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Carmencita Doucet, primera mujer filmada por un lente cinematográfico en el mundo. |
En una crónica escrita en Nueva York con fecha 16 de julio de 1890, y publicada en el periódico del Partido Liberal de México, el apóstol José Martí dejaba reflejado la impresión que le había causado una bailaora española llamada Carmencita Doucet, que no era la enigmática gallega de su conocido poema.
Martí afirmó haber hecho cierta amistad con ella. Es por eso es que volvemos tras la historia de aquella gallega a nuestra página, y cuando decimos gallega es porque era nacida en Galicia, y no por la costumbre de llamar así a los españoles. Por eso es que creemos que la andaluza Carmencita no fue en quien se inspiró Martí para escribir su poema "La bailarina Española", escrito en New York.
Además Carmencita no era gallega si no andaluza, de Almería en concreto, con lo cual contradice la imagen que tenía Martí de la musa del poema. Además, que en una carta que le hace al Director del periódico "La Nación" con fecha del trece de noviembre de 1890, la describe así ....
"Una española con cara de virgen, amante de reyes, y que seduce con sus ojos más que por el de su canto y baile".
Esta claro que Martí no se refería a Carmencita aunque viviera en New York, entre otras cosas porque jamás una gallega bailaría una danza española con el arte de una andaluza, mientras que por otro lado la que se decía había sido amante de gente importante fue la gallega Agustina, y no Carmencita.
Según contó Agustina Otero, ella mantuvo amoríos con el mismísimo Alberto I de Mónaco, soberano que le puso un lujoso piso en París, a la vez que la inundaba literalmente de obsequios y atenciones que llegaron a superar incluso el millón de dólares, según dijo.
También aseguró que estuvo con el príncipe Nicolás de Montenegro, al mismo tiempo que mantenía otra relación con el rey Leopoldo II de Bélgica, quien también le obsequió una bonita villa campestre y una residencia en Flandes, donde el achacoso rey la visitaba de vez en cuando.
Incluso el zar Nicolás II de Rusia, último representante de la dinastía Romanof, fue otro que supuestamente cayó rendido a sus encantos. Es más, ya en pleno siglo XX y siendo una mujer madura y bastante rica, llegó a hipnotizar al monarca Alfonso XIII "El Africano", que por demás era un adicto a las faldas.
En cuanto a la Carmencita, que nació en 1868 y que a decir del historiador de cine Charles Musser, fue la primera mujer en aparecer frente a una cámara del cine mudo de EEUU en una película de 21 segundos filmada en 1910, cinta que se encuentra a buen recaudo en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, es considerada como la artista española más fotografiada de todo el final del siglo XIX.
En fin, que nacida pobre en Las Almadrabillas, fue gracias al lente de Edison, y a sus dotes interpretativas, la primera mujer del mundo protagonista de una cinta cinematográfica, aunque solo fueran imágenes en movimiento y sin audio. Por tanto, descartamos casi seguro que haya sido ella la enigmática musa de Martí.
AGUSTINA, LA BELLA OTERO
No solo ella, ninguno de sus cuatro hermanos conoció padre alguno. Constatado está también que con apenas 10 años fue violada por un tal Conainas, el zapatero de su pueblo, que se dio a la fuga dejándola en muy grave estado con la pelvis rota, y abandonada en un camino en las afueras de la aldea.
"Es una condesa, pero algunas personas dicen que esta asombrosa joven española se llama a sí misma simplemente Otero y por el baile dejó su título nobiliario a un lado".
El galán francés Maurice Chevalier, acostumbrado a "calar todo tipo de mujeres" no se sintió confundido con la gallega cuando escribió lo siguiente: “Todo en ella se reducía a sexo, sólo a sexo”.
Poema de José Martí
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega;
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiera un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.
Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es una rosa la boca;
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro...
Baila muy bien la española,
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a un rincón
El alma trémula y sola!
Aunque menos diestra quizás, Agustina Otero Iglesias resultó ser la perdición de muchos hombres. Entre ellos José Martí, que aunque no la tuvo entre sus brazos, o al menos se supone, sí quedó prendado de su hermosura. Agustina nació el 19 de diciembre de 1868 en Valga (Pontevedra) provincia de Galicia, aunque ella aseguraba haber llegado al mundo el 4 de noviembre.
Se dijo que aseguró facetas de su vida que nadie pudo ni probar ni rebatir, con lo cual es muy probable que algunas de aquellas historias hayan sido inventos suyos. Su niñez fue bien difícil en aquella Galicia del siglo XIX, más como hija de madre soltera, de modo que la miseria y el abandono fueron constantes en su vida.
Y es aquí donde Agustina se inventa la primera mentira de sus memorias, en este caso redactada por Claude Valmont en 1920, al señalar que su madre era una exitosa bailarina gitana y su padre, al cual nunca conoció en realidad, un aristócrata militar del ejercito griego.
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Agustina Otero Iglesias |
Fue tan brutal el ataque, que como consecuencia quedó estéril según rezaba en el parte medico del hospital de los Reyes Católicos fechado un seis de agosto de 1879.
Pese a todo, Agustina supo salir adelante de la mejor manera que pudo, encandilando a los hombres como prostituta y bailarina en la ciudad de Barcelona, pero no como Agustina, sino con el nombre artístico de Carolina Otero. Tuvo la suerte de que el empresario estadounidense Ernest Jurgens se fijara en ella en 1889.
No solo se fijó, se enamoró de ella, y la inició en el negocio del baile flamenco, haciéndola pasar como si fuera una real bailaora gitana. Otra de sus fábulas fue que a los 12 años se había enamorado de un aristócrata italiano, pero que el arte le había obligado a renunciar a su amor. Total que debutó en Nueva York en septiembre de 1890, y el diario "Evening Sun" publicó lo siguiente:
Misión cumplida, ya estaba creado el personaje. Fue en América donde el público la apodó como "La Bella Otero", y desde entonces fue protagonista de aquellos cantes mas sensuales que otra cosa. Gallega al fin, le costaba bailar, así que su técnica se centró más en lo sensual, supliendo con la picardía de sus movimientos sus carencias técnicas.
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La bella Otero |
La bella Otero engañó a casi toda aquellos burgueses paletos, y se vengó de los hombres como pudo. Cuando estuvo bien de dinero abandonó a Jurgens, que acabó el pobre en la ruina y suicidándose en una lúgubre pensión.
De hecho, Agustina fue la causante de que otros seis hombres decidieran quitarse la vida por ella, motivo por el cual le llamaron ‘La sirena de los suicidios’. A los 50 años optó por refugiarse en la ciudad francesa de Niza, manteniéndose apartada de la vida social y artística, oculta prácticamente, lejos de la vista de todos, como para mantener intacta la memoria de su hermosura.
Allí vivió el resto de sus años, hasta que el 12 de abril de 1965 fallece a los 96 años. Como dice Martí en su poema, la gallega se fue de este mundo trémula y sola, rodeada de sus recuerdos en aquella modesta pensión tras arruinarse en los casinos de Mónaco. En su habitación habían miles de recortes de periódico, que le recordaban un pasado que no había sido tan feliz como creían.
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En la foto Martí junto a su amigo Fermín Valdés. EEUU, 1894 De pie Francisco, el hijo de Máximo Gómez. |
Poema de José Martí
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega;
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiera un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.
Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es una rosa la boca;
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro...
Baila muy bien la española,
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a un rincón
El alma trémula y sola!