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EL JOSÉ MARTÍ ADICTO QUE NO CONOCÍAMOS


Antes de que en 1860 la cocaína fuera aislada por el químico Albert Nieman, la sustancia era usada en varias recetas terapéuticas comercializadas por curanderos que quizás no sabían que se componía, la fuerza de esa sustancia y los brutales efectos que provocaba en el organismo.

Por otro lado la historia recoge que un fabricante de bebidas como el corso Ángelo Mariani, creó en 1863 un licor que contenía extractos de la hoja de coca y que puso por nombre su propio apellido, "Vino Mariani". El químico se basó en estudios hechos por el médico italiano Paolo Mantegazza que versaban sobre la planta de coca y ciertos beneficios que producía.

Uno de ellos fue usarla como anestésico local. El estudio inspiró a Mariani para combinar hojas molidas con vino tinto de Burdeos, a razón de seis miligramos de coca por onza de vino, y así nació el famoso Vin Mariani. Este tónico causó gran aceptación mundial, sobre todo entre la intelectualidad del siglo XIX, e imaginamos los motivos. 

Uno de sus grandes consumidores fue el papa italiano "León XIII" (Gioacchino Vicenzo Raffaele Luigi Pecci), e incluso se le atribuyó su longevidad de más de noventa y tres años. Se aseguraba que para su salud el pontífice se bebía un vaso diario de este licor, o lo que es lo mismo, setenta miligramos de cocaína. Incluso prestó su rostro como imagen de la etiqueta en un momento determinado.

JOSE MARTÍ 

Erróneamente se ha señalado a José Martí como adicto al alcohol, nada más lejos. En realidad jamás bebió y mucho menos la famosa ginebra que tanto se le ha atribuido.

Lo que sucede que como siempre fue un hombre de mundo, de viajes constantes por Europa y EEUU, pues de alguna manera se enteró de que personalidades de su época, como Julio Verne, Conan Doyle, Emile Zolá, Tomas Edison e incluso el padre del sicoanálisis, el austriaco Sigmund Freud, solían beber el Vin Mariani con bastante asiduidad, y a razón de dos o tres vasos diarios.

Desde que Martí probó esta bebida, se convirtió en su licor preferido. Esta fue la verdadera "dipsomanía" que tanto acusaron al maestro, a pesar de que una vez dijo lo siguiente:  "... La medicina verdadera es la que precave. En prever está todo el arte de salvar”. 

En realidad el producto se comercializó como digestivo, aperitivo y panacea general, encima era de un delicioso sabor que prometía curar cualquier enfermedad y proporcionar la energía que tanto necesitaban inventores y trabajadores. Con el tiempo la venta de este caldo fue prohibida, sobre todo a raíz del comienzo de la Primera Guerra Mundial, pues ya para entonces se conocía que contenía una densidad de entre seis y siete miligramos por onza del estimulante alcaloide.

Maldita Hemeroteca