En "Patrañas que me contó mi profe", el profesor estadounidense James Loewen, cansado de tanta mentiras y falsos enfoques de la historia, tomó doce textos del sistema educativo en su país que estaban marcados por una combinación de patriotismo ciego, optimismo sin sentido y mentiras que ocultaban las pasiones y los conflictos, y se decidió desmentirlos en un libro que solo en la primera semana vendió más de veinticinco mil ejemplares.

Algo muy parecido nos pasó a los cubanos en la isla con la cantaleta Castrista de que el pasado fue muy malo, y que solo el presente nos había salvado de aquella "catástrofe republicana". Una de tantas fue la demonización que han hecho del tratado de reciprocidad comercial que firmó Cuba con Estados Unidos el once de diciembre de 1902, señalado como uno de los instrumentos que utilizó Washington para ejercer su dominio sobre Cuba.

Si tu le explicabas eso a un estudiante sin más opción que el libro que tenía delante, y sobre todo en una época en que ni se soñaba con la internet, no tendría más remedio que aceptarlo aunque fuera a regañadientes y en medio de aquellas tediosas clases de "Historia de Cuba". Pero resulta que con los años la información se globalizó de golpe, la dictadura perdió el control sobre lo que afirmaba, con lo cual su vieja y manipulada narrativa se fue viniendo abajo como un castillo de naipes.

Portada del T.R.C. ya debatido.
Por ejemplo en el tomo VIII del libro "Historia de la nación cubana", de los autores Ramiro Guerra, José Pérez Cabrera, Juan Remos y Emeterio Santovenia, del cual hemos extraído estos datos, nos cuentan que el primer tratado arancelario data del once de diciembre de 1902.

El borrador quedó sujeto a una ratificación por ambas cámaras, la del Congreso estadounidense y la del Senado Cubano, quedando aprobado por los Estados Unidos el 28 de marzo de 1903, y por la cámara cubana exactamente nueve meses después, el 16 de diciembre de 1903, con entrada en vigor a los siguientes diez días de firmado.

El Presidente de la República de Cuba, Don Tomás Estrada Palma, designó en esas funciones al Dr Carlos de Zaldo y Beurmann, el entonces Secretario de Estado y de Justicia y por cierto, fundador del emblemático equipo de beisbol profesional "Almendares" y promotor de la construcción del primer Almendares Park, y al Sr. José M. García y Montes, Secretario de Hacienda, en tanto que Washington nombró al honorable general y diplomático Tasker H. Bliss. En su primer articulo el tratado decía:

"Mientras rija el presente Tratado, todas las mercancías que sean productos del suelo ó de la industria de los Estados Unidos, que ahora se importan en la República de Cuba, estará libre de derechos, y todos los artículos y mercancías que sean productos del suelo ó de la industria de la República de Cuba, que ahora se importan en los Estados Unidos continuarán admitiéndose en los respectivos países libre de derechos".

Firmado por el presidente Palma el 17 de diciembre de 2003, el tratado empezó a regir veinticuatro horas posterior a su publicación en la Gaceta oficial de la república de Cuba, y se mantuvo vigente hasta que ambas partes decidieron renovarlo el tres de junio de 1934.

Como siempre hubo debate. Durante su discusión el ex coronel Manuel Sanguily y el abogado Antonio Sánchez de Bustamante se encontraron en posiciones opuestas. Por un lado, Sanguily lo consideraba lesivo para la economía cubana porque EEUU nos compraba el azúcar un poco por debajo de su precio mundial, lo cual era cierto, en cambio Bustamante le refutaba, y con mucho tino además, que Cuba no estaba en condiciones de escoger, y que al menos este mercado era seguro. 

Cuba necesitaba exportar sus productos, en especial su azúcar, y a 150 kilómetros tenía uno que se le compraba toda dólar sobre dólar. En un principio el Senado cubano lo aprobó por amplia mayoría de dieciséis a cinco, el voto negativo fue de los asamblearios Sanguily, Cabello, Cisneros Betancourt, Recio y Tamayo, pero luego Estados Unidos considero oportuno introducir algunas enmiendas en el texto, y fue preciso llevarlo de nuevo a debate ante la Cámara. 

