Encuentro de Gómez con el Conde de la caña seca

Máximo Gómez//... 
Hoy trece de marzo, pero del 1865, llegaba por primera vez a Cuba el comandante de la reserva del ejercito español, el dominicano Máximo Gómez Báez, y por eso traemos esta anécdota.

No fueron muchos, pero se conoce que algunos españoles y descendientes de ilustres de esa tierra lucharon en las filas mambisas, como fue el caso de Salvador Cisneros Betancourt, el marqués de Santa Lucía, así como el general de origen catalán Bartolomé Masó, quien llegó a ser presidente provisional de la república en armas o el catalán de nacimiento José Miró Argenter, quien fue jefe de estado mayor de los mayores generales Serafín Sánchez y Antonio Maceo, cronista de este ultimo. 

La historia está relacionada con este ultimo precisamente, que encontrándose en las cercanías del poblado de Nueva Paz, en las afueras de la Habana, durante la invasión mambisa al occidente de la isla, fue testigo y como tal dejó plasmada en su "Diario de Guerra". Miró fue nombrado jefe del archivo del Ejército Libertador, fundó el periódico "La Democracia" en 1898 y, en 1905, dirigió el diario "Vida Militar" mientras colaboró con algunas revistas como "El Fígaro" y, como si fuera poco, perteneció a la academia de historia cubana.

Total, que se trata de un fortuito encuentro entre el general Máximo Gómez y un cubano "equivocado", según lo califica el propio Miró que advertimos, más de uno, entre ellos Manuel Sanguily, tildaba de fantasioso y un poco exagerado en sus rocambolescas historias. De hecho, el general Valeriano Weyler lo señalaba como "un novelero más que historiador". En fin que el general catalán describió una escena bastante tensa, ocurrida entre el generalísimo y un personaje local que, según lo detalla textualmente, era de esos cubanos que usaban un "genitivo rancio y cargado de hipotecas". 

Dice así:

"El magnate, al tropezar de manos a boca con la invasión saludó con grandes reverencias a Máximo Gómez, desde el interior del cabriolé, (Coche) del que tiraban dos caballos que, si no eran jamelgos, (caballos viejos y flacos) tampoco llegaban a la categoría de normandos de casa rica.

Le describió a Gómez todo el árbol genealógico de la estirpe, y con el árbol, las flores del patrimonio territorial, ya agostadas por el fuego purificador (la tea incendiaria). Le dijo ser el Conde de no sé cuántos timbres, y que iba á la ciudad en viaje de mudada, para evitar tropiezos con las tropas españolas, pues él era, aunque noble, cubano, si bien pacífico, criollo de legítima cepa y partidario de la evolución.

El que escribe estas páginas, al observar el obstáculo del cabriolé, se aproximó al grupo para despejarlo sin consideraciones. Pero vio al general en Jefe, y este le dijo: ¡Perdone, general; cómo atisbé el bolón parado en medio de la vía!

—"¡Hombre llega usted de perilla!"—contestó Máximo Gómez, con aquel pronto y aquel metal de voz especialísimo, que todos recordamos y pretendemos imitar al referir cualquier anécdota de la campaña en la que él hubiese intervenido:

''Examine á ese señor que dice ser un Conde".

—¿Conde de qué, General?—preguntó este cronista, entonces con autoridad bastante para arrancar una corona ducal.

—"¡No sé; debe ser el conde de la caña seca!. ¡Mire usted que encontrarse con pergaminos á estas alturas!"

La chanza se prolongó un rato más; Gómez siguió la marcha no sin antes decirle al aristócrata "de la caña seca" que noticiara al general Arsenio Martínez Campos el rumbo de la Invasión; y el que esto escribe, prescindió del examen heráldico y permitió que siguiera la ruta con los mismos jamelgos que arrastraban el birlocho.

Un poco más allá el coronel Bermúdez le quitó los collarines; pero no pasó a mayores ¡cosa rara! porque los periódicos de la Habana nada dijeron del suceso".

