PASAJES HOMOSEXUALES DE LA MANIGUA REDENTORA CUBANA


El mayor general espirituano Serafín Sánchez, participante en las tres guerras del ejercito libertador, tuvo la valentía de tocar un tema sumamente polémico para la época como fue la homosexualidad.

En 1893 publicó su libro "Héroes humildes y los poetas de la guerra", con un largo prefacio de Gonzalo de Quesada, donde vindica, por primera y única vez probablemente, este fenómeno dentro del ejercito libertador. Dos pasajes no contados hasta ese momento, demostraron que el campo insurrecto no se correspondía tanto con la habitual narrativa cubana.

Gracias a su honestidad, hechos como los que aquí se narran hicieron saltar por los aires la habitual censura, tanto de biógrafos e historiadores de la república primero, como la del régimen castrista después. En primera instancia Serafín, uno de los que calificó la paz del Zanjón como una traición execrable contra Cuba, destaca la vida de un bravo mambí que ha sido obligado - más bien forzado - a permanecer en una "zona de silencio forzada".

La segunda de estas historias, la del soldado novato Ricardo Batrell Oviedo, contada por él mismo, donde saca al aire la oculta homosexualidad de uno de los paladines de aquellas guerras, el mayor general Julio Sanguily, lo que puso de manifiesto que aquel campo insurrecto no era para nada un reivindicador de conductas.

En "Nadando contra corriente", el vice decano de la universidad de Vigo en Galicia, Carlos Tejo Veloso, aseguró por su parte algo muy cierto y es que fueron los grandes próceres libertarios los que contribuyeron a construir un modelo de estereotipo masculino del mambí como un héroe viril. Sin embargo, en aquella manigua también hubo de todo, hasta "mariquitas". 

LA BRUJITA

En todos los diarios de campaña se aprecia un mutismo respecto a este tema de la homosexualidad, pareciera que no existía o que habría un código de silencio en ese sentido. Las escasas veces que se hace referencia fue aludiendo a la burla como el doctor y coronel mambí Fermín Valdés Domínguez durante la guerra del 95: 

“(...) general Rosas que con sus cobardías y sus modales afeminados, nos dio tela para reír un rato a su costa”.

El capitán Manuel Rodriguez, conocido como "La Bujita", un sastre de profesión, de raza negra, y que tenía -al parecer- un patrón de comportamiento bastante femenino para la época y el lugar donde se encontraba.

Serafín Sánchez
Tenga en cuenta que estamos hablando de 1872, sin embargo aun así y "con esa fama", por así decirlo, el mayor general Ignacio Agramonte no dudó ni un segundo en concederle el grado de capitán de rifleros del ejército de las Villas, un puesto que sería envidiado por muchos mambises "hombretones". 

"La Brujita", al que llamaban así porque al parecer no pocos encontraron consuelo bajo "su mosquitero embrujado", encontró la muerte en un combate en el caserío de Caobillas, en la provincia de Santi espíritus. En el pasaje, el general Sánchez nos cuenta lo siguiente: 

(...) En la ciudad donde se crio y vivió, aún ignoran su mérito; si alguno lo recuerda todavía es para hablar seguramente de sus rarezas; pero allá en los montes, en los históricos campos de la Revolución, á los cuales el mayor número de cubanos no se atrevió a ir, allá, repito, los compañeros de armas de Manuel Rodríguez, sabemos que el petimetre de la ciudad y de la clásica bomba blanca se convirtió en un león desde el momento que aspiró al ambiente purificador de los campos de batalla (...) 

A continuación, el general narra lo que sucedió durante la terrible epidemia de cólera que azotó la isla en 1867. 

Se encontraba en la zona de Guanales, en Calimete, provincia de Matanzas, cuando su tropa sufrió las devastadoras consecuencias de esta pandemia. Sánchez describe en su libro un panorama de más de cien contagiados y fallecidos en un solo día y, en relación con el soldado Manuel Rodriguez, apuntó lo siguiente:

"El general Ángel del Castillo y Agramonte, en consulta con los doctores José María de Castro, Emilio Mola y Manuel Piña, determinó abandonar el campamento, diseminando las fuerzas por todo el territorio del Camagüey; á fin de cortar así la epidemia que amenazaba  con destruir la columna". 