Sanguily
Por segunda vez Manuel Sanguily y Sánchez de Bustamante sostuvieron sus respectivos y antagónicos puntos de vista. El primero, con esa verborrea que le caracterizaba, argumentó: 

‘¿por qué —me decía — este pueblo excepcional, tan bueno, heroico en tantas empresas, capaz de llegar al extremo límite de la resignación y el sufrimiento, ha de flaquear deslumbrado por el brillo del metal miserable del extraño?; ¿por qué engañarse en la ilusión de una felicidad material que no ha de ser suya?.

Dr Sanchez
Por otro lado el notable profesor Sánchez de Bustamante le replicaba más atinado: 

¡Pobre Cuba si en un momento de verdadera ansiedad e incertidumbre, por escrúpulos de orgullo, por no ser grande o por ser pequeña, dejamos morir esta noche, en nuestras manos, una gran esperanza de progreso y de salvación como el Tratado de comercio!". 

Finalmente se aparcó el orgullo dando paso al sentido común, y en una segunda votación más cerrada el debate quedó aprobado por doce votos contra nueve. Ahora bien, ¿qué trajo como consecuencia la firma de ese tratado?. 

Por ejemplo, antes de su entrada en vigor la zafra azucarera de 1900 había alcanzado las trecientas mil toneladas, y cuatro años después de haberse firmado, ya se había disparado al millón cincuenta y dos mil toneladas. De hecho, se hizo necesaria mano de obra extranjera que no paraba de entrar, sobre todo española, y de diez mil inmigrantes que habían arribado a Cuba en 1902, tres años después eran más de cuarenta mil. En un párrafo del citado libro, los autores afirman lo siguiente:  

"Hasta el general Máximo Gómez, el gran elector de su candidatura, vio disminuidos los agasajos y atenciones de que era objeto, y el glorioso caudillo, preterido y mortificado, dejó de concurrir a Palacio, donde el puntilloso don Tomás, muy pagado de su autoridad y de sus prerrogativas, afanábase por dar la impresión de que no se hallaba subordinado a las opiniones del héroe de Las Guásimas y de Palo Seco". 

Y agregan una cita lapidaria de Estrada Palma:

"Por primera vez al país, hacemos los cubanos uso del más importante de los derechos que puede disfrutar un pueblo: el de regular libremente sus ingresos y sus gastos”.

Y Don Tomás se basaba en las cifras que le respaldaban, ya que el siete de diciembre de 1901 los ingresos de la economía Cubana se calculaban en 17,514,000 pesos y los gastos en 14,781,000; quedando un superávit (ganancia) en la balanza comercial de más de dos millones y medio de pesos, o sea, que Cuba empezaba poco a poco a furular.

Para 1910 la zafra alcanzó un millón 817 mil toneladas y dos millones 649 mil toneladas en los próximos cinco años. Para el 1920 la producción azucarera sobrepasaba los cuatro millones 104 mil toneladas, aumentando en 500 mil toneladas más para el 1926 (cuatro millones 508 mil).

Para que tenga una idea, el superávit en 1904 alcanzó los siete millones 200 mil pesos, y veintidós años después ya superaba los cuarenta millones y medio, demostrando que pese a todo el caudillismo y la politiquería de aquella imperfecta republica, la nación cubana avanzaba en su subdesarrollo a marchas aceleradas.

En 1934 el tratado fue ratificado en medio de una brutal crisis mundial, dentro de la llamada "Política del buen vecino" y pasando a la historia la enmienda Platt. En este caso las negociaciones fueron acordadas por los presidentes Carlos Mendieta Montefur y Franklin Delano Roosevelt, y firmadas por Sumner Welles y el Dr Manuel Márquez Sterling pese al sacrificio de no intentar negociar la base carbonera de Guantánamo.

Como ha pasado con tantas otras, la teoría de que la reciprocidad comercial nos había traído una acentuación del control de Washington y un estancamiento de nuestro desarrollo agro industrial, se podrá imagina a donde fue a parar. No solo eso, estamos casi seguros que lo volveríamos a firmar, en el momento en que esta pesadilla termine. 

Maldita Hemeroteca