.

MAMBISES OLVIDADOS: JOSE ANTONIO LEGÓN


Este hijo de África fue Cubano por adopción y en el sentido que más honra esa palabra, fue esclavo, fue capitán, fue héroe y fue mártir. Eso solamente bastaría para ennoblecer su nombre y su recuerdo, pero merece más alguien como José Antonio Legón que hizo tanto por la dignificación de la República cubana, derramando su sangre generosa en los combates donde ganó su fama y grandeza.

Legón nació en África donde vivió hasta la edad de dieciocho ó veinte años que fue secuestrado y llevado a América en un barco español negrero junto con cientos de compatriotas más. Los alijaron en una playa desierta y montañosa de l zona de Yaguajay, jurisdicción de San Juan de los Remedios, allá por los años de 1860 o por ahí.

Los ingenios y potreros de aquellas comarcas se disputaron y repartieron el lote esclavo de aquellos infelices africanos, y José Antonio, nuestro héroe, fue con otro compañero de expedición a parar a manos de don José Mariano Legón, un rico propietario de la comarca de Sancti Spíritus. 

Don José Mariano Legón contaba con una media docena de esclavos, criados domésticos, como la mayor parte de los que servían en aquellas especies de fincas, pero que comparado con los que cortaban la caña el trato, disfrutaban de más reposo e incluso cierta libertad relativa.

En la finca “Las Delicias”, Legón aprendió todas las tareas inherentes a las fincas-potreros, de modo que al poco tiempo era un perfecto hombre de campo, pero en lo que más se distinguió desde el primer año de su residencia en “Las Delicias” fue como jinete, llegando a ser un montero consumado. A partir del año de 1869, y ya muerto don José Mariano Legón, José Antonio ingresó en una de las partidas sueltas que operaban por la jurisdicción de Sancti Spíritus.

Ágil jinete, como se ha dicho antes, muy pronto se empezó a distinguir como guerrillero armado de un Winchester que aprendió á manejar bien, y con el cual hacía blanco en cada tiro que hacía. Así pasaron esos dos años de 1869 y 1870 sin añadir nada a su fama; pero en 1871 y con él el forzoso abandono del territorio de las Villas, empieza la página brillante de aquel gran guerrillero cubano.

Con tres ó cuatro hombres más parecidos a él, todos cabalgando en briosos caballos y armados de excelentes rifles, sembraron por espacio de cuatro años el terror en la guardia civil, y en las guerrillas españolas que vagaban por la región pacificada de Sancti Spíritus.

Considérense entonces la cantidad de intrigas, celadas, traiciones, infamias y sobornos que el Gobierno español pondría en juego para deshacerse de él, pues Legón era el corazón de una comarca pacificada, reconstruida y acobardada por la amenaza constante y brutal del déspota vencedor. De todo criminal hizo triunfó José Antonio, no ocultándose del adversario que combatía, sino peleando audazmente y haciéndolos morder el polvo a cuanto temerario se puso al alcance de su certero rifle.

De ese modo logró el héroe hacerse respetar de sus enemigos, que empezaron a ver en él al hombre capaz de vender cara su vida por la justicia de su causa. Y los cubanos que vivían pacíficos entre los españoles eran sus amigos, le daban en todos sus actos y desde el fondo del corazón, el voto de sus simpatías y cariño.

José Antonio era el jefe natural de aquellos cuatro hombres, que en el desamparo y abandono de los suyos, ausentes en otras regiones, juraron venderse caros y seguir vengando a Cuba del ultraje de la dominación extraña. La astucia puesta al servicio del corazón, la intrepidez al lado de la generosidad, el desdén en el aislamiento, la resolución por la ira, la bravura temeraria fue parte de la heroica semblanza de aquel temible luchador.

En todas partes se le veía almorzaba con tres hombres, ya ocupaba más allá dos caballos a la tropa española, o en tal camino real mataba dos o tres civiles apoderándose de sus rifles y caballos. Por la noche penetraba en un poblado enemigo, compraba en un establecimiento español lo que necesitaba, y asomado después a la puerta de un baile, permanecía allí una hora oyendo la música y viendo bailar a los oficiales españoles.

Ninguno de los escasos insurrectos que por allí había, se atrevía a tales proezas. Lo cierto fue que José Antonio Legón era el espanto de sus enemigos y el héroe ejecutor de los cubanos. Abandonó el territorio de Sancti Spíritus y se presentó en Camaguey poniéndose al mando Máximo Gómez al que terminó diciéndole:

— “Aquí estoy con usted para todo lo que usted me mande hacer”; y le refirió punto por punto cuanto había hecho con sus tres compañeros, y sin saber nada de la Revolución que ya existía en Oriente y Camagüey. Jiménez lo abrazó con ternura y lo colocó á su lado como á uno de sus más íntimos amigos y valerosos subalternos.

Desde aquel día comenzó a distinguirse notablemente en una serie de gloriosas acciones de guerra, durante la invasión de ese territorio por el general Máximo Gómez en 1875. José Antonio siguió prestando sus servicios de oficial en los cuerpos de caballería veterana, distinguiéndose en los primeros momentos de la invasión en el célebre “Paso de Castaño”, donde el fiero brigadier José González Guerra, era el primer hombre de vanguardia.

En ese célebre vado cargó machete en mano y entró el primero en las filas enemigas, ocasionando un gran destrozo en ellas. Después, los innumerables combates que señalaron gloriosamente la invasión y campaña de las Villas en los años de 75, 76 y 77, registran con brillantez el nombre de José Antonio Legón.

En la recia campaña que las Villas sostuvieron contra las huestes del general español don Arsenio Martínez Campos en el año de 1877. Allí, en la acción de Manquitas, fue herido gravemente en una pierna. Una vez recuperado de esa herida y ya con los grados de capitán, se incorporó de nuevo a la escolta de caballería del brigadier Francisco Jiménez, su antiguo jefe.

En diciembre de ese año, junto a Jiménez tomó parte en una macheteada que ese afamado jefe dio en Palma Criolla con su fuerza de caballería, y ese fue su día final. Una numerosa columna de caballería enemiga cayó sobre el citado brigadier Jiménez y tratando de contener la retaguardia encontró la muerte, momentos antes de que todo el Camaguey capitulara. Así sucumbió quien batalló digna y heroicamente por más de nueve años.

En su agonía, el amo Don Legón le dijo al joven José Antonio que lo sostenía en sus brazos: —“Mira, hijo: yo voy a morir, y lo que te encargo como único recuerdo a mi memoria es, que nunca te presentes a los españoles”. ¡Ay! ¡qué hombres aquellos que sabían morir de esa manera!. El joven, que había jurado cumplir religiosamente el mandato del anciano patriota moribundo, se mantuvo firme y cumplió la palabra empeñada.

Maldita Hemeroteca 

FUENTE:

Adaptado del capitulo "Jose Antonio Legón", del libro del mayor general Serafín Sánchez Valdivia: "Héroes humildes, y Los poetas de la Guerra". La Moderna poesía, La Habana, 1911.