El cabo del ejército cubano, Jose Cipriano Rodríguez, alias "Pepe Caliente", natural de la provincia de Matanzas, fue conocido durante la época de la dictadura de Batista por ser uno de los supuestos represores de la población civil. 

Existe una teoría un tanto rara que plantea que las fuerzas castristas le perdonaron la vida. Muy rara. Habría que ver familia de quien era ese cabo, porque aquellas hordas sedientas de sangre no se detenían ni ante un simple y miserable chivato. La historia, que no afirmamos ni negamos, cuenta que asesinó a dos hermanos delante de una multitud de personas. Raro también, habida cuenta que sabría perfectamente lo que le caería encima.

A esta altura ya no sabemos si esa leyenda urbana o real, o si llevaba la intención de justificar de alguna forma este apresurado ajusticiamiento. De todas formas suponiendo que haya sido cierto que era un asesino, el tribunal que lo juzgó y lo condenó al paredón no le dio ni veinticuatro horas para que pudiera ejercer su apelación como demanda la justicia en los países civilizados. 

Se llegó a decir incluso, que tuvo que ser así para evitar linchamientos, cuando en realidad aquel diecisiete de enero de 1959 al que lincharon fue al cabo precisamente. ¿Es que acaso una celda en el castillo de San Severino no era suficiente para mantenerlo aislado del supuesto pueblo enardecido?.

La constancia gráfica de ese día se la debemos al fotorreportero de la UPI, Andrew López, que ganó el Premio Pulitzer por las imágenes que logró de este cabo mientras se dirigía a su ejecución acompañado del pelotón de fusilamiento y del consuelo religioso del padre Lorenzo del Castillo. 


Es cierto que en aquel régimen hubo asesinos, como los puede haber ahora igual si le dan la oportunidad de demostrarlo, y supongamos que haya sido así y que merecía la pena que le impusieron, pero violar los procedimientos jurídicos de un reo no hace más justiciero a sus captores. Nada le inhibía de hacer uso de sus derechos, y menos el de una apelación que, con apenas veinticuatro horas para revisar un caso de pena de muerte, fue poco menos que un chiste. La apelación es un proceso está establecido para eso, para que la pena se aplique con todos los rigores de la ley. 

Ese corto espacio de tiempo no alcanzaba -ni remotamente- para que un tribunal de apelación evaluara transcripciones, evidencias y documentos de la corte de primera instancia, y llegado el caso decidiera si los jueces actuantes cometieron algún error que debería ser reparado.  Que sepamos, a Fidel Castro y sus seguidores se le respetaron sus derechos durante un juicio por asesinato igualmente, ocurrido en 1953 tras el asalto del cuartel Moncada en Santiago de Cuba. 

Hasta le permitieron asumir su propia defensa y soltar una de aquellas históricas monsergas que duró varios minutos. Esta fue una historia más de aquellas sangrientas jornadas que se sucedieron a su triunfo, no solo Rodríguez, cientos o quizás miles de ex batistianos y simpatizantes de aquel régimen, fueron pasados por las armas en medio de una delirante atmósfera de venganza.