viernes, 5 de enero de 2024

Ultima carta del apóstol José Martí a su hija María Mantilla


Cuando José Martí llegó a Nueva York el 3 de enero de 1880, se albergó en el hogar de su compañero del presidio político Miguel Fernández Ledesma, en el 337 W y la 31 street.

Semanas después se mudó para la residencia del matrimonio de Manuel Mantilla y Carmen Miyares, en el 49 E. 29 Street en Manhattan, a seis cuadras de distancia. Fue aquí donde se torció parte de la historia amorosa del maestro, en relación a su matrimonio con doña Cármen Zayas-Bazan.

Le dejamos la ultima carta escrita a su hija desde cabo haitiano, a donde había llegado el 6 de abril de 1895 con pasaporte falso. Se cree que la escribió mientras se encontraba pernoctando en casa de su amigo Ulpiano Dellundé. De allí salió el día 9 rumbo a la zona oriental de Cuba, llegando el día 11 al sur de Guantánamo en una zona conocida como "Playitas de Cajobabo".

A mi María

--Y mi hijita ¿qué hace, allá en
el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la
verdad del mundo, en saber, en
querer, -en saber para poder querer,
-querer con la voluntad, y querer
con el cariño? ¿Se sienta, amorosa,
junto a su madre triste?

--¿Se prepara a la vida, al trabajo
virtuoso e independiente de la
vida, para ser igual o superior
a los que vengan luego, cuando
sea mujer, a hablarle de amores,
-a llevársela a lo desconocido, o
a la desgracia, con el engaño
de unas cuantas palabras
simpáticas, o de una figura
simpática?

--¿Piensa en el trabajo,
libre y virtuoso, para que la
deseen los hombres buenos, para
que la respeten los malos, y
para no tener que vender
la libertad de su corazón y
su hermosura por la mesa y
por el vestido?

--Eso es lo que las mujeres esclavas,
-esclavas por su ignorancia y su
incapacidad de valerse, -llaman
en el mundo «amor». Es grande,
amor; pero no es eso. Yo amo
a mi hijita. Quien no la ame
así, no la ama. Amor es
delicadeza, esperanza fina,
merecimiento, y respeto.

--¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa
en mí?

--Aquí estoy, en Cabo
Haitiano; cuando no debía estar
aquí. Creí no tener modo de
escribirte en mucho tiempo,
y te estoy escribiendo. Hoy
vuelvo a viajar, y te estoy otra
vez diciendo adiós.

--Cuando alguien me es bueno, y bueno
a Cuba, le enseño tu retrato.
Mi anhelo es que vivan muy juntas,
su madre y ustedes, y que pases
por la vida pura y buena.
Espérame, mientras sepas que yo viva.
Conocerás el mundo, antes de darte
a él. Elévate, pensando y trabajando.

--¿Quieres ver como pienso en ti -
en ti y en Carmita?

--Todo me es razón de hablar de ti, el piano
que oigo, el libro que veo, el
periódico que llega. Aquí te
mando en una hoja verde,
el anuncio del periódico francés
a que te suscribió Dellundé.

--El Harper's Young People no lo
leíste, pero no era culpa tuya,
sino del periódico, que traía
cosas muy inventadas, que no
se sienten ni se ven, y más
palabras de las precisas. Este
Petit français es claro y útil. 
Léelo, y luego enseñarás.


Enseñar, es crecer. 

--Y por el correo te mando dos libros, y
con ellos una tarea, que harás, si
me quieres; y no harás, si no
me quieres. 

--Así, cuando esté en pena, sentiré como una mano
en el hombro, o como un cariño en la frente, o como las sonrisas con que me entendías y consolabas; 

--y será que estás trabajando en la tarea, pensando
en mí. Un libro es «L'Histoire
Générale», un libro muy corto, donde
está muy bien contada, y en lenguaje
fácil y limpio, toda la historia
del mundo, desde los tiempos más
viejos, hasta lo que piensan e
inventan hoy los hombres.

--Son 180 sus páginas: yo quiero que
tú traduzcas, en invierno o en
verano, una página por día;
pero traducida de modo que
la entiendas, y de que la puedan
entender los demás, porque
mi deseo es que este libro de
historia quede puesto por ti en
buen español, de manera que
se pueda imprimir, como libro
de vender, a la vez que te sirva,
a Carmita y a ti, para entender,
entero y corto el movimiento
del mundo, y poderlo enseñar.