"Júzguese el desconcierto, turbación y pánico de aquellos hombres que, sanos y robustos, exclamaban de momento “¡ay!”, caían al suelo, y morían una hora después entre convulsiones horribles.

Piénsese en el terror que produciría en todos aquel estrago súbito de la muerte implacable; aquella inseguridad y zozobra de la vida ante el peligro, sin defensa posible contra un enemigo silencioso y exterminador; la alarma, la angustia, el pavor helaban el corazón de todos; no se quería más que huir de aquel lugar de desolación y muerte. 

 Y aun cuando quedaban como 60 cadáveres esparcidos por el suelo y sin que ninguno de aquellos 400 hombres se brindara de voluntario para darles sepultura, "la brujita" dio el paso al frente. Ante aquel silencio, una voz segura, briosa, entera, respondió desde la última fila de las clases de oficiales: —“General, yo me quedo”.

Ese oficial, muy subalterno entonces, era Manuel Rodríguez, “La Brujita”. Quince soldados de su fuerza le acompañaron. Castillo no tuvo valor para dejar solo á aquel héroe, y se quedó con él, seguido de cinco hombres más". 

Pedro Betancourt, segunda fila tercero a la izquierda. 

El general Serafín afirmó que estuvieron 48 horas seguidas sepultando cadáveres. 

“No; yo no me iría sino después de enterrar hasta el último de ustedes, porque yo no puedo permitir que los cerdos y las auras devoren á mis compañeros muertos. Y además, ¿por qué voy yo a huir de la muerte cuando sé que ella siempre ha de alcanzarme en todas partes?". 

"Así me habló aquel hombre de alma de hierro, que por lo demás era tan humano y sencillo, hasta el extremo de haber pasado en otros tiempos como un ser ridículo, inofensivo, tal vez inútil. 

Acabada nuestra labor, nos dirigimos los siete supervivientes hacia los alrededores de Magarabomba, en los cuales residían muchas familias nuestras y allí, en su compañía, pasamos el tiempo necesario á la extinción de la mortal epidemia, que cesó de un todo y rápidamente desde el momento en que se diseminaron nuestras fuerzas por el territorio camagüeyano". 

La "Brujita" fue parte de una tropa que en agosto de 1869, y bajo el mando del general Ángel Castillo, libraron la afamada acción del Júcaro, que dio por resultado la derrota completa de la tropa española con la muerte incluida del coronel Ramón del Portal, así como la toma del cañón “El Ángel". 

EL CASO BATRELL 
(Fuente: Abel Sierra Madero: "Sexualidades disidentes del siglo XIX".)

En el otro caso, quizás el más impactante y llamativo, estuvo relacionado con el mayor general Julio Sanguily. Esta anécdota aparece publicada en las propias memorias del soldado Ricardo Batrell Oviedo, joven combatiente de la raza negra, que fuera ayudante del mayor general matancero Pedro Betancourt.

En su diario de guerra, escrito años después de finalizada la contienda del 1895, Batrell comenta un incidente ocurrido en marzo de 1898 en la provincia de Matanzas. Se lo confesó a su jefe, el entonces coronel Raimundo Ortega, quien casualmente había sido un fiel empleado de Julio Sanguily desde antes de la guerra. 

Julio Sanguily.
La situación comenzó cuando el general Pedro Betancourt quiso impedir que Batrell acompañara a Julio Sanguily de regreso a Vuelta Abajo, tomando en cuenta su corta edad de 17 años.

Sin embargo Sanguily insistió sospechosamente en que fuera su acompañante. Así lo narró Betancourt, entonces jefe de la brigada Oeste en Matanzas:  

“(...) tanta confianza tiene usted en ese niño – a lo que Sanguily contestó – : Tanta General, que sin él, creo no llevar compañero, aunque vaya toda la fuerza conmigo”. El general no accedía y Sanguily le manifiesta: “(...) pues mire usted General, ese es el alma de mi fuerza (...)”.

