Artagnan y los escudos de armas ayudara a estrechar su amistad.
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