Pero fíjese quien era Céspedes, que para humillar más a Agramonte ordenó al gobierno no pagarle más el salario correspondiente, asumiéndolo de su propio bolsillo. Esto motivó una durísima respuesta del Mayor:
Aquí un fragmento
"Los Güiros, mayo 16 de 1870.
Señor Carlos M. de Céspedes: Ciudadano Presidente.
Acabo de enterarme de que en la sesión, de ese Gobierno, del día de hoy, protestando usted contra la continuación ahora de sueldo a mí, por haber cesado ya en el mando de la División del Camagüey, manifestó usted que escribiría a la "Junta Cubana de Nueva York" para que no abonara más sueldos de sus fondos y los diera del peculio de usted.
Mi honor ofendido se alarma a la sola consideración de que usted alimente, por un instante siquiera, la ilusión de que el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, pueda recibir una limosna de nadie, ni un favor del Presidente Carlos Manuel de Céspedes, y devuelvo a usted su oferta con el desprecio que ella merece por sí y por la persona de quien tiene origen".
El ofrecimiento del Presidente Carlos Manuel de Céspedes a Ignacio Agramonte y Loynaz, es el colmo de la injuria. El jefe y el caballero C. arrojan al rostro de usted el lodo con que ha querido mancharle, ofreciéndole su bolsillo. Como jefe estoy dispuesto a responder ante los tribunales competentes de la República y como caballero donde usted quiera.
Ignacio Agramonte y Loynaz."
En carta a su madre
"Se dice que se trata nuevamente en los Estados Unidos y en España la cuestión de la cesión de Cuba; pero no sabemos otra cosa. Estoy separado nuevamente del mando de las fuerzas del Camagüey, porque los abusos y la marcha tortuosa de Carlos Manuel de Céspedes me pusieron en la alternativa de tolerarlos con perjuicio del país y desprestigio mío o de renunciar.
La elección no fué dudosa para mí y desde el 17 del mes próximo pasado fué admitida mi dimisión. Doy a Enrique más detalles en la carta adjunta. Cuídese mucho, Mamá mía, esté tranquila por mí y confíe en que pronto nos abrazaremos en Cuba libertada y feliz. Un abrazo a cada uno de mis hermanos y Ud. reciba el afecto y cariño de su más amante hijo que le pide la bendición.
IGNACIO."
Exactamente un año después, 26 de mayo de 1870, según el relato de su esposa Amalia Simoni Argilagos, un cubano chivato y traidor condujo a una columna española al mando del capitán Arenas hacia la finca Angostura, rebautizada por el Mayor como "El Idilio", donde vivía la familia aislada y escondida. Sin embargo, al conocer aquel oficial cual era la familia, le dijo a doña Amalia:
"Señora, no tema, su marido me tuvo prisionero y me salvó la vida. Está usted bajo mi salvaguardia y constituye gran dicha para mí poder manifestarle mi agradecimiento." .
Aún así fueron llevados ante el general Ramón Fajardo Izquierdo y este, aprovechándose de la situación anterior, le propuso a doña Amalia escribirle a su marido y pedirle que desistiera de su alzamiento, a lo que Amalia respondió:
"General, primero me cortará usted la mano que yo escriba a mi marido que sea traidor. ¿Traidor?, preguntó Fajardo, sí, volvió a responder ella, traidor a su Patria".
Pero fíjese quien era este hombre, que entre los documentos ocupados había uno del 1872 relacionado con la organización que debía tener el ejercito bajo su mando, y al ser revisado por el general español Ramón Mella, dijo:
"Hay que guardar este documento como un modelo de su clase. Ni lo presto, ni lo doy, ni lo vendo. Este papel he de guardarlo yo, porque es una prueba de que los mambises no son tontos y de que a ratos podríamos imitarlos. Este documento vale para la historia.".
Agramonte no solo comandaba la caballería, en la retaguardia había formado talleres de armas donde fabricaba sus propias cananas y balas, y hasta elaborada el calzado y las monturas de los jinetes y su cabalgadura. Bien lo sabía el "Diario de la Marina", cuando en su edición del 15 de mayo de 1873 afirmaba que la pacificación del Camagüey era la pacificación de Cuba; que el alma de la revolución en ese distrito, el que le había infundido nuevas energías e impedido presentaciones numerosas, no era otro que el general Ignacio Agramonte. Su muerte fue su única derrota.
"... aquellos a los que el destino reservó una muerte trágica y oscura, entre la angustia y la zozobra, olvidados del mundo y abandonados vergonzosamente por sus mismos hermanos...”
Puede que haya sido esa frase la que lo que sembró la duda. Por otro lado la autopsia realizada el día 12 reveló zonas de humo y pólvora alrededor del orificio de entrada del proyectil, indicando un disparo realizado a muy corta distancia.
Dicho lo cual, es muy difícil afirmar semejante acusación cuando en tantos años nadie ha podido probarlo, aunque sí es cierto que demoraron tres horas en ir a buscar su cadáver. Para entonces las fuerzas españolas se lo habían llevado, no así el de el teniente Jacobo Díaz de Villegas que fue sepultado in situ. Los restos de Agramonte fueron llevados a Puerto Príncipe, tratados irrespetuosamente y quemados en el cementerio general. Para colmo fue sepultado en una fosa común.
Maldita Hemeroteca.
Datos tomados de: Vida de Ignacio Agramonte • Juan J. E. Casasús