--Tendrás, pues, que traducir
el texto todo, con el resumen
que va al fin de cada
capítulo, y las preguntas que
están al pie de cada página;
pero como éstas son para ayudar
al que lee a recordar
lo que ha leído; y ayudar
al maestro a preguntar, tú
las traducirás de modo que
al pie de cada página escrita
sólo vayan las preguntas que
corresponden a esa página.
El resumen lo traduces
al acabar cada capítulo.

--La traducción ha de ser
natural, para que parezca
como si el libro hubiese
sido escrito en la lengua
a que lo traduces, -que
en eso se conocen las buenas
traducciones. En francés hay
muchas palabras que no son
necesarias en español. 

--Se dice, -tú sabes- il est, cuando
no hay él ninguno; sino para
acompañar a es, porque en
francés el verbo no va solo:
y en español, la repetición de
esas palabras de persona,- del
yo y él y nosotros y ellos, - delante
del verbo, ni es necesaria
ni es graciosa. 

--Es bueno que al mismo tiempo que
traduzcas, -aunque no por su
puesto a la misma
hora, -leas un libro escrito
en castellano útil y
sencillo, para que tengas en
el oído y en el pensamiento
la lengua en que escribes.

--Yo no recuerdo, entre los que
tú puedes tener a mano,
ningún libro escrito en este
español simple y puro. Yo quise
escribir así en La Edad de Oro;
para que los niños me
entendiesen, y el lenguaje
tuviera sentido y música.
Tal vez debas leer, mientras
estés traduciendo, La Edad de
Oro. 

-El francés de «L'Histoire
Générale» es conciso y directo,
como yo quiero que sea el
castellano de tu traducción;
de modo que debes imitarlo
al traducir, y procurar usar
sus mismas palabras, excepto
cuando el modo de
decir francés, cuando la frase
francesa, sea diferente
en castellano. 

-Tengo, por ejemplo, en la página 19,
en el párrafo nº 6, esta
frase delante de mí:
«Les Grecs ont les premiers cherché
a se rendre compte des choses
du monde».-Por supuesto que
no puedo traducir la frase así,
palabra por palabra: 

-«Los Griegos han los primeros buscado a darse
cuenta de las cosas del mundo», -
porque eso no tiene sentido en
español. Yo traduciría: «Los
griegos fueron los primeros que
trataron de entender las cosas
del mundo.» 

--Si digo: «Los griegos
han tratado los primeros», diré
mal, porque no es español eso.
Si sigo diciendo: «de darse
cuenta», digo mal también, por
que eso tampoco es español.
Ve, pues, el cuidado con que
hay que traducir, para que
la traducción pueda
entenderse y resulte elegante,
y para que el libro no
quede, como tantos libros
traducidos, en la misma
lengua extraña en que estaba. 

--Y el libro te entretendrá, sobre
todo cuando llegues a los
tiempos en que vivieron
los personajes de que hablan
los versos y las óperas. Es
imposible entender una
ópera bien, -o la romanza de
Hildegonda, por ejemplo, -si
no se conocen los sucesos de
la historia que la ópera
cuenta, y si no se sabe
quién es Hildegonda, y dónde
y cuándo vivió, y qué
hizo. -Tu música no es así,
mi María; sino la música
que entiende y siente.

--Estudia, mi María; -trabaja,
y esperame. 
Y cuando tengas bien
traducida «L'Histoire Génerale»,
en letra clara, a renglones iguales
y páginas de buen margen,
nobles y limpias ¿cómo no
habrá quien imprima; -y
venda para ti, venda para
tu casa, -este texto claro
y completo de la historia del
hombre, mejor, y más
atractivo y ameno, que todos los
libros de enseñar historia
que hay en castellano?
La página al día, pues:
mi hijita querida. Aprende
de mí. Tengo la vida a un
lado de la mesa, y la muerte
a otro, y un pueblo a las
espaldas: -y ve cuántas
páginas te escribo. 

--El otro libro es para
leer y enseñar: es un libro
de 300 paginas, ayudado
de dibujos, en que está, María
mía, lo mejor -y todo lo cierto
de lo que se sabe de la
naturaleza ahora. Ya tú leíste,
o Carmita leyó antes que tú,
las Cartillas de Appleton. Pues
este libro es mucho mejor, -
más corto, más alegre, más
lleno, de lenguaje más claro,
escrito todo como que se lo
ve. 

--Lee el último capítulo, La
Physiologie Végétale, -la vida
de las plantas, y verás que
historia tan poética y tan interesante.
Yo la leo, y la vuelvo a leer, y siempre
me parece nueva. Leo pocos versos,
porque casi todos son artificiales o
exagerados, y dicen en lengua
forzada falsos sentimientos, o
sentimientos sin fuerza ni honradez, mal
copiados de los que los sintieron de
verdad. 

