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Relación amorosa de la condesa de Merlín con Napoleón Bonaparte


La primera decía:


6 de diciembre de 1808. Anoche por fin conocí al Grande Hombre, ¡EL EMPERADOR DE LOS FRANCESES!. Las cosas llegaron así. Ayer por la mañana, muy temprano, se presentó en mi casa el general Savary con un tarjetón firmado por Napoleón. Era un tarjetón impresionante, con el membrete imperial repujado en la parte superior izquierda y simplemente decía, escrito a mano, lo siguiente:

"Madame, sería para mí un gran honor que acudiera esta noche a la cena que doy en mi Residencia madrileña. Beso sus pies" y firmaba con una simple N. Debajo de la misma decía: "Irán a buscarla a las ocho de la noche". Así que pasé todo el dio dándole vueltas a la cita, porque no sabía si acudir o no, pues no podía olvidar que era el hombre que acababa de tomar militarmente Madrid y además porque tenía tal fama de Ogro que me inspiraba cierto miedo.

Pero, por otra parte no podía rechazar la aparentemente sencilla invitación del hombre más poderoso del mundo. Así que decidí aceptar la invitación y me puse a la faena de ponerme lo más guapa posible. Y en esas estabas cuando se me ocurrió algo sibilino: llevar conmigo a mi hijo Luciano, que ya tenía 7 años, o sea el hijo de Luciano Bonaparte, y por tanto sobrino del Grande Hombre.

Y así lo hice. A las ocho en punto vino a recogerme el general Savary y un pelotón de escolta.

Durante el trayecto el general Savary me dio algunas instrucciones con respecto a Napoleón. Me dijo que el tratamiento oficial era el de SIRE, que el Emperador hablaba muy deprisa y mezclando su francés con palabras y expresiones italianas, que comía muy poco y muy rápido, que si él hablaba no le gustaba que se le interrumpiese, que no bebía pero fumaba mucho, que le gustaba que los demás bebieran y que cuando daba por terminada la velada se retiraba apenas sin despedirse. Eso, entre otras cosas.

Cuando llegué al Palacio de Chamartín, que yo ya conocía, el Emperador estaba esperándome en un saloncito que había justo a la izquierda de la entrada. Estaba solo y eso me sorprendió, pues yo creí que en la cena iba haber más invitados, lo cual me puso más en guardia, aunque yo ya sabía lo que quería de mí el Ogro.

Sin embargo, el sorprendido fue él, ya que no esperaba que yo me presentase con el jovencito. Así que inmediatamente me preguntó por él y quiso, en un rasgo de simpatía, saber su nombre de propia boca:

- ¿Y tú cómo te llamas, jovencito?

- Yo, Sire, me llamo Luciano de Santa Cruz Cárdenas y Montalvo-O'Farrill.

- ¿Y cuántos años tiene su Excelencia?

- Sire, acabo de cumplir 7 años.

- Sí, Sire -intervine yo-, este jovencito es el hijo de Luciano Bonaparte.

(Y entonces noté que Napoleón cerraba sus ojos y se llevaba su mano derecha a la frente. Después en el transcurso de la cena me contaría que al decirle el nombre del muchacho se le vino a la cabeza las palabras que su hermano Luciano le había escrito desde Madrid cuando estuvo de Embajador y lo que le había dicho sobre "la semana loca" que había vivido con la condesa de Jaruco).

Bueno, y así comenzó la velada. Curiosamente la primera sorpresa del Ogro se transformó en una gran simpatía, hasta el punto de que empezó a hablar y ya no paró en toda la noche. Y es que el Ogro cuando quería o se sentía a gusto era hasta simpático. Incluso le regaló a mi Luciano una reproducción en pequeño de su espada. Y no hubo más anoche. Aunque noté durante toda la cena, que no apartaba sus ojos de mí y de mi cuerpo.

Napoleón Bonaparte
Segunda página.


7 de diciembre de 1808. Anoche sucedió lo que tenía que suceder, lo que yo sabía que iba a suceder. Pero, prefiero seguir paso a paso lo que sucedió ayer. A primera hora volvió el general Savary con otro tarjetón imperial que decía: "A la bellísima Condesa de Jaruco. 

Me gustaría volver a verla, si es posible esta misma noche, aunque a solas, sin niños. Para superar su belleza, y eso sería un milagro, le envío un collar para que realce su hermoso cuello. Beso sus labios". Y como siempre firmaba con la N. El general quedó en venir a recogerme a las ocho de la noche.

Les juro que el collar era precioso y deslumbrante. Diamantes azul turquesa incrustados en oro blanco y colgando otro brillante, enorme, grandísimo, el más grande que yo había visto en mi vida. Pero ayer cuando llegué a Chamartín no me recibió el emperador, pues según me dijo Savary estaba reunido con sus generales estudiando un nuevo plan de campaña.

Savary aprovechó para contarme lo que había pasado con los Reyes de España y con el Príncipe de Asturias. Los tres estaban "retenidos" en Francia, en palacios distintos y con Carlos y María Luisa estaba Godoy, el Príncipe de la Paz. Pero, el Emperador no tardó mucho y enseguida nos pasaron directamente al comedor. Napoleón parecía no estar de buen humor y sin embargo me recibió muy cariñoso y con palabras que hasta me hicieron ruborizar.

--Bellísima, bellísima. Es usted, madame María Teresa, la mujer más bella que he conocido en mi vida. ¡Maravillosa!--

Y hasta me hizo dar varias vueltas para verme al completo. Sus ojos, por cierto unos ojos azules y penetrantes, parecían ansiosos de todo y mirándome se pasó la cena. El menú fue muy español y apropiado para las fechas que vivíamos: lonchas de jamón, trucha a la plancha y perdiz estofada.

