Como se conoce, la condesa de Revilla Camargo fue una de las grades socialité de la etapa republicana en Cuba. Nació un veintiuno de julio de 1880 en el seno de una familia poderosa del mundo azucarero.
Era la dueña de la impresionante mansión situada en el numero 502 de la calle 17, en el vedado, donde se encuentra hoy el museo de artes decorativas de La Habana. ¿Su nombre?, María Luisa Gómez-Mena y Villa. Su título de condesa le vino por su matrimonio en 1902 con el emigrante español Agapito de la Cagiga y Aparicio, natural de la localidad de Revilla de Camargo, en Santander, Cantabria, poseedor del título de Conde por voluntad de su majestad Alfonso XIII en 1927.
Agapito tenía otros dos hermanos, Eulogio y José María, este ultimo había sido colaborador de la revista «La Montaña», donde publicaba sus trabajos con el seudónimo de «José de Revilla y Camargo», de ahí lo del condado. Por su parte, Doña María Luisa era, como es de suponer, una de las mujeres más ricas de Cuba y su casa, un tesoro descomunal, recibía a grandes figuras de entonces. Desde el rey Leopoldo III de Bélgica, los Condes de Barcelona, los Duques de Windsor y los Duques de Alba.
En esta imagen, de "Vintage Cuba", se aprecia al Duque de Windsor, de la real familia Británica, acompañado de doña Marita Mederos, esposa de Jose Ignacio Rivero Hernández, el ultimo director y dueño del Diario de La Marina, a continuación doña Tina Sarrá de Sánchez y Marie Teresa (Nena) Velasco Sarrá de González y Gordon, la dueña del Palacio Velasco - Sarrá, el impresionante edificio donde se encuentra hoy la embajada de España en la Habana, en tanto que en el extremo derecho - conversando - se ve a la condesa de Revilla de Camargo.
Pero más allá de resaltar su invaluable patrimonio, nos gustaría decir que con la condesa se produjo otro hecho muy curioso, que como pasó con la famosa carta del ex dueño de Bohemia Miguel Ángel Quevedo de Venezuela, y que muchos han puesto en duda, aquí sucedió algo parecido.
También se dijo que atesoraba más de treinta y tres mil obras de arte provenientes de todo el mundo, como una colección de 94 abanicos de nácar, marfil o madera, juegos de tocador de plata, marfil y porcelana, cristal de Bohemia, Val Saint Lambert, Bacarrat y Moser, incluso los bordes de las piezas del baño eran de oro puro.
En esta imagen, de "Vintage Cuba", se aprecia al Duque de Windsor, de la real familia Británica, acompañado de doña Marita Mederos, esposa de Jose Ignacio Rivero Hernández, el ultimo director y dueño del Diario de La Marina, a continuación doña Tina Sarrá de Sánchez y Marie Teresa (Nena) Velasco Sarrá de González y Gordon, la dueña del Palacio Velasco - Sarrá, el impresionante edificio donde se encuentra hoy la embajada de España en la Habana, en tanto que en el extremo derecho - conversando - se ve a la condesa de Revilla de Camargo.
Pero todo sueño tiene un despertar, y el de la condesa no fue nada agradable que digamos. Nada menos se produjo la llegada al poder de Fidel Castro, la condesa sufrió la pérdida de la mayoría de sus bienes que no pudo llevarse a España. Según un artículo de la revista Bohemia, los condes buscaron refugió en la residencia del embajador español en la Habana, donde también se encontraba ya el Dr. Juan J. Remos, embajador de Cuba en Madrid, junto a cuatro miembros de su familia; doña María García, esposa del contraalmirante Rodriguez Calderón, jefe del estado mayor de la Marina de Guerra que huyó en el avión con Fulgencio Batista, y su hijo Carlos.