--Donde yo encuentro poesía
mayor es en los libros de ciencia,
en la vida del mundo, en el orden del
mundo, en el fondo del mar, en la
verdad y música del árbol, y su fuerza
y amores, en lo alto del cielo, con
sus familias de estrellas, -y en la
unidad del universo, que encierra
tantas cosas diferentes, y es todo uno, y
reposa en la luz de la noche del
trabajo productivo del día. 

--Es hermoso, asomarse a un colgadizo, 
y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer,
cambiar, mejorar, y aprender en esa
majestad continua el gusto de la verdad,
y el desdén de la riqueza y la soberbia
a que se sacrifica, y lo sacrifica
todo, la gente inferior e inútil. Es
como la elegancia, mi María, que está
en el buen gusto, y no en el costo. 

--La elegancia del vestido, -la grande y
verdadera, -está en la altivez y
fortaleza del alma. Un alma honrada,
inteligente y libre, da al cuerpo
más elegancia, y mas poderío a la
mujer, que las modas más ricas
de las tiendas. Mucha tienda, poca
alma. Quien tiene mucho adentro,
necesita poco afuera. Quien lleva
mucho afuera, tiene poco adentro,
y quiere disimular lo poco.
Quien siente su belleza, la belleza
interior, no busca afuera belleza
prestada: se sabe hermosa, y la
belleza echa luz. 

--Procurará mostrarse alegre, y agradable a los
ojos, porque es deber humano
causar placer en vez de pena, y
quien conoce la belleza la
respeta y cuida en los demás
y en sí. Pero no pondrá en
un jarrón de China un jazmín:
pondrá el jazmín, solo y ligero,
en un cristal de agua clara.
Esa es la elegancia verdadera: que
el vaso no sea más que la flor.
-Y esa naturalidad, y verdadero
modo de vivir, con piedad para
los vanos y pomposos, se aprende
con encanto en la historia de
las criaturas de la tierra. 

--Lean tú y Carmita el libro de Paul Bert:
a los dos o tres meses, vuelvan a
leerlo; léanlo otra vez, y ténganlo
cerca siempre, para una página
u otra, en las horas perdidas.
Así sí serán maestras, contando
esos cuentos verdaderos a sus discípulas,
en vez de tanto quebrado
y tanto decimal, y tanto nombre
inútil de cabo y de río, que se
ha de enseñar sobre el mapa
como de casualidad, para ir
a buscar el país de que se
cuenta el cuento, o -donde vivió
el hombre de que habla la
historia. 

--Y cuentas, pocas, sobre
la pizarra, y no todos los días.
Que las discípulas amen la
escuela, y aprendan en ella cosas
agradables y útiles. 

--Porque ya yo las veo este invierno, 
a ti y a Carmita, sentadas en su
escuela, de 9 a 1 del día, trabajando las
dos a la vez, si las niñas son de
edades desiguales, y hay que hacer
dos grupos, o trabajando una
después de otra, con una clase igual
para todas. 

--Tú podrías enseñar piano
y lectura, y español tal vez, después
de leerlo un poco más; -y Carmita
una clase nueva de deletreo y
composición a la vez, que sería la
clase de gramática, enseñada toda
en las pizarras, al dictado, y
luego escribiendo lo dictado en el
pizarrón, vigilando porque las
niñas corrijan sus errores, 

--Una clase de geografía, que fuese
más geografía física que de
nombres, enseñando como está
hecha la tierra, y lo que
alrededor la ayuda a ser, y de la
otra geografía, las grandes
divisiones, y esas bien, sin mucha
menudencia, ni demasiados detalles yankees. 

--Y una clase de ciencias, que sería una
conversación de Carmita, como un
cuento de veras, en el orden en
que está el libro de Paul Bert,
si puede entenderlo bien ya, y
si no, en el que mejor pueda
idear, con lo que sabe de las
cartillas, y la ayuda de lo que
en Paul Bert entienda, y astronomía. 

--Para esa clase le ayudarían mucho un libro
de Arabella Buckley, que se
llama «The Fairy-Land of Science»,
y los libros de Johri Lubbock, y
sobre todo dos, «Fruits, Flowers and
Leaves», y «Ants, Bees, and Wasps». 