Pero, en realidad la cena fue como un relámpago, porque el emperador comió como si fuese una carga a caballo. Así que antes de que cantara el gallo ya estábamos en el dormitorio. El Grande Hombre nada más entrar se sentó, más bien se tumbó en un sofá y me pidió que me desnudara. La escena me pareció algo violenta y no me gustó, pero curtida en cien batallas de esa índole no me sorprendió y fui despojándome de la ropa. Solo cuando fui a quitarme el collar me detuvo y me pidió que no me lo quitara.

Entonces me explicó que aquel collar había sido el collar de la Reina María Antonieta y el que le había hecho famosa antes de la Revolución. Y en un francés chapurreado con italiano me dijo que me había regalado el collar porque yo era una Reina, más Reina que María Antonieta, y más guapa, y más hermosa.

Luego y sin más se desnudó y nos metimos en la cama. Así sin una caricia, sin un beso, a lo bruto ... porque he de decir que el Grande Hombre se portó como un bruto, como un prepotente impotente, pues a la hora de la verdad descubrí que no solo no sabía hacer el amor, sino que además era más rápido que una bala de cañón. Fue visto y no visto. Sin embargo no me impacienté y ya, como si fuera un niño, le fui enseñando y adiestrando en el arte del amor.

Salí del Palacio de Chamartín cuando ya amanecía y Madrid se despertaba.

La tercera carta decía:

9 de diciembre de 1808. Ayer salí a pasear a caballo con el Ogro y lo que me había prevenido Savary se cumplió, porque Napoleón monta mal a caballo y no sabe ir al paso, él solo sabe correr al galope y seguirle es tarea imposible. Aun así nos llegamos casi al nacimiento del río Manzanares y siguiendo la corriente casi le damos la vuelta a Madrid (según el general Napoleón se hacía todas las mañanas, en la paz o en la guerra, más de diez leguas a caballo).

Lo mejor de la cabalgada es que cuando regresamos a su Residencia tuvo un gesto inesperado, me regaló la yegua que yo había montado y me dijo:

- Madame mi Condesa, hasta ayer esta yegua se llamaba "Desireé" en recuerdo de un amor que tuve en mi juventud, a partir de hoy se llamará "María Teresa" y la recordaré siempre como "mi amor madrileño".-

La cuarta y última estaba fechada el 25 de diciembre de 1808 y decía:

"Anoche pasé toda la jornada y la Nochebuena a solas con Napoleón y les juro que ya era otro hombre muy diferente al de la primera noche. En pocos días Napoleón había aprendido todos los secretos del trato a una mujer, antes, en y después de la cama. Y además estuvo cariñosísimo, tal vez porque ya sabía que era nuestra última cita, pues al día siguiente salía de Madrid con todo el ejército hacia el Norte, hacia Salamanca y Galicia.

Cuando nos despedimos al amanecer me dijo unas palabras que recordaré mientras viva:

- María Teresa de Montalvo, Condesa de Jaruco y mi amada madrileña. Me voy, y seguramente ya no nos veremos más en este mundo, pero quiero que sepa que mientras viva te llevaré en mi corazón. Me has demostrado que Luciano tenía razón cuando dijo que había conocido a una "mujer única". Única eres, Condesa mía. Sé feliz, no cambies nunca, porque ciertamente eres divina".

Me besó en la boca y se retiró dándome la espalda. Aunque al volver a casa el general Savary me hizo entrega de algo que me llegó al alma. El Emperador hacía a mi hijo, el también hijo de su hermano Luciano, Duque de Chamartín y le nombraba caballero de la Legión de Honor del Imperio, y todavía algo más emotivo para mí, el título y la condecoración iban a nombre de LUCIANO BONAPARTE Y MONTALVO DE O'FARRIL. 

O sea, que le estaba dando a mi hijo el apellido de los Bonaparte y el reconocimiento de pertenecer a la familia imperial. Lo cual me enorgulleció, a pesar de las críticas que recibiría después". (Al muchacho siempre le llamaron los madrileños "El Duque bastardo" y cuando murió la madre se fue a vivir a Roma con su padre Luciano Bonaparte).

Volviendo a los brazos de José I

Pero, en el "Diario Íntimo" había escritas otras páginas. En una de ellas podía leerse:

"Y pasaron las Navidades de aquel tormentoso año de 1808 y yo volví con el Rey José, que por ese tiempo se había instalado en el Palacio de El Pardo. José me confesó que no le habían gustado nada mis relaciones con su hermano y despotricó contra el Emperador. 

Entonces me declaró su amor verdadero y me pidió que me fuese a vivir con él. Y así lo hice. Sin querer queriendo pasé a ser la Primera Dama del Reino, pues el Rey quiso convencer a la nobleza y a los Grandes de la Corte que yo era la nueva Reina, su Reina... y por ello nos trasladamos a vivir al Palacio Real y por eso yo me sentaba a su lado en todos los "actos oficiales"

De ahí que no pudiera sorprender la cancioncilla que comenzó a circular entre el pueblo madrileño:

"La señora Condesa

tiene un tintero,

donde moja su pluma

José Primero"

Y así transcurrieron los primeros días de 1809. Lo que no sabían era que para aquella "Reina" del amor sería un año fatal, el último año de su vida. Porque ambos cayeron en manos del Destino y el Destino a veces juega con los seres humanos, que ya lo dijo el sabio griego: el destino es mujer y como mujer cambiante e imprevisible.