La condesa dejó piezas de arte chino, japonés, francés, inglés, español, esculturas en bronce y mármol, tallas en madera, mamparas orientales, delicada platería, herrería, destacando una inmensa alfombra persa, un viejo reloj del rey Luis XIV y un secreter que perteneció a María Antonieta, la reina consorte de Navarra, guillotinada por los franceses en 1793.
La condesa de Revilla de Camargo murió el 18 de octubre de 1963 a la edad de 83 años, en la provincia de Burgos, España, y fue sepultada en el cementerio sacramental de San Justo, justo al lado del San Isidro en Madrid, mismo campo santo donde se encuentra el panteón de la familia Batista.
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Condesa de Revilla Camargo |
En este caso, como fue el de Miguel Ángel, se trata de una carta que igualmente dio a conocer en su exilio de Miami el periodista cubano - ya fallecido - Carlos Alberto Montaner. La misiva que la condesa dedicó -supuestamente- al tirano Fidel Castro fue dada a conocer llamativamente por Montaner cuando ya la doña no se encontraba en este plano existencial, con lo cual, y como pasó con la otra, tampoco pudo ser rebatida.
Bueno, recordamos que la de Miguel Ángel si fue rebatida por su propia hermana, que puso en duda esa "supuesta amistad" con Montaner tan cercana como para dedicarle personalmente a él sus ultimas reflexiones antes de propinarse el disparo, lo que ha convertido al finado periodista, por derecho propio, en el cartero más célebre de la historia cubana. Aún así, la carta no tiene desperdicio, con lo cual se la dejamos a continuación para su disfrute.
Doctor Fidel Castro:
Fíjese que le digo "doctor" en vez de "señor". Y no se asombre. Estoy dispuesta a llamarle "Premier", "Comandante", "Presidente" y todo eso a lo que, de un modo u otro, "se llega". Pero jamás le diría "señor", porque a eso no "se llega", se nace. Y usted no nació señor, doctor.
Fíjese que le digo "doctor" en vez de "señor". Y no se asombre. Estoy dispuesta a llamarle "Premier", "Comandante", "Presidente" y todo eso a lo que, de un modo u otro, "se llega". Pero jamás le diría "señor", porque a eso no "se llega", se nace. Y usted no nació señor, doctor.
Esta última coma lo explica todo; desde su inferioridad congénita hasta la destrucción de nuestra Patria. Porque las comas, doctor, tienen demasiada importancia en nuestro lenguaje; ese mismo lenguaje que usted estropea y destruye con idéntica crueldad con que destruye y estropea las demás cosas.
Pero observe que una coma mal colocada, puede transformar no solo la Gramática, sino hasta la Historia, puesto que si en vez de decir: "y usted no nació señor, doctor", dijera "y usted no, nació señor, doctor", estaría ofendiendo a los señores, a Cuba y a Dios, Nuestro Señor. Y ya, con las comas y los puntos en su sitio, pasemos a tratar sobre un tema que a usted le enfurece y a mí me entretiene y hasta me divierte: la crónica social.
La otra noche la emprendió usted contra los cronistas y contra la sociedad. Sobre todo, contra la sociedad. Se explica: ese es el único "latifundio" destruido y confiscado sin perjuicio de su familia.
¡Oh, ese odio suyo a la sociedad! Es irreconciliable. ¿Cómo se puede andar por la vida con tanto odio a cuestas? Es incomprensible. Y más aún en quien —como usted— ha tenido que escalar, porque todo lo ha obtenido escalando y trepando. ¿No le pesaba demasiado el odio? ¿No le estorbaba? Pregunta ingenua. No le estorbaba.
La otra noche la emprendió usted contra los cronistas y contra la sociedad. Sobre todo, contra la sociedad. Se explica: ese es el único "latifundio" destruido y confiscado sin perjuicio de su familia.
¡Oh, ese odio suyo a la sociedad! Es irreconciliable. ¿Cómo se puede andar por la vida con tanto odio a cuestas? Es incomprensible. Y más aún en quien —como usted— ha tenido que escalar, porque todo lo ha obtenido escalando y trepando. ¿No le pesaba demasiado el odio? ¿No le estorbaba? Pregunta ingenua. No le estorbaba.
