domingo, 12 de noviembre de 2023

LA HABANA DE LOS MUERTOS: Cementerio de Espada

Obispo Juan Díaz Espada 
En la edad media la gente importante y de relevancia social era inhumada dentro de los templos, mientras que el resto en cementerios que, según el rey Alfonso X, debían estar situados en los perímetros de las iglesias a una distancia de 40 pasos y a 30 de las parroquias. 

Lo que no contaba el soberano es que la población, como mismo crecía, moría igualmente. En el caso de Cuba la historia cuenta que fueron dos los capitanes generales de Cuba que impulsaron la idea de construir un cementerio público que estuviera separado del casco urbano, nos referimos a José Manuel Ignacio Timoteo de Ezpeleta y Viegre de Galdeano, conde de Ezpeleta, que gobernara la isla entre 1785 y 1789, y Luis de las Casas y Arragorri, gobernador en funciones entre 1790 y 1796, sin embargo el proyecto no fructificó de inicio por carecer de los terrenos.

No fue hasta 1804 en que por fin aparece un área apropiada al efecto, y comienza su construcción. Se trató de unos 16 mil 500 metros cuadrados situado en los terrenos conocidos como "La Huerta", en la Villa Habanera, que en el pasado habían sido propiedad del emigrante Alicantino (De Alicante en España) Francisco Teneza y Rubira. Para tener una idea más clara, estaría situado en el área comprendida por las calles habaneras de extramuros, Aramburu, San Francisco, San Lázaro y Vapor.

El Cementerio de Espada, llamado primero Cementerio General de La Habana, y dicho sea de paso, el primero de tipo público en la América hispana, fue construido gracias al interés mostrado por el Gobernador General Don Luis de las Casas, Tomás Romay, Don Felipe Tres Palacios, la Sociedad Económica Amigos del País, en pleno y sobre todo del obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de la Landa. (1756-1832).

El proyecto y ejecución de la obra estuvieron a cargo del arquitecto francés Etienne – Sulpice Hallet, radicado en Estados Unidos, desde donde se trasladó hacia 1800 a La Habana, en tanto que sus frescos en el embellecimiento del interior de la cúpula de la capilla de la necrópolis, fue una obra del pintor italiano Guiseppe Perovani, precursor en La Habana de una escuela de pintura neoclásica.

Según lo que asegura el periodista cubano José María Andueza en su libro "El Cementerio", la construcción de este campo santo se prolongó durante dos años, del 2 de febrero de 1804 hasta el 1806, en tanto que la obra costó la friolera de 46,868 pesos que fueron sufragados, en parte, por un préstamo salido de los fondos de la catedral, de los cuales 22.000 fueron donados por el obispo Díaz Espada. También, el gobernador general, marqués de Someruelos, auxilió con diferentes materiales y puso a disposición la mano de obra de todos los reclusos del presidio. Finalmente, tres esclavos negros e igual número de carretones y mulas, adquiridos por el obispo, cumplirían la función del traslado de los cadáveres hasta su destino final, asegura Andueza.

Vista interior del cementerio de Espada.
Los primeros restos inhumados en el Cementerio de Espada se depositaron justo el día de la inauguración y correspondieron a los del mariscal de campo, que fuera capitán general
y gobernador de la isla de Cuba, Diego Antonio de Manrique, que falleció en La Habana del vómito negro en 1765, tan solo 13 días después de haber tomado el mando de la isla, cuyo cadáver inicialmente había sido depositado en la iglesia de San Francisco de Asís.

Otro de los restos fue el del vicario capitular, José Manuel González Cándamo Cauniego, obispo titular de Milasa y segundo auxiliar de La Habana, que fueron exhumados de la catedral de La Habana, donde había ejercido su ministerio y que había fallecido del mismo padecimiento. Al siguiente día de la inauguración tuvieron lugar las primeras inhumaciones del niño José Flores y la señora Petrona Alvarado. 

---Los nombres de las personas que fueron sepultadas en el campo santo en lo sucesivo se perdieron porque el Libro Registro de Enterramientos no fue inaugurado hasta 20 años más tarde.---

Este campo santo significó una pionera señal de modernidad para Latinoamérica y la metrópoli española y constituyó un paso importante para mejorar la salubridad y la higiene de la creciente y ya aglomerada población de la ciudad. Sin embargo, el cementerio se fue quedando sin espacios, hasta que una epidemia de cólera ocurrida de entre los años 1867 y 1868, sobrepasó los espacios disponibles.

De manera que el 4 de enero de 1868 esta necrópolis quedó clausurada de modo que solo podían ser sepultados allí los fallecidos que fueran propietarios de nichos o panteones ya establecidos, quedando como opción para el resto de los habitantes el cementerio provisional de Atarés, localizado en la falda del castillo del mismo nombre, en la llamada loma de “González”, al fondo de la bahía habanera. Otros restos, en cambio, fueron a parar al Cementerio de los Protestantes o de los Americanos o Cementerio de los Ingleses.

Ruinas que aun quedan en pie.
Todo esto, unido a la explosión urbanística que experimentó la Habana, determinó la inauguración en 1871 de un nuevo campo santo, el Cementerio de Colón, y con ello el cierre definitivo - por decreto real del gobernador - del Cementerio General el 30 de septiembre de 1878, luego de haber sido enterrados en dicho recinto la cifra de 314.244 cadáveres. Terminaba así la historia del Cementerio de Espada, tras apenas 65 años de servicio público. 

El 4 de abril de 1900, el presbítero Joaquín Cañal y Robera, capellán de los cementerios de la urbe, solicitó autorización al Gobierno Civil para que le permitieran realizar el traslado a la nueva necrópolis de los restos que aún permanecían en el antiguo Cementerio de Espada, tarea que fue demorada hasta el 3 de enero de 1901. En 1908 el cementerio de espada fue demolido y sus terrenos vendidos.

Maldita Hemeroteca 

Fuente: Vestigios de una necrópolis neoclásica:
el Cementerio de Espada. Martha Elizabeth Laguna Enrique /Universidad de Salamanca. //Fuentes citadas.

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