EL TIMO DEL ESPAÑOL INCOGNITO

El valenciano Andrés Perelló y el Conde Koma. // 

En 1912 visitaron La Habana cuatro destacados judokas japoneses, se hacían llamar "Los cuatros emperadores". Sus nombres eran Mitsuyo Maeda, conocido mundialmente como "El Conde Koma", Ono Akitaro, Satake Nobushiro e Ito Tokugoro. El primero de ellos protagonizó uno de los timos más famosos de la época en la Habana.

Fue recreado por el destacado cronista Carlos Robreño, hermano de Eduardo Robreño, hijos de Gustavo Robreño Puentes, una de las figuras emblemáticas del teatro cómico Cubano, autor de numerosas obras del bufo como "Tin-tan te comiste un pan" y "El velorio de Pachencho", entre muchas otras.

En la reseña, Carlos dejó constancia de una de estas exhibiciones en su sección del periódico El Mundo, "Cositas antiguas". (Estilo y ortografía de la época). Solo añadir que Mitsuyo Maeda había sido alumno directo del gran Jigoro Kano, y solía hacer giras mundiales. En varias de ellas visitó la Habana y allí enfrentó distintos rivales, algunos de dudosa procedencia, como fue el caso. 

Solo añadir que su apodo de "Conde Koma" se lo puso la canalla en España debido a su pobreza, "estaba en coma", de ahí el origen del apodo, no obstante llamó la atención con sus habilidades - entonces bastantes desconocidas - en diversos teatros de este país. Pese a estas exhibiciones que no eran del agrado para nada de los japoneses, le fue conferido el séptimo dan.


                          EL TIMO DEL ESPAÑOL INCOGNITO


Muchos "timos" se han puesto en práctica desde que el mundo es mundo y todavía en la actualidad con frecuencia sabemos de algún infeliz provinciano que ha sido víctima del engaño de la "guitarra" o el de la limosna, a pesar de ser ambos muy conocidos.

Sin embargo, puede asegurarse que ninguno ha tenido las enormes proporciones, dado que alcanzó a una población entera que aquel tramado y llevado a vías de hecho, durante el año 1921 sobre el escenario del llamado teatro Nacional de los gallegos, pues a este centro regional pertenece.

En aquella época, estaba en boga la lucha libre o "catch as catch can" que venia a ser una degeneración de la clásica greco-romana, pero sin alcanzar los ribetes bufonescos del actual Pancracio y sus derivados. Y si el toreo tuvo en sus comienzos la rivalidad de las escuelas sevillana y cordobesa y eran Frascuelo y Lagartijo los que se dividían la simpatía popular, estas competencias del colchón conocía de dos ídolos a la par: Stanislau Zbvsco y "Strangled" Lewis. 

Aprovechando tal interés deportivo se presentó un buen día sobre la escena de nuestro máximo coliseo una "trouppe" de semejantes luchadores, en la cual se incluía un defensor de los colores franceses: Raúl de Rohuen, un estilista norteamericano: Cutler: el irlandés MeGee; el exagerado portugués, poseedor de grandes mostachos: Silva: un austríaco y un alemán: un ruso apellidado Lutoff y como figura estelar el apolíneo Wladek Zbysro, hermano de Stanislau. 

Como organizador y manager social fungía un señor de aspecto respetable: amplia calva, elegantemente trajeado a la inglesa y un inseparable monóculo. Nos referimos a Andrés Perelló de Segurola, que en sus años mozos había actuado como cantante en el "Metropolitan Opera House".

El "show" fue montado dignamente y para darle mayor teatralidad, oficiaba de anunciador un veterano actor: Pepe Berrio padre de nuestras admiradas Lolita y Pepita del mismo apellido, que en todo momento le daba a sus palabras la gravedad que exigiría un drama de Echegaray.

Perelló, ducho en achaques teatrales, sabía lo que estaba leyendo y cuando al final de la noticia preguntó a la concurrencia si ésta concedía su venia, un "si" clamoroso en medio de una cerrada ovación fué la cálida respuesta. Pero las muchedumbres son caprichosas y el espectáculo no acababa de interesar, pese a que el moscovita Luttoff ofreció la nota emotiva al morir instantáneamente dentro de su camerino, después de haber torcido junto a su cuello un largo rail de acero. 

Y una noche en que los espectadores apenas si hablan ocupado media sala del antiguo Tacón, se adelantó Perelló de Seguróla hacia el respetable —entonces se le decía respetable— para leerle una carta en la que un "comerciante arraigado en New Orleans, pero de paso por La Habana y cultivador de dicho deporte, pedía permiso para actuar en tal torneo si se lo permitían, teniendo en cuenta que ya había comenzado la competencia". Y firmaba con un pseudónimo que prontamente iba a popularizarse en grado superlativo: "Español Incógnito". 

La colonia española en Cuba era entonces numerosísima y aún no dividida por los apasionamientos de la guerra civil posterior, formaba una masa compacta e indivisible muy fácil de manejar con un repiquetear de castañuelas y unas cintas rojas y gualdas flotando al viento.

Y en esta ocasión el experimento no 'falló tampoco y dio el; resultado apetecido, pues la sala del amplio "Nacional" se colmaba todas las noches, de bote en bote, para admirar y aplaudir al bravo "Español Incógnito" derrotando adversarios y más adversarios por medio de llaves que a veces lucían fantásticas.

Y fué tanto el fanatismo despertado por dicho gladiador que en vano fué que al vecino Payret viniera otro grupo de luchadores con el campeón mundial de lucha greco-romana Constan Le Marin al frente y de lugarteniente el vascongado Ochoa. verdadero dueño de ese titulo en la Península. La colonia hispana aqui residente seguía prodigando su simpatía hacia el primero, no sabemos si por considerarlo más español o más incógnito.

Barridos ya todos los contrarios conocidos, se le enfrentó con el famoso Conde Koma, el invencible Yamato Maida que nos visitaba por segunda vez y agotada la escala de las emotividades en sus distintos encuentros con el ágil japonés, el Español Incógnito tuvo también como rivales a un oso del Circo Santos y Artigas, al león Samson y hasta a un resignado kanguro.

Después, el fanatismo fue decreciendo, sobre todo cuando se fue filtrando el rumor de que aquel valeroso atleta, del cual fuimos después buenos amigos, era rumano de nacimiento, no se había ganado la vida durante mucho tiempo en España y se llamaba Pablo Álvarez como "extra", debido a sus conocimientos de jiujitsu en las películas que se filmaban en Hollywood y en las cuales se incluían escenas de riñas tumultuarias.

Pero ya era tarde. El "Español Incógnito" había timado a toda una población con una nacionalidad y una champion habilidad que nunca había poseído.



Por Carlos Robreño (Con su esposa y sus dos hijos)
Sección "Cositas Antiguas" del periódico El Mundo
Sábado 12 de mayo de 1956.
Archivo del historiador Emilio Roig de Leuchenring.