Iglesia de Arroyo Arenas, entonces en Marianao la Habana |
El 23 de agosto de 1906, el general Alejandro Rodríguez, jefe de la Guardia Rural Cubana, informó al presidente Tomás Estrada Palma del cumplimiento de su orden de capturar al que hasta entonces había sido un general del Ejército Libertador, Quintín Banderas.
Lo que vino detrás de esta misión ha estado envuelto en una atmósfera de violencia desmedida, que muchos han llegado a catalogar hasta de asesinato pero también de traición a nuestro modo de ver. El trato que recibió Quintín fue desmedido, incluso este general le exigió al mandatario Cubano que sus restos fueran arrojados a una fosa común para que nadie pudiera rendirle honores, ni una modesta flor.
No cuestionamos lo que pasó en realidad en la finca "El Garro", muy cerca del Cano en la Habana y donde Quintín, con 71 años ya, se encontraba guarecido. Se sabe que un tipo de carácter hosco, arisco y hasta bruto, porque santo no era, presentaría resistencia. Sin embargo en aquella "guerrita de Agosto" hubo otros nombres de peso dentro de la oficialidad mambisa, que como él estuvieron implicados en el alzamiento contra Estada Palma.
El presidente José Miguel Gómez y familia en su hogar en Santi Espíritus |
En la habana fueron arrestados los generales Enrique Loynaz del Castillo, José Monteagudo, Demetrio Duany, Carlos García Viera, José Miguel Gómez, que llegó a presidente después y en su caso detenido en Santi espíritus, así como los coroneles Piedra, Ernesto Esbert, Carlos Mendieta y Faustino Guerra y el comandante Justo García Viera, hermano del general Carlos.
Incluso un civil, el periodista Juan Gualberto Gómez, también de la raza negra y también hijo de esclavos, que "combatía" a Estrada Palma desde la seguridad de su despacho en el periódico "Patria" con el seudónimo de "G". Ninguno de ellos recibió semejante trato. No digamos ya durante su resistencia, si no estando reducido y mal herido, e incluso post mortem.
Es más, en uno de sus bolsillos le fue hallada una carta que tenía como destinatario a Estrada Palma, donde solicitaba una pensión de 100 pesos para sus hijos y la promesa de abandonar Cuba. Con ese objetivo aguardaba en aquellos predios de Manuel Silveira, en la localidad de Arroyo Arenas en Marianao.
En esa misiva dejaba claro que había sido manipulado y engañado por alguno de los nombres que arriba se citan, que por cierto nunca cumplieron con lo que le habían prometido. Ni hombres, ni armas, ni insumos, nada. De los 200 combatientes prometidos no llegaron ni a 25; y encima las armas las tuvo que gestionar él mismo.
Lo cierto es que cuando Quintín se vino a dar cuenta, ya era tarde. Posiblemente no supiera nunca que fue utilizado por el grupo de José Miguel Gómez para perpetrar un golpe de estado contra el presidente - guste o no - constitucional del país. Se aprovecharon de su valentía, su poca vista y de los encontronazos que tuvo con el propio gobierno, para unirlo a una causa que de inicio estaba perdida.
Los hijos, de José Martí a la izquierda y de Carlos Manuel de Céspedes con bastón en el brazo. Al primero nadie le señala de asesino, pero a Estrada Palma sí. Son las cosas de nosotros los Cubanos |
Por eso mientras que su esposa Virginio Zuaznabar clamaba acompañarle en su entierro, gritaba desconsolada que él no quería integrar el grupo de sediciosos pero que estos le habían convencido. Al final la sangre no llegó al río, excepto la suya. El resto de los implicados, blanco y negros, fueron perdonados, se fueron para sus casas y todos en la casa de dios.
Como le pasó a Quintín, Evaristo fue asesinado en los montes de Pinar de Mícara, en Santiago de Cuba, y no solo él, fueron masacrados mas de 3000 negros por el ejercito Cubano, que entre sus oficiales tenía al hijo de José Martí, José Francisco Zayas Bazán, para entonces jefe del estado mayor del ejército. (Gracias a José Miguel Gómez). Pero de esto nunca se habla, que coño se va hablar.
Y sepa que 3000 muertes es un promedio, porque testigos presenciales dijeron que más de 5000. Sin embargo en investigaciones hechas por el profesor de la Universidad de la Habana, Tomás Fernández Robaina, defensor de los negros cubanos a ultranza, apunta que la cifra de negros muertos podría llegar a los 12 mil. (No nos explicamos como le dejaron llegar a esta conclusión siendo de la UNEAC)
El Padre que le dio su nombre a un muerto.
El carro fúnebre llegó al cementerio envuelto en el silencio, sólo acompañado por el sonido rítmico de los cascos de los corceles, sin comitiva con rostros de duelo, sin honor alguno y como pasajero solo una viuda, la de Quintín.
Las ordenes eran estrictas y no se le permitió acompañar a su difunto marido en el velatorio. Incluso no imaginó jamás la sorpresa que le esperaba en el cementerio. El cura oficial de la necrópolis de Colón la recibió en la entrada. "Venga mañana" le dijo. Los sepultureros tenían la orden de guardar estricto silencio sobre el sitio donde Quintín iba ser enterrado.
Estado en que se encuentra su actual panteón. Observe lo que queda del obelisco. Ni quiera una simple flor le recuerda |
Las ordenes eran estrictas y no se le permitió acompañar a su difunto marido en el velatorio. Incluso no imaginó jamás la sorpresa que le esperaba en el cementerio. El cura oficial de la necrópolis de Colón la recibió en la entrada. "Venga mañana" le dijo. Los sepultureros tenían la orden de guardar estricto silencio sobre el sitio donde Quintín iba ser enterrado.
Su cadáver presentaba varios impactos de bala y decenas de machetazos, uno de esos machetazos le arrancó parte de la cara, dejando sin parte de la nariz ni la oreja. Así de salvajes fueron. Una vez seguro de que no habría mirones, el párroco procedió a nombrar la tumba. Cuando la señora acudió al día siguiente, se sorprendió al ver que dicha inscripción llevaba el nombre del capellán, "E.P.D. Aquí yace Felipe Augusto Caballero, fallecido el 23 de agosto de 1906".
"Esta es la única manera de preservar las reliquias de un héroe, cuya orden de muerte salió directamente de la casa de gobierno" le dijo el padre y le agregó.. "El cuerpo debe esconderse de los que se atrevieron a quitar la vida a un pedazo de la historia de Cuba".
Gracias a la bondad de aquel santo clérigo, se le pudo dar decente sepultura al general José Quintino Bandera Betancourt aunque nadie, excepto algunos santeros, apenas le visitan. Ni siquiera los castristas, que se dicen adoradores de sus héroes, ha movido ni un solo dedo para restaurar lo que, tal cual su propio régimen, se está cayendo a pedazos.