viernes, 13 de mayo de 2022

Encuentro entre Máximo Gómez y el Conde de la caña seca

Generalísimo Máximo Gómez, comandante en jefe de las tropas rebeldes cubanas 

La historia que recoge el general José Miró Argenter entre sus anotaciones de la guerra de independencia, en este caso en las cercanías de Nueva Paz durante la invasión a occidente, está este encuentro entre el general Máximo Gómez y un cubano "equivocado".

En concreto se trata del libro “Cuba Crónicas de la Guerra" (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, exactamente entre las páginas 274-286, dónde describe este, y otros acontecimientos ocurridos del 2 y el 3 de enero de 1896.

Dice así: (Textualmente)

“Las tropas insurrectas acamparon el día de Año Nuevo en Bagáez, cercanías de Nueva Paz. El día 2 pasaron a tiro de fusil de esta población, primera que se encuentra en la línea férrea de Güines a Matanzas. Contaba Nueva Paz con guarnición permanente, y en los momentos de cruzar la columna insurrecta por las inmediaciones del caserío, llegaba la brigada cachazuda de Aldecoa, procedente de la zona de Unión de Reyes. Aldecoa no disparó un solo proyectil.

La vanguardia insurrecta reconoció el pueblo de San Nicolás y caseríos limítrofes, mientras la retaguardia y patrullas flanqueadoras atizaban la gloriosa candela. Todas las mieses estaban en sazón con sus plumeros de gala, los ingenios con las máquinas encendidas, las hornallas repletas de combustible, y pronto a maniobrar el trapiche estrujador; las carretas listas, uncidos los bueyes, con mayorales y narigoneros dando los últimos toques bajo la inspección de Sú mercé -aun perduraban los hábitos de la servidumbre- y las guardarrayas en polvo.

¡Como iba a revolverse todo lo inicuo y detentador de la autoridad omnipotente del amo, que tuvo su origen en la trata de negros africanos y culminó en el central majestuoso, cifra y asiento de todas las explotaciones humanas! Ahora, aunque ya tarde para que las represalias fueran completas, venía la invasión oriental a derribar los muros de la opulencia, amasados con el sudor y la sangre de la esclavitud, castigando en los hijos del pirata lo que debió hacerse con el tronco envenenado: cortarlo de raíz.

De San Nicolás salió buen golpe de gente a saludar la tea redentora. ¡Viva el tizón vengador! Los dueños de los ingenios, o sea los magnates del país, herederos de los piratas, quedábanse absortos al ver cruzar la negrada oriental a caballo de briosos alazanes, de zainos y overos de la dehesa común, con el largo machete de media cinta, la clásica bandolera, o, mejor dicho, dos bandoleras, una, para sostener la tercerola, y la otra la bolsa de los peines ruidosos, y el ademán trágico. ¿Qué se había hecho la humildad de los negros?... ¡El mundo estaba perdido!...

El narrador no puede prescindir de contar una escena chusca que ocurrió en las cercanías de Nueva Paz, entre Gómez y un personaje territorial, de los que usan el genitivo rancio cargado de hipotecas. El magnate, al tropezar de manos a boca con la invasión saludó con grandes reverencias a Máximo Gómez, desde el interior del cabriolé, del que tiraban dos caballos que, si no eran jamelgos, tampoco llegaban a la categoría de normandos de casa rica.

Elmagnate parece que le descubrió á Gómez todo el árbol genealógico de la estirpe, y con el árbol, las flores del patrimonio territorial, ya agostadas por el fuego purificador. Parece que le dijo ser el Conde de no sé cuántos timbres, y que iba á la ciudad en viaje de mudada, para evitar tropiezos con las tropas españolas, pues él era, aunque noble, cubano, si bien pacífico, criollo de legítima cepa, era partidario de la evolución.

El que escribe estas páginas, al observar el obstáculo del cabriolé, se aproximó al grupo para despejarlo sin consideraciones. Pero vio al General en Jefe, y este le dijo: ¡Perdone, General; cómo atisbé el bolón parado en medio de la vía!

—"¡Hombre llega usted de perilla!"—contestó Máximo Gómez, con aquel pronto y aquel metal de voz especialísimo, que todos recordamos y pretendemos imitar al referir cualquier anécdota de la campaña en la que él hubiese intervenido:

'' Examine á ese señor que dice ser un Conde".—¿Conde de qué, General?—preguntó este cronista, entonces con autoridad bastante para arrancar una corona ducal.

—"¡No sé; debe ser el conde de la caña seca! ¡Mire usted que encontrarse con pergaminos á estas alturas!"

La chanza se prolongó un rato más; Gómez siguió la marcha no sin antes decirle al aristócrata "de la caña seca" que noticiara al general Arsenio Martínez Campos el rumbo de la Invasión; y el que esto escribe prescindió del examen heráldico, y permitió que siguiera la ruta con los mismos jamelgos que arrastraban el birlocho. Un poco más allá el coronel Bermúdez le quitó los collarines; pero no pasó a mayores ¡cosa rara! porque los periódicos de la Habana nada dijeron del suceso.

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