miércoles, 11 de mayo de 2022

Aniversario de la muerte de Ignacio Agramonte.

La casona de Ignacio Agramonte, hoy manchada con una fachada muy próxima dedicada al asesino argentino Ernesto Guevara. 

La palabra Bayardo viene del francés y significa caballero valiente, dotado de virtudes excepcionales, sin miedo, como un general de los ejércitos de la edad media, que no cualquiera podía ser considerado como tal.

Sin embargo el mayor general del ejército libertador, Ignacio Agramonte, lo fue y de hecho era así como se le conocía en Cuba. Por eso hoy, 11 de Mayo, pero del 1873, se conmemora el día de la caída de quien se ganara ese apodo por derecho propio... el mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz .

Pronto la División de Camagüey bajo su mando gozó de gran prestigio entre los insurrectos. En los meses siguientes intervino en varios combates, Bonilla, Ceja de Altagracia, ataque a Puerto Príncipe, Minas de Juan Rodríguez, Sabana Nueva y otros. En el ataque a Las Tunas, en agosto de 1869, se mostró en desacuerdo con la forma en que se condujo la batalla, dirigida por el general Quesada como jefe de las fuerzas cubanas, y acabaría pidiendo el cese del mismo. 

SE OPUSO ABIERTAMENTE AL CAUDILLISMO DE CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES 

Estas discusiones fueron agravándose y, en abril de 1870, sus discrepancias con Céspedes sobre la estrategia a seguir le indujeron a renunciar a la jefatura militar de Camagüey. Además, el Padre de la Patria aspiraba a la jefatura universal de la revolución, no tanto por ambiciones personales como por motivos conceptuales, mientras Agramonte deseaba la descentralización de los poderes, separando el mando civil del militar.

En enero de 1871, Céspedes ofreció de nuevo a Agramonte el mando en Camagüey y éste, que había rechazado hacerse cargo de la división de Holguín, aceptó dejando a un lado los desencuentros anteriores. 

A partir de ese momento, utilizando en buena medida las disposiciones tácticas publicadas por el marqués del Duero, pasó decididamente a la ofensiva, poniendo en jaque a las fuerzas españolas. La relación de sus acciones sería interminable: Caridad de Caobao, Yaguajay, San Mateo, San Ramón de Pacheco... sumando a finales de año la treintena de combates.
En febrero de 1869, por encargo de la Asamblea, redactó la primera constitución de la República de Cuba; y en mayo de 1872 se confirió el mando del ejército libertador de las Villas y de Camagüey. era el hombre, considerado por muchos, que debía ser el futuro gobernante de la república cubana.
En enero de 1873 propuso al gobierno cubano la invasión de Las Villas para llevar la guerra hacia Occidente; aunque en ese momento no contó ni con el respaldo político, ni con las fuerzas suficientes. 

Aun así en los primeros meses de ese año, batió a las fuerzas españolas en Buey Salado, Sabana de Lázaro y Ciego de Najasa, mientras que el 7 de mayo derrotó a las tropas comandadas por el coronel de la Guardia Civil Leonardo Abril, en la zona de Cocal del Olimpo causándoles importantes bajas. 

A esas fechas era, sin ninguna duda, el jefe insurrecto que mayor preocupación causaba a las autoridades españolas de La Habana. Para tratar de neutralizarlo, se formó una columna al mando del entonces brigadier Valeriano Weyler que, el 11 de mayo de aquel año le alcanzó en Jimaguayú, a unos cuarenta y cinco kilómetros de Puerto Príncipe. (entonces Camaguey)

En aquel combate Agramonte cayó bajo las balas de los soldados de la 6.ª compañía del Batallón de León. El más valioso de todos, el que tantas veces sorprendería a sus enemigos en los campos cubanos, se había visto sorprendido precisamente cuando debía asistir a una reunión prevista en Las Tunas, donde le esperaba el mando supremo de las fuerzas revolucionarias. 
Entre sus mayores éxitos estaría el rescate de otro de los personajes de la revolución, Julio Sanguily, en octubre de 1871, que había caído en manos de los españoles. Agramonte atacó con apenas treinta y cinco hombres la columna en Pozo de la Esperanza.
Nunca llegaría a aquella cita. Los mambises se retiraron sin poder encontrar a su general. Los soldados españoles recogieron su cadáver y lo trasladaron al hospital de San Juan de Dios, en Puerto Príncipe y, posteriormente, al cementerio donde fue incinerado; una práctica que para entonces era considerada como una deshonra. 

Las autoridades de aquella ciudad alegaron que su pretensión no era otra que evitar que algunos exaltados pudieran profanar el cuerpo. Sobre la muerte del incansable guerrillero José Martí dijo lo siguiente: “Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él una estrella. De Céspedes, el ímpetu, y de Agramonte, la virtud”. 

Su muerte produjo una honda conmoción, dando paso a un sinfín de rumores que alimentaron la leyenda del caudillo caído. Máximo Gómez, que le sustituiría, confiaba en que Agramonte, con su martirio haría tanto daño a los españoles muertos como lo había hecho vivo. Sin embargo, lo que resultaba evidente es que con él, caudillo por antonomasia de la guerra de los Diez Años, morían también una buena parte de las esperanzas de aquella revolución.

Memorias
Fuente: dbe.rah.es // A. Castillo de González, Ignacio Agramonte en la vida privada, La Habana, Imprenta Rambla y Bouza, 1912.

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