Nota al margen I:


Argenter se refería en ese momento coronel Roberto Bermúdez López Ramos, un tipo temible, hombre de confianza de Maceo y que siempre se caracterizó por ser amante de lo ajeno por medios muy violentos. Por eso le costó la vida fusilado, entre otras cosas por haber sido un despiadado asesino. Y lo más curioso de todo fue que acabó ajusticiado por el mismo que custodiaba en ese momento, el generalísimo Gómez, que contrario a Maceo no creyó en "guapo ni niño muerto". A muchos les llamó la atención que Maceo no le cortara las alas a su debido tiempo, por el contrario le ascendió a brigadier o general de brigada. (Se decía que Maceo le debía la vida).

Se trataba de un mambí extremadamente joven, intrépido y valiente, pero a la misma vez un vulgar y despiadado asesino. Era natural de la Esperanza, Ranchuelos, provincia de Las villas, y bajo las ordenes de Maceo cometió todo tipo de excesos, sobre todo en la provincia de Pinar del Río. En cambio Maceo "le soltó la papa caliente" a Gómez, y prefirió que fuera él quien le ajustara las cuentas. Era tan peligroso, que para poder detenerlo sin que sospechara Gómez solicitó su presencia para "comandar una misión especial", y el tipo "cayó en el jamo".
 
Los jueces que avalaron esta ejecución fueron los generales Francisco Carrillo Morales, participante en las tres guerras y uno de los hombres que el 29 de abril de 1898 fue enviado a los Estados Unidos a coordinar la entrada de los marines en la guerra, y el espirituano José Miguel Gómez, que en 1908 fuera electo segundo presidente de la Cuba ya constituida en republica. Como abogado fungió Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, el hijo del padre de la patria, y con los años presidente "puesto a dedo" durante el convulso periodo que siguió a la caída del general Gerardo Machado y Morales.

Entre "sus hazañas", Bermúdez había macheteado al coronel mambí Cándido "Cayito" Álvarez, quien al parecer se había "presentado" a los españoles pero después regresó a las filas insurrectas. Gómez, necesitado de fuerzas como estaba, había dado la orden de reincorporar a todos los que se habían presentado y decidieran alistarse de nuevo, sin embargo Bermúdez se negó a cumplir la orden tomándose la justicia como sabía hacer muy bien, y en este caso asesinando por venganza.

En su apelación, donde fingió estar enfermo tratando de retrasarla por una ley mambisa que impedía ajusticiar a un condenado en ese estado, Bermúdez argumentó que si los demás jefes mambises ahorcaban y mataban, él también podía hacerlo. Así lo había dejado escrito en una carta que debía remitir al general José María "Mayía" Rodriguez, y que no le dio tiempo enviarla.

Gómez, incluso, tuvo que solicitar asesoría legal al jurista y coronel italo cubano, Orestes Ferrara, quien le aconsejó esperar un par de días a que "se recuperara". Se puso fatal Bermúdez, pues el mismo día de su fusilamiento, que fue dirigido personalmente por Máximo Gómez el 12 de agosto de 1898 en las Charcas, Sagua la grande, España y EEUU estaban en París firmando el armisticio que traería a Cuba la tan ansiada paz y libertad.

Nota al margen II

La prensa Castrista miente descaradamente, alegando que su ejecución se debió a "indisciplinas" basadas en una reclamación negada a un pedido suyo para asumir el cargo de jefe del sexto ejército que, al morir Maceo, le fue concedido al general Pedro Díaz. Por algo así Gómez no fusilaría a nadie, los delitos que le condenaron a muerte fueron mucho más graves que esos, como el hurto, la extorción, el asesinato e incluso la traición, pues se sabía muy bien que firmaba pases a territorio enemigo sin tener la debida atribución para hacerlo. El general Bermúdez era un mal ejemplo que Gómez se encargó de extirpar como puntual advertencia.

Maldita Hemeroteca

*Tomado del libro “Cuba Crónicas de la Guerra" (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, exactamente entre las páginas 274-286, dónde Argenter describe este, y otros acontecimientos ocurridos del 2 y el 3 de enero de 1896 en aquella zona de Nueva Paz. 
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