Dos ribadenses -Balbino González Pasarón (Ribadeo, 1870) y su primo José Antonio González Lanuza (La Habana, 1865) colaboraron y espiaron para las fuerzas independentistas cubanas en su lucha por emanciparse del dominio español.
Cuando llegó la independencia en 1898, ambos ocuparon cargos relevantes: uno como presidente de la Audiencia de La Habana y el otro Secretario de Instrucción Pública y Justicia, respectivamente. en el caso de Balbino, este emigró a Cuba con sus padres a los nueve años. Estudió Derecho e ingresó en el Ejército Español en 1895, ocupando el cargo de teniente auditor de Guerra.
Eran años convulsos entre los cubanos llamados mambises partidarios de la independencia, y otros que abogaban por cierta autonomía respecto de la metrópoli pero no la separación radical. Por entonces los líderes insurrectos, el lugar teniente general Antonio Maceo, el organizador de la guerra, José Martí, y el jefe de todos, el generalísimo Máximo Gómez, organizaron una red de información para ayudar al Ejército Libertador.
Eran agentes al mando de Perfecto Lacoste - que luego fue alcalde de La Habana - que penetró hasta el despacho mismo del Capitán General de Cuba Valeriano Weyler. Llegaron a robar planos y secretos militares y obtuvieron armas y pertrechos para las fuerzas cubanas. Según los historiadores Bryan Gual y Gómez Montano, Lacoste tenía muchos contactos que le brindaron valiosas informaciones.
Se había casado en 1900 con la cubana María Miyeres con la que no tuvo hijos. Pasarón murió el 31 de enero de 1940 y está enterrado junto a su esposa -fallecida en 1941- en el Cementerio de Colón de La Habana. En cambio su primo llegó hasta negociar con el presidente de los Estados Unidos.
Entre otros estuvo José Bruzón - amigo de Weyler y líder del Partido Autonomista - , Alfredo Martín Morales, director del Diario de la Marina y uno que conocía muy bien los datos y planes para la isla. También se encontraban el cura Guillermo G. Arocha - alto cargo en el obispado de La Habana - y el ribadense González Pasarón, teniente del ejército.
Ese grupo de agentes clandestinos - nunca descubiertos por la inteligencia española - se completaba con una agencia de comunicaciones que dirigía el mambí santaclareño, José Pons Naranjo, la que integraban además otros patriotas como Juan García Martí, el agente Segundo Luis, Rafael Lubián, el agente Norte, y Antonio Gavilán, agente Diablo.
Ambos grupos proporcionaban logística e información, apoyaban movimientos, servían de correos y hacían llegar prensa extranjera con noticias sobre la causa cubana. Todo eso permitía que los líderes cubanos tomaran sus decisiones asistidos por una abundante información que venía a suplir la escasez de sus recursos bélicos.
En Pinar del Río por ejemplo, los españoles fueron derrotados gracias a que los rebeldes conocían de antemano sus movimientos, y todo gracias a los planos que la red de espías le había sustraído al mando. Ese tipo de acciones desanimaban a los sectores españolistas y, además, hacían ganar adeptos a unos independentistas en auge.
Cuando Cuba se emancipó, en 1902 el primer presidente Tomás Estrada Palma nombró a Balbino González Pasarón jefe del despacho de la Secretaría de la Gobernación que ostentaba Eduardo Yero, y más tarde ocupó el cargo de fiscal y presidente de la Audiencia de La Habana.
Ambos grupos proporcionaban logística e información, apoyaban movimientos, servían de correos y hacían llegar prensa extranjera con noticias sobre la causa cubana. Todo eso permitía que los líderes cubanos tomaran sus decisiones asistidos por una abundante información que venía a suplir la escasez de sus recursos bélicos.
En Pinar del Río por ejemplo, los españoles fueron derrotados gracias a que los rebeldes conocían de antemano sus movimientos, y todo gracias a los planos que la red de espías le había sustraído al mando. Ese tipo de acciones desanimaban a los sectores españolistas y, además, hacían ganar adeptos a unos independentistas en auge.
Cuando Cuba se emancipó, en 1902 el primer presidente Tomás Estrada Palma nombró a Balbino González Pasarón jefe del despacho de la Secretaría de la Gobernación que ostentaba Eduardo Yero, y más tarde ocupó el cargo de fiscal y presidente de la Audiencia de La Habana.
La posición de González Lanusa a favor de los independentistas cubanos fue mucho más directa que la de Pasarón. En 1896, el fuego secesionista recorría imparable casi toda la isla. Para apagarlo, el régimen español incrementó sus acciones militares, concentró a los campesinos en ciudades para evitar su apoyo a los mambises, y redobló su vigilancia para desarticular la red de colaboradores creada por el Partido Revolucionario Cubano.
El tres de octubre de ese año, el contraespionaje español se apuntó un buen tanto: Al mando del gobernador José Porrúa, la policía logró detener al abogado Lanuza que se encontraba al frente de la Junta Revolucionaria de La Habana. Fue encarcelado en la capital y más tarde enviado a Ceuta, España. En 1898 fue indultado y se trasladó a Nueva York, donde continuó apoyando a los sublevados hasta que Cuba logró la independencia.
El tres de octubre de ese año, el contraespionaje español se apuntó un buen tanto: Al mando del gobernador José Porrúa, la policía logró detener al abogado Lanuza que se encontraba al frente de la Junta Revolucionaria de La Habana. Fue encarcelado en la capital y más tarde enviado a Ceuta, España. En 1898 fue indultado y se trasladó a Nueva York, donde continuó apoyando a los sublevados hasta que Cuba logró la independencia.
Entonces, regresó a la isla y el 24 de octubre de 1898, y participó en la asamblea general del Ejército Revolucionario que tuvo lugar en Camagüey. En ella fue uno de los cinco miembros de la comisión enviada a Washington para acordar con el presidente de los Estados Unidos, William Mckinley, los términos de colaboración del gobierno americano con el nuevo país y la ayuda económica para el ejército mambí.
Los otros comisionados fueron los generales Calixto García, José Miguel Gómez y Manuel Sanguily, el coronel José R. Villalón y el ribadense González Lanuza. En Nueva York se les unió quién luego sería - tras los años iniciales de tutela americana - el primer presidente de la República de Cuba, Tomás Estrada Palma.
Al regreso, el ribadense fue nombrado Secretario de Instrucción Pública y Justicia del gobierno de ocupación americano. Desde ahí reorganizó la enseñanza superior y creó nuevas cátedras y escuelas, como las de Ingenieros o Arquitectos. Fue magistrado de la Audiencia y delegado oficial al Congreso Panamericano de Río en 1906. Presidió el Ateneo; y fue fundador de la Academia de Historia de Cuba.
Fuente: La Voz de Galicia.






