Fusilamientos, robos y linchamientos. Historias para ser contadas


José Antonio Primo de Rivera fue condenado a muerte el 18 de noviembre de 1936 acusado del delito de rebelión, y el día 20 fue fusilado estando preso en la cárcel de Alicante.

El juez de esa causa fue el masón Federico Enjuto Ferran, que a propuesta del Tribunal Supremo del gobierno del Frente Popular, le habían nombrado juez instructor especial en la causa el 3 de octubre de 1936. Pues este señor, muy amigo de Indalecio Prieto y que en sus inicios era un modesto juez municipal, llegó a protagonizar unas historias que, aun a día de hoy, resultan un tanto desconocidas pero muy sorprendentes.

Como gran amigo, confidente y cómplice que fue de Indalecio Prieto, fue nombrado juez instructor de esta causa el día 3 de octubre de 1936, y fue el encargado de firmar la sentencia de muerte en contra de José Antonio, el fundador de Falange Española, entre otros casos más, una sentencia que ha sido catalogada de injusta, toda vez que José Antonio no había participado en la guerra civil ni en el levantamiento militar de Franco.

Jose Antonio era un líder carismático, conocedor de las leyes y que se distanciaba de la derecha tradicional española pues consideraba que esta había perdido la cercanía al pueblo, sin pensar en las necesidades reales del mismo. Era derechista y conservador, pero en cambio no había cometido los delitos por los cuales le acusaba.

Había ingresado en prisión el 14 de marzo del mismo año en la cárcel modelo de Madrid por posesión ilícita de armas, y posteriormente, el 5 de junio, fue trasladado a la cárcel de Alicante acusado de rebelión. La Falange era un partido político de derechas, orientado hacia el fascismo de Benito Mussolini, pero siempre teniendo en cuenta que cuando se habla de Fascismo las personas suelen asociarlo enseguida con el Nazismo de Hitler, y no hay nada más erróneo.

El fascismo en Italia defendía la tesis de que debían recuperar los antiguos territorios Romanos, una locura, y como hicieron otros, por no decir todas las dictaduras totalitarias, persiguió, encarceló, desterró, o incluso asesinó a sus oponentes. (A quien se parecerá). Pero decir que fueron Nazis, antisemitas, anti clericales o incluso racistas como si lo fue Hitler, sería un error de concepto brutal. Pero en fin, este es otro rollo que no viene al caso ahora.

Según apuntan varias fuentes, la cosa se puso peliaguda a raíz de que entrara en el gobierno como presidente del Frente Popular, el socialista radical Francisco Largo Caballero y como ministro de Justicia el anarquista Juan García Oliver, sobre todo para José Antonio Primo de Rivera. Ambos le pidieron la muerte. No la pidieron, más bien se la exigieron al juez Federico Enjuto Ferran.

Dicho esto, hay tres anécdotas que protagonizó este juez que son dignas de destacar, y que a continuación detallaremos. La primera, a modo de no alargarnos mucho en esta historia, como se conoce el general Francisco Franco lideró una rebelión en 1936 que terminó con esta República y provocó la huida al exilio de casi todos sus integrantes, porque el resto, o fue a prisión, o terminó sus días en la fría tumba.

Uno de los afortunados fue este magistrado que se exilió en Francia. Pero la vida es como es, en su exilio tuvo la osadía de contactar con el hermano del que mandó al paredón, Miguel Primo de Rivera, que por cierto lo había condenado también a cadena perpetua en esa misma causa. Le pidió que mediara con el régimen de Franco para que le permitiera la entrada a España de nuevo.

Óigame, ignoro las razones y las relaciones que habría entre ambos, pero hay que ser descarado y sinvergüenza para hacer eso. Aún así, Miguel presentó la solicitud y, en 1959, pudo regresar a España sin que tuviera ningún tipo de problemas. Tampoco lo tuvieron el resto de los que regresaron, dicho sea de paso. 