De haberle estorbado, lo habría suprimido. Como ha suprimido cuanto le ha estorbado. Desde Camilo Cienfuegos, hasta la "patria potestad" que, de hecho, ya está suprimida, o trasladada como "función social" del Estado. Usted, doctor, lo odia todo. Pero es lógico: odia lo que nunca tuvo y nunca tuvo nada.
Si no me inspirara tanta repugnancia sentiría por usted una profunda lástima y hasta humana compasión. ¡Si se viera! ¡Es tan abominable! Es tan repulsivo que ha logrado que la humanidad llegara a sentir por usted lo que usted siempre ha sentido por la humanidad: asco, repulsión y desprecio.
Por eso, la otra noche, cuando desbarrando bajo la lluvia —porque llovía torrencialmente— usted lanzaba contra la sociedad cubana los dardos envenenados de sus insultos y calumnias, hube de transportarme —transporte mental, no se haga ilusiones— a mi residencia del Vedado, robada y tiznada por el "Premier Alí Babá y sus cuarenta mil ladrones".
Y eché a volar la imaginación. Lo vi a usted, en mi mesa, con seis milicianas, dos rusos, un chino, —el chino no era Kuchilán— dos checoslovacos y Almeida. Comiendo al estilo ruso, de la Rusia de hoy, donde todas las groserías están previstas. No a la rusa, como siempre se sirvió mi mesa, que era el estilo fino y elegante de la Rusia aristocrática y tradicional, cuyas elevadas costumbres no murieron bajo la metralla criminal que exterminó al Zar y a toda su familia.
Los vi metiendo las manos en los platos de caviar y llevándolas a las grandes bocas insaciables, tratando de limpiarse después, bocas y manos, en el mantel. También vi a la plebe, con su jefe nato presidiendo la mesa, tomarse mi champán. El champán de mis bodegas. Y no lo sorbían, lo volcaban sobre las fauces, como si lo arrojaran al vertedero.
Los comentarios de los alfabetizadores no tenían desperdicios. Una de las milicianas decía:
—Esas "bolitas" (caviar) no me gustan. Parecen uvitas con sabor a pescado.
Y otro remataba:
—Yo quiero cerveza o ron. "Esto" está muy amargo. Pa’ mí que esta sidra se ha echao a perder con tanto tiempo guardada ahí.
Almeida aprovechó para poner el diálogo en su salsa:
—La verdá, compañero Fidel, yo prefiero la carne con papas y los huevos fritos con arroz. En estas comidas “fistas” se queda uno como si no hubiera comido.
Y usted no dijo nada, Fidel, porque decir algo le hubiese llevado mucho tiempo. Porque uno de los rusos se lo hubiera tenido que traducir al compañero ruso, a los compañeros checos y al compañero chino. Y eso le iba a embargar demasiado el tiempo que usted necesitaba para algo que advertí en sus ojos: el propósito de salir de allí, lo más pronto posible, para sumergirse en una fonda de chinos y "banquetearse" con un suculento plato de arroz frito, con chop suey y mariposas fritas.
No se extrañe, doctor Castro, "gato no come tomates". Y la chusma —como si pesara sobre ella una maldición— es alérgica al champán, al caviar, a la mantelería de hilo y las cristalerías de Bohemia o de baccarat. Por eso mi casa le es tan adversa a usted y los suyos, como los suyos y usted, a mi casa. Es una consecuencia lógica. Y hasta una represalia justa.
A mí me da náuseas su peste.
Y a usted mi perfume.
El olfato me absolverá.
Usted me lo ha robado todo. Usted ha detentado mi casa. Usted ha convertido mi residencia en un chiquero.
¡Ah, pero en el pecado lleva la penitencia!
En mi casa —donde quiera— hay cosas finas y olor a limpio y a decencia.
¿Se asustó la primera vez que entró en ella, verdad?