Tanta fue la insistencia, que Betancourt terminó accediendo y los invitó a almorzar. De regreso al campamento, Sanguily no quiso aceptar las dos parejas de soldados que Betancourt le ofreció además para que les acompañaran, lo que lo puso más alerta aún a quien tras el triunfo sería designado por las fuerzas de ocupación norteamericanas como gobernador de Matanzas.

Como era de esperar, durante el trayecto la situación se puso tan peliaguda en el sentido que ya usted podrá imaginar, que Batrell estuvo a punto de accionar su fusil cuando supuestamente Sanguily "intentó propasarse". Así lo contó el propio soldado:

¡Hay cosas que opacan el alma más varonil y enfrían los corazones; más, cuando se es demasiado joven como yo lo era en esa época que describo. Cuando se vive de amor y de ilusiones. 

Yo vi en el cariño de mi jefe un padre, y en su justo reconocimiento el amigo honrado y leal, y por lo tanto soñaba en mejores días para mí a un oscuro porvenir a su lado, ayudándolo en las contiendas de guerra que se me prestaba como el más fiel soldado y como el más cariñoso de los hijos! 

Algo grave, muy grave pasó entre los dos en nuestro trayecto hacia nuestro campamento. Pues no le hice fuego cuando cargué la tercerola prohibiéndole que me siguiera, porque hubiera tenido que abdicar de mi glorioso ideal de Libertad presentándome. (entregándose a los Españoles). Pues nadie iba a creer la causa que me impulsaran darle muerte si lo hacía. Esto le dije, y tuvo a bien no seguirme".

Batrell mantuvo en silencio lo ocurrido mientras estuvo bajo las órdenes del general Pedro Betancourt, y aunque su relato podría parecerle algo ambiguo, no hace falta ser un erudito para suponer lo ocurrido. Una vez Batrell pasó a las filas del Coronel Fernando Diago, entonces decidió hacer publico este pasaje que fue reivindicado en sus apuntes autobiográficos de 1912.

Y aunque en el texto no aparece referencia directa alguna a cuestiones sexuales, no resulta difícil imaginar lo que pudo haber sucedido en aquel momento como para que un soldado reaccionara de aquella manera, "para enfriar el corazón y opacar el alma varonil de un hombre", - como él mismo escribe. Solo un comportamiento así produciría una reacción como aquella. 

Betancourt, que en la republica se desempeñó como secretario de Agricultura durante el gobierno del presidente Alfredo Zayas Alfonso, y que fue presidente del consejo nacional de veteranos, falleció el 19 de Mayo de 1933 en La Habana. Por su parte Batrell murió el 19 de mayo de 1933 también en la Habana, aunque fue sepultado en San Miguel de los Baños en la provincia de Matanzas. 

El mayor general Julio Sanguily fue un hombre con mil matices, algunos bastante alejados del honor, y no lo decimos por este caso precisamente, esto fue lo de menos, nos referimos a otros muchos más graves y con consecuencias fatales en el ultimo alzamiento de 1895, (José Martí lo tenía "calado".) Sanguily, que alcanzó los entorchados de mayor general, murió el 23 de marzo de 1906.

Maldita Hemeroteca

Fuentes: 
--Fermín Valdés Domínguez. Diario de soldado, La Habana, 1972.
--Bernabé Boza, Mi diario de la guerra, La Habana, Editorial Ciencias Sociales. 
--Serafín Sánchez. Héroes humildes y los poetas de la guerra, Habana, Imprenta de Rambla y Bouza, 1911
--Fermin Valdés Domínguez. Diario de Soldado, La Habana, Centro de Información Científica y Técnica, 1972 
--Ricardo Batrell Oviedo. Para la historia. Guerra de Independencia en la provincia de Matanzas, Habana, Seoane y Álvarez Impresores, 1912.