--Imagínate a Carmita contando
a las niñas las amistades de
las abejas y las flores, y las
coqueterías de la flor con la abeja,
y la inteligencia de las hojas,
que duermen y quieren y se
defienden, y las visitas y los viajes de las estrellas,
y las casas de las
hormigas. Libros pocos, y continuo hablar. 

--Para historia, tal vez
sean aún muy nuevas las
niñas. Y el viernes, una clase
de muñecas, -de cortar y coser
trajes para muñecas, y repaso
de música, y clase larga de
escritura, y una clase de
dibujo. 

--Principien con dos, con
tres, con cuatro niñas. Las demás
vendrán. En cuanto sepan de esa
escuela alegre y útil, y en inglés,
los que tengan en otra escuela
hijos, se los mandan allí: y si
son de nuestra gente, les enseñan
para más halago, en una clase
de lectura explicada - /explicando
el sentido de las palabras/-
el español: no más gramática que esa: 
la gramática la va descubriendo el
niño en lo que lee y oye, y esa es la única que le
sirve. 

--¿Y si tú te esforzaras,
y pudieras enseñar francés
como te lo enseñé yo a ti,
traduciendo de libros
naturales y agradables? -Si
yo estuviera donde tú no
me pudieras ver, o donde
ya fuera imposible la vuelta,
sería orgullo grande el mío,
y alegría grande, si te viera
desde allí, sentada, con tu
cabecita de luz, entre las
niñas que irían así
saliendo de tu alma, -sentada,
libre del mundo, en el
trabajo independiente. 

--Ensáyense en verano: empiecen
en invierno. Pasa, callada,
por entre la gente vanidosa.
Tu alma es tu seda. Envuelve
a tu madre, y mímala, porque
es grande honor haber venido
de esa mujer al mundo. 

--Que cuando mires dentro de ti,
y de lo que haces, te encuentres
como la tierra por la
mañana, bañada de luz.
Siéntete limpia y ligera, como
la luz. 

--Deja a otras el mundo frívolo: tú vales
más. Sonríe, y pasa. Y si
no me vuelves a ver, haz como
el chiquitín cuando el entierro
de Frank Sorzano: pon un libro,
-el libro que te pido, -
sobre la sepultura. O sobre
tu pecho, porque ahí estaré
enterrado yo si muero donde
no lo sepan los hombres.

--Trabaja.

Un beso. Y espérame.
tu Martí. Cabo Haitiano, 9 de abril, 1895.

DATOS 

La familia Mantilla permaneció en Nueva York después de la independencia de Cuba, y aparecen enumerados en el censo de 1900. Carmen, dos de sus hijas y tres sobrinos estudiantes universitarios, residían en un apartamento rentado en el 322 W. 32 Street. Su vecino era el pianista cubano Emilio Agramonte, exiliado con su familia desde 1875.

En 1915 Carmen Mantilla viajó a La Habana y se hospedó con la familia Baralt. Allí entregó la biblioteca personal de José Martí al doctor Julio Villaldo. Cinco años después, Carmen y su hijo Ernest, aparecían en el censo de Nueva York de 1920.

Residían en el 135 W. 74 Street, un edificio hipotecado a ella de ocho apartamentos. Carmen tenía un negocio de bienes raíces y rentaba apartamentos por cuenta propia. Ernest, de 41 años, estaba desempleado. Carmen es descrita como una viuda de 70 años de edad, residente en Estados Unidos desde 1870 sin ser ciudadana norteamericana.

Su hija María
Carmen Mantilla falleció el 17 de abril de 1925 y fue inhumada en el cementerio Woodlawn en el Bronx, donde posteriormente la acompañaron sus dos hijos.

Diez años después, su hija María Mantilla ofreció la evidencia más contundentes respecto a su paternidad, en una carta de nueve páginas que le envió a su hijo César Romero el 9 de febrero de 1935.

La misiva relata la vida de José Martí y afirma: 

“Yo quiero que sepas, querido, que él era mi padre, y yo quiero que tú te sientas orgullo de eso. Algún día, hablaremos mucho sobre esto, pero claro, esto es solamente para tu conocimiento, y no para publicidad. Esto es mi secreto, y Papá lo sabe. Bueno, creo que esto es bastante sobre la historia de la familia.” 

María Mantilla falleció en Hollywood en 1962, y sus cenizas están en el panteón de la familia Romero en el cementerio de Inglewood, California. El 23 de enero de 2004, las nietas de María Mantilla, Victoria y Martí Romero, hijas de Eduardo Romero, viajaron a La Habana y donaron la carta original a la Fragua Martiana.

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