Estación de trenes de Villanueva en la Habana |
El 20 de julio de 1910 el congreso cubano, durante la presidencia de José Miguel Gómez, autorizó el cambio de los terrenos de Villanueva por los del Arsenal, que pertenecían al tesoro público, para que se construyera allí la nueva estación de trenes.
Este canje trajo severas disputas entre conservadores y liberales dentro del ámbito político y republicano cubano, entre ellos un duelo entre el legislador y coronel Severo Moleón y Sanchez-Figueras y el también miembro del ejercito libertador, el general Silverio Sánchez Figueras, quien consideraba y así lo dejó saber en el propio congreso, que aquel canje "olía muy mal".
Y sabe como son, y eran entonces los ex mambises cubanos, todo lo discutían a la brava, de manera que varios de los allí presentes amenazaron con sacar al aire sus armas de fuego, según el relato publicado en el periódico "La Lucha". A los pocos días el general Silverio fue atacado por un desconocido en la calle habanera de Empedrado que, por sorpresa y a traición, le propinó varios golpes en el rostro.
Unos meses después, el coronel y representante a la cámara, Severo Moleón, visitó una mueblería y, como la compra era a créditos, el dueño del comercio le dijo de esta manera:
--Señor representante, yo no hago negocios con cadáveres.
El hombre que comía plomo
En noviembre el bravucón general Sánchez regresó a la Habana y comenzó a retomar su vida habitual, incluso previendo lo que podría sucederle cuando decidiera retomar su cuenta pendiente. Según este diario, Sánchez Figueras se hizo un testamento, y hasta se compró un nicho en el cementerio por si acaso.
El día 9 de diciembre de 1910, el doctor Juan Gualberto Gómez despidió al General en la puerta del periódico «La Lucha«-situado en la calle O’Reilly entre Cuba y San Ignacio-, mientras el general echaba a andar en dirección al parque central. En ese momento fue abordado desde un coche y, revolver en mano, el coronel Moleón le comenzó a disparar por sorpresa.
Uno de los disparos impacto al General Sánchez en el vientre, y es entonces que grita la famosa frase: «¡Yo como plomo!, a la vez que riposta a Moleón que, impactado por un balazo en el cuello, cae al suelo. Andando fue hasta allí y, con la intención de pegarle en la cara con el mango de su arma, le vuelve a decir, "Te dije que yo como plomo", pero por suerte se apiadó de él.
--Qué dice usted?.
--Le digo que yo no hago negocios con cadáveres.
--Si usted está bromeando yo no admito bromas. Explíquese.
--Soy muy viejo para bromear. Y le explicaré: usted tiene una cuenta pendiente con el General Sánchez Figueras. Y los dos, usted y él, van a morir.
--Vamos, hombre; si el General ya no quiere ni acordarse del incidente que tuvimos y anda recorriendo la isla con una chiquilla lindísima. Lo que menos él desea es pelear. Figúrese que ni siquiera ha vuelto a la Cámara.
--Mire, - le respondió el comerciante - yo hice la guerra con el General Sánchez Figueras. Lo conozco como pocos. Lo que le garantizo es, y hasta se lo juro, que él es incapaz de atacarlo a usted por la espalda. Pero cuando lo tenga decidido, no lo olvide, de algún modo se lo advertirá. Y los dos se van a morir. Por tanto, le repito, yo no hago negocios con cadáveres.
El hombre que comía plomo
En noviembre el bravucón general Sánchez regresó a la Habana y comenzó a retomar su vida habitual, incluso previendo lo que podría sucederle cuando decidiera retomar su cuenta pendiente. Según este diario, Sánchez Figueras se hizo un testamento, y hasta se compró un nicho en el cementerio por si acaso.
El día 9 de diciembre de 1910, el doctor Juan Gualberto Gómez despidió al General en la puerta del periódico «La Lucha«-situado en la calle O’Reilly entre Cuba y San Ignacio-, mientras el general echaba a andar en dirección al parque central. En ese momento fue abordado desde un coche y, revolver en mano, el coronel Moleón le comenzó a disparar por sorpresa.
Uno de los disparos impacto al General Sánchez en el vientre, y es entonces que grita la famosa frase: «¡Yo como plomo!, a la vez que riposta a Moleón que, impactado por un balazo en el cuello, cae al suelo. Andando fue hasta allí y, con la intención de pegarle en la cara con el mango de su arma, le vuelve a decir, "Te dije que yo como plomo", pero por suerte se apiadó de él.
Maldita Hemeroteca.
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