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| Fulgencio Batista y su segunda esposa Marta Fernández de Batista. // |
Con la llegada al poder de Fulgencio Batista las relaciones entre España y Cuba llegaron a su más alto nivel de consolidación, luego de varios años de intensos tropiezos y reajustes desde la fundación de la república.
Un hecho curioso: cuatro dictadores en el poder, por España, Miguel Primo de Rivera y luego Francisco Franco, y por Cuba, la dicta blanda de Gerardo Machado y la de Batista en 1952, serían los encargados de disipar el mal sabor dejado por la pérdida de la "siempre fiel isla de Cuba".
En un contexto totalmente diferente al de Machado, que fue un brigadier que peleó por la libertad de Cuba en el siglo XIX, la actuación de Batista respondió más a su entrega desmedida a los dictámenes de Washington que a un verdadero interés por el renacimiento del espíritu hispano en la isla.
La militante posición anticomunista de Francisco Franco aceleró el proceso, y en esta ocasión el dictador cubano no mostró simpatías conciliadoras por el exilio republicano español como en su primera etapa de gobierno. De un plumazo borró su pasado y maniató, sin resentimiento, a todos los desafectos al franquismo dejando el terreno libre a los protagonistas del nuevo diseño cultural y comunitario de la "Nueva España".
Los viajes de placer y de negocios, los intercambios académicos y estudiantiles, la concesión de becas de estudios, las misiones culturales, la celebración de congresos, los estímulos morales, etcétera, le dieron un colorido particular a esta etapa de consolidación que no perdió su brillo a pesar de las fuertes críticas de los comunistas cubanos, y del grupo antifranquista reducidos al salón de espera de la historia.
La alianza diplomática y cultural afianzó entonces la económica. Luego de varios años de incesantes conversaciones, la dictadura batistiana hizo realidad uno de los grandes anhelos de la elite tabacalera cubana y de los representantes del comercio hispano vinculado a ella: la firma de un nuevo tratado comercial y de pagos que dejó sin vigor al de 1927, y que puso fin a otro momento de tensión entre ambas naciones.
Como muestras de simpatías e intereses comunes, Batista rompió, asimismo, con la mantenida política abstencionista de la delegación cubana en la ONU con respecto al caso español, y batió palmas por el fin del ostracismo internacional de su más fiel aliado en Europa. Franco, por su parte, afianzó su predilección por la isla y desarrolló, incluso, una cuestionable tolerancia hacia ella a partir del uno de enero de 1959.
Contrario a lo que muchos esperaban y a lo que la lógica de los acontecimientos imponía, el caudillo hizo oídos sordos a la petición de ruptura diplomática con el naciente gobierno revolucionario delos hermanos Castro y potenció, por encima de las diferencias ideológicas, los lazos históricos y espirituales que unían a las dos orillas del Atlántico.
HIJA DE GALLEGOS
En 1953, Fulgencio Batista cumplía un año en la presidencia de Cuba tras un golpe de estado y en la Galicia profunda la señora Remedios Fernández vivía con su padre agricultor y sus hermanos en la parroquia de San Fiz, en la Chantada de Lugo. Como muchas otras familias, la emigración había desperdigado la suya por medio mundo, y en la mayor de las Antillas prosperaba un hermano de su padre.
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