| La famosa acera del Louvre Habanera. |
Existe un libro editado en 1884 que lleva por título "Los Duelos en Cuba", donde su autor, Agustín Cervantes, hace un compendio de la mayoría de los duelos que se efectuaron en aquella Habana donde el honor se limpiaba a través de las armas.
Cervantes deja claro que era contrario a esta práctica, y que aquellos diferendos había que resolverlos con la fuerza del derecho, que para eso estaba. Criticó lo que por entonces ya era en Cuba una peligrosa moda, sobre todo por la ligereza con la que los Padrinos arrastraban a sus ahijados al "campo del honor", aun cuando muchas de aquellas querellas podrían haberse resuelto pacíficamente.
En fin que para confeccionar su libro, Cervantes revisó una por una todas las actas de aquellos duelos llevados a conclusión. Por ejemplo, aclara que los ocurridos en la isla partir del año 1893, eran muy distintos a los que se celebraban en Europa y oras partes del mundo. En la especialidad de sable, por ejemplo, en Cuba se efectuaban con el filo y contra filo amolados en piedra, haciendo casi siempre uso de la punta, diferenciándose notablemente de los que se efectuaban en el extranjero donde sólo se usaba el arma con el filo que traía de fábrica.
En los duelos a espada se permitía el combate cuerpo a cuerpo, cuando en Europa era solo en casos excepcionales. Con respecto a los encuentros a pistola, la distancia en Europa variaba entre 25 y 30 pasos, mientras que en Cuba era solo de quince a veinticinco. De ahí que la estadística isleña arrojara mayor número de resultados funestos, señalando ese año 9 muertos a pistola y 2 en sables. Incluso, en uno de ellos a revólver, llegaron a morir los dos adversarios.
Dicho esto, les dejamos varias anécdotas ocurridas en algunos de estos duelos celebrados durante el último tercio del siglo XIX en la Habana, protagonizados por aquellos vehementes jóvenes que frecuentaban diariamente la Acera del Louvre, en su mayoría de excelente posición económica procedentes de las principales familias de la sociedad habanera, chicos muy valientes que tenían un alto concepto del honor, dispuestos a defenderlo hasta las ultimas consecuencias.
Eso explica la cantidad de duelos que se llevaron a cabo en aquellos años, muchos de ellos con trágicas consecuencias, pues como ya dijimos, se usaban armas muy afiladas. Casi todos en la casa Ribis, situada entonces en la calle Galiano, entre Salud y Reina, en la Habana.
Maldita Hemeroteca
Uno de los más sonados lances ocurrió en el año 1887 entre el licenciado Francisco Varona Murias, abogado y periodista conceptuoso, cuyas críticas provocaban siempre diversos comentarios, y el también periodista Pascasio Álvarez, director del semanario “El Asimilista“.
Un artículo publicado por Álvarez bajo el título de “Tipos habaneros: Los hombres que matan“, fue el motivo de que Varona Murias estimara injurioso para su persona. Murias designó a sus amigos Fermín Valdés Domínguez, venerable figura del estudiantado, y al famoso escritor costumbrista Felipe López de Briñas, para que le representaran en el campo del honor.
La primera entrevista con los padrinos de Álvarez, don Manuel Romero Rubio y don Francisco Romay, se celebró el 22 de julio sin que se llegara a una solución, ya que pedían a toda costa la elección de armas para su apadrinado. Y, como al celebrarse la segunda reunión surgieron de nuevo los mismos obstáculos, Varona Murias, perdiendo la paciencia, hizo publicar en uno de los diarios habaneros lo que consideró "la actitud miserable, asquerosa y vergonzosa de su rival".
Era lo que precisamente deseaba Álvarez, es decir, el derecho de elección de armas al ser colocado ya en el plano de ofendido. Además, al ser un experto tirador de pistola, eligió esa arma con las siguientes condiciones: El duelo sería a quince pasos de distancia, los disparos se harían en el intermedio de la segunda a la tercera palmada y, finalmente, no se suspendería hasta la completa inutilización de uno de los contrincantes.
Aceptadas integrantemente las condiciones, firmaron el acta correspondiente y el duelo se celebró en terrenos de la estancia “La Purísima Concepción”, conocida también por “Los Zapotes“, situada en la carretera de Güines y no muy distante de lo que era entonces era el caserío del Luyanó. Como juez de campo actuó J. Martínez Oliva.
Iniciado el combate al sonar la segunda palmada, se pudieron escuchar dos disparos casi simultáneos sin resultado alguno para los contendientes. Sólo después del segundo disparo, la bala salida del revólver de Álvarez causó una leve lesión en el costado derecho a Varona Murias, sin que los padrinos contrarios se apercibieran de ello. El duelo continuó con ambos contendientes serenos y tranquilos.
Cargadas de nuevo las pistolas sonó entonces la segunda palmada que ordenaba el tercer disparo, y esa vez fue Pascasio Álvarez quien contrajo el rostro en trágico gesto de dolor y que le hizo llevarse las manos al vientre y soltar la pistola. Enseguida dio muestras de desfallecimiento, por lo que Martínez Oliva corrió hacia él inmediatamente.
En tanto esta escena se desarrollaba, Varona Murias fue palideciendo tanto, que Martínez Oliva gritó: “¡César, Jerez, acudan a ver a Pancho!“. Murias negó su herida, entregándoles el arma que aún sostenía en su mano. Sus padrinos le dieron entonces que se marchara, pero Murias solicitó la autorización de su contrario para hacerlo.
Pascasio Álvarez, en tanto, era reconocido por los médicos, apreciando estos que presentaba una herida de unos ocho centímetros en el octavo espacio intercostal a nivel de la línea axilar, herida que produjo por la intensa hemorragia interna que le ocasionó momentos después la muerte.
Las dos pistolas usadas en este duelo pertenecían al general Carlos Guas y Pagueras, mambí que luchó en la guerra de independencia cubana, y padre del vice presidente del gobierno de Fulgencio Batista durante la dictadura, Rafael Guas Inclán.
El general las conservó con devoción por haberse usado en uno de los duelos más famosos de aquella época, entregándolas años después como obsequio a su profesor y amigo el maestro José María Rivas, director de la sala de armas del Capitolio habanero, quien las conservó con amoroso interés.
DE NUEVO MURIAS
Otro duelo de Varona Murias, surgido también en la Acera del Louvre, fue el que sostuvo con Agustín Cervantes la tarde del 24 de septiembre de 1888. El primero de ellos desconocía en lo absoluto el manejo de las armas, pues iba a los duelos confiado en su buena estrella y en su valor personal. No ocurría lo mismo en cuanto a Cervantes, que era un gran tirador a más de ser también un hombre muy valiente.
El duelo que se concertó fue realmente peligroso, pues se pactó a sable con filo, contrafilo y punta, en campo cerrado sin devolución de terreno y obligación de continuarlo hasta la completa inutilización de uno de los contrincantes. Actuó como juez de campo Don Gonzalo Jorrín. Al final Murias resultó gravemente lesionado al recibir una importante herida en el antebrazo derecho, que incluso le hizo saltar varias esquirlas.
Ambos duelistas publicaron sus respectivos libros. En el caso de Agustín Cervantes fue una obra relacionada con este duelo específicamente, "Mi duelo con Francisco Varona Murias" de 1894, mientras que "Mis duelos", de Murias, salió publicado también ese mismo año.
Adaptado de un articulo del Diario de La Marina (Luis Bay Sevilla / 27 marzo 1947)







