Miguel Ángel Quevedo con gafas. // |
¿Quién no recuerda aquella frase en Cuba que decía: "El hombre con el bacalao a cuestas", en referencia a la imagen de la etiqueta que venían en los frascos de "Emulsión de Scott".
Aquel líquido espeso que decían los mayores alimentaba mucho, pero que sabía a rayos. De hecho los médicos se lo recetaban a las personas que padecían de un déficit de vitaminas. Pues cuenta la historia que un medico norteamericano llamado Alfred Downe Scott, visitó Noruega y se percató que la mayoría de los habitantes eran fuertes, longevos, y gozaban de una salud envidiable.
Y como aquellos rubios eran por lo general grandes consumidores de bacalao, le achacó a este pez las divinas cualidades que reflejaban tan buen aspecto físico. De manera que "se le alumbró el bombillo", y en 1867 sacó a la venta su maravillosa formula comercializada por la firma "Scott & Bowne" de New York.
El espeso aceite que se extraía del hígado del bacalao, al parecer servía para todo. Lo mismo para un gripe, para el cansancio, la perdida de apetito, para mejorar la acné que para proteger los dientes y las encías. Lo cierto es que para finales del siglo XIX, y principios del XX, ya era conocido mundialmente y a Cuba llegó para quedarse, convirtiéndose el hombre con el bacalao a cuestas en un preferido de nuestros padres y una tortura para los chicos.
Sin embargo, parece que le dio más fuerzas aún, sobre todo a raíz del bulo aquel que publicaron sobre las veinte mil victimas de Batistato que no se lo creyeron ni ellos mismos. La Revista Bohemia cooperó como ningún medio en Cuba para entronizar a esa dictadura que terminó destrozando al país. Por eso, entre otras cosas, se pegó un tiro después en Venezuela, según se dijo.
Por Jorge García
Maldita Hemeroteca