¡Vea usted mi venganza!
Todos los ladrones, cuando entran en una casa, asustan a los dueños de la casa. Y esa es mi venganza: usted es el único ladrón que al entrar ha sido el asustado.
¿Le parece poca mi venganza?
A mí, Dios me perdone, me parece excesivamente cruel.
De usted, con todo mi perfume,
Condesa de Revilla de Camargo
Por eso, la otra noche, cuando desbarrando bajo la lluvia —porque llovía torrencialmente— usted lanzaba contra la sociedad cubana los dardos envenenados de sus insultos y calumnias, hube de transportarme —transporte mental, no se haga ilusiones— a mi residencia del Vedado, robada y tiznada por el "Premier Alí Babá y sus cuarenta mil ladrones".
Y eché a volar la imaginación. Lo vi a usted, en mi mesa, con seis milicianas, dos rusos, un chino, —el chino no era Kuchilán— dos checoslovacos y Almeida. Comiendo al estilo ruso, de la Rusia de hoy, donde todas las groserías están previstas. No a la rusa, como siempre se sirvió mi mesa, que era el estilo fino y elegante de la Rusia aristocrática y tradicional, cuyas elevadas costumbres no murieron bajo la metralla criminal que exterminó al Zar y a toda su familia.
Los vi metiendo las manos en los platos de caviar y llevándolas a las grandes bocas insaciables, tratando de limpiarse después, bocas y manos, en el mantel. También vi a la plebe, con su jefe nato presidiendo la mesa, tomarse mi champán. El champán de mis bodegas. Y no lo sorbían, lo volcaban sobre las fauces, como si lo arrojaran al vertedero.
Los comentarios de los alfabetizadores no tenían desperdicios. Una de las milicianas decía:
—Esas "bolitas" (caviar) no me gustan. Parecen uvitas con sabor a pescado.
Y otro remataba:
—Yo quiero cerveza o ron. "Esto" está muy amargo. Pa’ mí que esta sidra se ha echao a perder con tanto tiempo guardada ahí.
Almeida aprovechó para poner el diálogo en su salsa:
—La verdá, compañero Fidel, yo prefiero la carne con papas y los huevos fritos con arroz. En estas comidas “fistas” se queda uno como si no hubiera comido.
Y usted no dijo nada, Fidel, porque decir algo le hubiese llevado mucho tiempo. Porque uno de los rusos se lo hubiera tenido que traducir al compañero ruso, a los compañeros checos y al compañero chino. Y eso le iba a embargar demasiado el tiempo que usted necesitaba para algo que advertí en sus ojos: el propósito de salir de allí, lo más pronto posible, para sumergirse en una fonda de chinos y "banquetearse" con un suculento plato de arroz frito, con chop suey y mariposas fritas.
No se extrañe, doctor Castro, "gato no come tomates". Y la chusma —como si pesara sobre ella una maldición— es alérgica al champán, al caviar, a la mantelería de hilo y las cristalerías de Bohemia o de baccarat. Por eso mi casa le es tan adversa a usted y los suyos, como los suyos y usted, a mi casa. Es una consecuencia lógica. Y hasta una represalia justa.
A mí me da náuseas su peste.
Y a usted mi perfume.
El olfato me absolverá.
Usted me lo ha robado todo. Usted ha detentado mi casa. Usted ha convertido mi residencia en un chiquero.
¡Ah, pero en el pecado lleva la penitencia!
En mi casa —donde quiera— hay cosas finas y olor a limpio y a decencia.
¿Se asustó la primera vez que entró en ella, verdad?
¡Vea usted mi venganza!
Todos los ladrones, cuando entran en una casa, asustan a los dueños de la casa. Y esa es mi venganza: usted es el único ladrón que al entrar ha sido el asustado.
¿Le parece poca mi venganza?
A mí, Dios me perdone, me parece excesivamente cruel.
De usted, con todo mi perfume,
Condesa de Revilla de Camargo