Historias de ejecuciones: Del general Roberto Bermúdez al campesino Eutimio Guerra
Macizo montañoso Sierra Maestra |
No sabríamos decir que de cierto o falso pudo haber en esta historia del campesino Cubano Eutimio Guerra. Menos viniendo de quien fuera el mayor asesino que ha pisado Cuba en el siglo XX. Lo que aquí se lee, ocurrió en Enero del 1957 en la Sierra Maestra, y fue narrado por aquel asesino en uno de sus pasajes, Ernesto Guevara.
Este relato nos hizo recordar un pasaje de finales de la guerra de independencia, el fusilamiento del general cubano Roberto Bermúdez López Ramos, que fue acusado, y demostrado, de cometer hechos de sangre, entre ellos el del coronel presentado Cayito Álvarez, cuando el propio Gómez había decretado una amnistía. También había sido acusado de robo y un sin fin de abusos de poder.
Bermúdez Ramos se había mostrado, al parecer, especialmente implacable contra todo aquel que se entregara a las fuerzas Españolas. Como en el caso de Eutimio, el generalísimo tuvo que tomar cartas en el asunto ante la negativa de la tropa en aplicarle a Bermúdez la pena de muerte.
Estamos hablando del general más joven y más valiente que conoció la ultima etapa de la guerra del 95. Pero lo que llama la atención es que, desde que Bermúdez cae preso y llega al campamento de Gómez, este le concede unos días al encontrase, según decía el propio detenido, bastante enfermo.
Según contó después el doctor Orestes Ferrara, Máximo Gómez le preguntó si había alguna ley que prohibiera ajusticiar a un enfermo, y este le respondió que no sabía, pero que estaría poco ético hacerlo. Gómez aceptó, hasta que la pausa terminó el 12 de agosto de 1898, un día antes de la intervención norteamericana en Santiago de Cuba.
Sin embargo Eutimio no tuvo esa suerte.
La visita de Matthews, (Se refiere al periodista del New York Times, Herbert Matthews, aquel izquierdista que se tragó toda la historia del ejercito rebelde) naturalmente, fue muy fugaz. Inmediatamente quedamos solos; estábamos listos para marcharnos. (O para matar, que también podría ser)
Sin embargo nos avisaron que redobláramos la vigilancia, pues Eutimio (Eutimio Guerra, colaborador de los alzados acusado de traidor) estaba en los alrededores; rápidamente se le ordenó a Almeida que fuera a tomarlo preso. La patrulla estaba integrada, además, por Julito Díaz, Ciro Frías, Camilo Cienfuegos y Efigenio Ameijeiras. Ciro Frías fue el encargado de dominarlo, tarea muy sencilla, y fue traído a presencia nuestra donde se le encontró una pistola 45, tres granadas y un salvoconducto de Casillas.*
Naturalmente, después de verse preso y de habérsele encontrado esas pertenencias, ya no le cupo duda de su suerte. Cayó de rodillas ante Fidel, y simplemente pidió que lo mataran. Dijo que sabía que merecía la muerte. En aquel momento parecía haber envejecido, en sus sienes se veía un buen número de canas, cosa que nunca había notado antes. Este momento era de una tensión extraordinaria.
Fidel le increpó duramente su traición y Eutimio quería solamente que lo mataran, reconociendo su falta. Para todos los que lo vivimos es inolvidable aquel momento en que Ciro Frías, compadre suyo, empezó a hablarle; cuando le recordó todo lo que había hecho por él, pequeños favores que él y su hermano hicieron por la familia de Eutimio, y cómo éste había traicionado, primero haciendo matar al hermano de Frías —denunciado por éste y asesinado por los guardias unos días antes— y luego tratando de exterminar a todo el grupo.
Fue una larga y patética declamación que Eutimio escuchó en silencio con la cabeza gacha: Se le preguntó si quería algo, y él contestó que sí, que quería que la Revolución, o, mejor dicho, que nosotros nos ocupáramos de sus hijos. La Revolución cumplió.
Tengo que confesarte, papá, que realmente me gusta matar”. Así le contaba a su padre en una carta el 18 de febrero de 1957, describiéndole, "con lujo de detalles", la ejecución con estas expresiones, y donde llama la atención algo que dice... “Sus compañeros no querían pasarlo por las armas". Por algo sería. Sin embargo, Eutimio tuvo la fatalidad ese día de encontrarse no con un verdugo, si no con un asesino que asumió el protagonismo y tomó la iniciativa.
“Sus compañeros no querían pasarlo por las armas, pero acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola 32 con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto.
Al proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj, amarrado con una cadena al cinturón. Entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos del miedo: Arráncala, chico, total…´ Eso hice, y sus pertenencias pasaron a mi poder”.
Por suerte para Cuba, si podemos decir así, fue el error que cometió este miserable estando en Argelia en febrero de 1965, durante una conferencia internacional en la que acusó a los soviéticos de ser unos capitalistas. "Hasta aquí podríamos llegar", seguro pensó Castro. Su suerte ya estaba echada y el final lo sabe todo el mundo.
Dicen que la ley primera del Karma asegura que aquello que sembremos es lo que cosecharemos, que lo que ponemos en el Universo rebota hacia nosotros con una fuerza 10 veces más potente, aunque en este caso no sabemos si fueron diez.
Lo que sí sabemos es que murió como lo que fue, un perro. En medio de un monte de Bolivia y traicionado por su jefe, donde al igual que en la Sierra no existían las leyes, ni siquiera las sumarias que él mismo aplicó a más de 200 Cubanos como buen amante de la vida ajena que fue.