La segunda anécdota, que se las trae igualmente, la contó el abogado Juan Manuel Cepeda, gran conocedor de la familia Primo de Rivera, en un podcast en el sitio web "Periodista Digital", relacionada con esta misma sentencia contra el líder de la Falange Española.

Primo de Rivera de pie.

Según dijo este abogado, los comunistas de la republica le prometieron al juez un ascenso al Tribunal Supremo si conseguía una pena de muerte para el acusado, además un premio de dos millones de pesetas, que para la época era un pastón gigantesco. 

La primera la cumplieron, fue ascendido al tribunal supremo, pero en cambio no así las pesetas. Molesto por el incumplimiento de la palabra dada, en 1938 se presentó en el museo del Prado y se robó varios cuadros del patrimonio Español, se llevó a su exilio en Toulouse, Francia, y luego los vendió en los Estados Unidos.

Una vez que fue expulsado del Partido Comunista por ladrón, intentó en vano entrar en Cuba, tampoco pudo en Costa Rica ni en Miami, en cambio apeló a su nacionalidad Puertorriqueña, pues había nacido en 1884 cuando la isla pertenecía al reino de España como posesión Ultramarina, y como tal se marchó a dar clases en la facultad de derecho de la Universidad de Río Piedras, en San Juan de Puerto Rico.

Fíjese que hasta su prima, la escritora y lingüista española Zenobia Camprubí, esposa del escritor Juan Ramón Jiménez, ambos muertos en Puerto Rico en 1956 y 1958 respectivamente, dijo una vez esto: 

"No me puedo olvidar que sentenció a Primo de Rivera, y aunque solo Dios sabe lo que uno haría si le presionaran mucho, me desaparecí para no tener que darle la mano"

En fin, que ahora es viene la tercera anécdota, y quizás la más impactante de todas. En 1938 se publican los intríngulis de la causa que llevó al paredón a Jose Antonio, y donde Enjuto era uno de sus protagonistas. Un periódico de la isla publicó la historia, donde se dieron a conocer incluso una declaraciones hechas por este juez, al parecer en venganza.

En ellas dijo que había sido testigo directo del fusilamiento de José Antonio, y que su cadáver tenía dos impactos de bala en la cabeza y cuatro en el pecho. Que antes, cuando le vendaron los ojos, José Antonio gritó «Arriba España», y a los pocos segundos cayó destrozado por los balazos.

Y como si fuera poco, agregó que había dado la orden de que se cavara una fosa suficientemente honda para que entraran de pie los cadáveres de José Antonio y de los cuatro fusilados con él, y que José Antonio fue enterrado «de pie cabeza abajo» para luego poder ser identificado si fuera necesario, mientras que los otros al contrario.

Pues... ¿sabe usted lo que pasó?...

Su alumnado boricua, que al parecer sin ser adoradores de Primo de Rivera ni su Falange, pero sí muy dolidos por lo que había sucedido en España, recordemos que Puerto Rico aceptó la autonomía sin pelear por su independencia como sí hizo Cuba, cogieron a la juez-profesor y, justo el 20 de noviembre de 1939, al cumplirse el tercer aniversario del fusilamiento, lo lanzaron por una ventana del edificio.

Con tan buena suerte que era solo un segundo piso y el tipo consiguió salvar su vida. Murió en España en 1965, aunque desde su regreso no volvió a ejercer nunca más su profesión. Solo faltaría eso. Ninguna de estas historias, ni siquiera la de Juan Ramón y Zenobia que tuvieron que huir de Madrid y no se sabe muy porque, están contempladas en la llamada "Ley de Memoria Histórica", la misma que irónicamente le ha salvado la vida a miles de Cubanos que huyen tambien del terror rojo en la isla.

Jorge García
Maldita Hemeroteca

Fuentes:
--Periodista Digital
--La Razon.es
--Eldebate.es
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