domingo, 22 de mayo de 2022

Los cimarrones de ojos azules

El historiador cubano Rafael Duharte afirmó que la fuga de esclavos era tan común, que para mediados del siglo XIX el periódico santiaguero "El Redactor" publicaba con regularidad una columna que llevaba por título “Esclavos Escapados”.

En esa sección los amos de esos esclavos fugados, por lo general hacia el monte, les denunciaban con la esperanza de que alguien los encontrara y se los devolvieran. A estos esclavos escapados se les denominaba "Cimarrones", que en idioma español significa salvaje, silvestre, rústico, agreste o bravío

Hacia la mitad del siglo XIX la población general de blancos apenas sobrepasaba la población de personas de descendencia africana. Para 1869 la población total de la isla había llegado a 1,399,809 de la cual se registraban 763,176 blancos, 238,927 afrocubanos libres, 34,420 asiáticos y 363,286 esclavos. 

Esclavo en un quitrín 

La integración de casi la mitad de la población libre y esclava en la nación futura era de vital importancia y no solamente jugó un papel en la Guerra de los Diez Años, sino que persistió después que se declarara la abolición de la esclavitud en 1880.

Ada Ferrer opina que de los procesos que llevaron a la definición final de la guerra como guerra de independencia para todos los cubanos la cuestión racial fue el aspecto más complejo y apremiante al que se enfrentó el nacionalismo cubano. La ideología de la revolución hacia los comienzos de la Guerra de Independencia en 1895 incluía la idea de crear una nación que no fuera de blancos, negros o mulatos, sino de cubanos.

En la España peninsular la esclavitud fue abolida en 1.837, pero los territorios de ultramar Cuba y Puerto Rico, quedaron al margen de esta ley, los ingenios azucareros necesitaban de mucha mano de obra lo que encarecía el precio final del producto, esto unido a la situación de ambigüedad ante la ley hizo que los grandes hacendados demandaran mano de obra esclava, por otra parte desde la metrópoli se incentivaba la emigración a Cuba, había que blanquear la isla ante una posible revuelta o sublevación de los esclavos negros tal y como había ocurrido en Haití.

Esta situación fue aprovechada por un empresario y político gallego sin escrúpulos, nacido en Viana do Bolo, Ourense, España, Urbano Feijóo de Sotomayor.Feijóo se había enriquecido gracias al café y al azúcar, poseía haciendas, ingenios azucareros y cafetales en la isla, fue diputado en el Congreso por Ourense en 1854, por el distrito de Verín (España) en 1872, y por el distrito de Matanzas (Cuba) en 1881.

Las nuevas leyes contra el tráfico de esclavos hicieron que el precio del azúcar bajara, entonces para compensar la merma de la mano de obra esclava y viendo negocio en la inmigración fundó la Compañía Patriótica Mercantil, presentando un plan al Gobierno en una memoria titulada: “Isla de Cuba. Inmigración de trabajadores españoles ”, en ella emigrantes gallegos se enviarían a Cuba para trabajar de braceros, según él su objetivo era socorrer a los desgraciados gallegos, contribuir a la agricultura y al aumento de la población blanca de Cuba.

Urbano "era muy bueno en matemáticas". Su ultima legislatura en las cortes españolas la hizo en 1881-1884, y ojo al dato: En representación de la provincia de Matanzas.

Apenas una década antes de concebir su «filantrópico pensamiento», echaba cuentas que un esclavo negro costaba 350 pesos y una caja de azúcar se vendía a más de 30 pesos. Ahora, a la altura de 1853, el precio del esclavo casi se había duplicado y la cotización del azúcar se había reducido a menos de la mitad. Los hacendados de la isla caminaban hacia la ruina: el coste del producto superaba su precio de venta.

Urbano precisaba más. La explotación de esclavos, que tras la prohibición entraban en la isla de contrabando, se había vuelto más onerosa que la utilización de mano de obra «libre». Así lo probaban sus cálculos. En el primer caso, estimaba que los esclavos constituían la mitad del capital fijo de un ingenio azucarero. Por cada 1.200 pesos de inversión, 600 se destinaban a la compra de un negro y otros 600 correspondían al valor de las tierras, bueyes, instalaciones y maquinaria.

El esclavo producía anualmente azúcar por valor de 225 pesos: quince cajas, a quince pesos cada una. Pero a los ingresos brutos del hacendado había que deducir los gastos de explotación, la merma del capital y el lucro cesante: 67,5 pesos «de refacción» -manutención de la mano de obra y de los bienes de equipo-, 144 pesos para cubrir amortizaciones y riesgos -epidemias de cólera o de viruela, incendios, obsolescencia del capital- y 120 pesos en concepto de intereses -12 %- que el capital utilizado proporcionaría en cualquier entidad bancaria. En total, 331,5 pesos, lo que suponía para el patrón una pérdida de 106,5 pesos por cada negro esclavizado.

La contratación de negros libres, consideraba el empresario ourensano, reducía en parte las pérdidas, si bien no las eliminaba. El jornalero negro producía lo mismo que el esclavo -225 pesos al año-, pero solo costaba 279 pesos (sueldo mensual de veinte pesos -25 en temporada de zafra- y un real diario «por manutención y quebrantos»). «La riqueza del explotador -concluía Urbano- mengua en 54 pesos por negro que emplee».

Esas son las cuentas que inspiran la iniciativa «patriótica» y «filantrópica» de Feijoo de Sotomayor: importar compatriotas gallegos que, además, atraviesan en la época una de las recurrentes hambrunas en su país.

LA EMPRESA

La empresa funcionaría en régimen de privilegio durante 15 años, los contratos tendrían una duración de 5 años establecidos entre los trabajadores y el empresario, a los trabajadores se les pagaría el pasaje de ida y vuelta, tendrían un periodo de aclimatación de tres meses y a su llegada se les entregaría a cada uno tres camisas, un pantalón, una blusa, un par de zapatos y un sombrero de yarey dos veces al año, su salario seria de 5 pesos al mes, teniendo sus jornadas de descanso.

En 1.853 la situación de Galicia era trágica, la crisis agraria tras la pérdida de las cosechas de ese año hizo que el hambre se enseñoreara de la región a lo que habría que añadir una epidemia de cólera morbo, enfermedad procedente de Asia que hizo su entrada por el puerto de Vigo en el vapor “Isabel la Católica ” y que llego a diezmar la población, esta grave situación hizo que muchos jóvenes gallegos se embarcaran con el anhelo de un futuro mejor.

Tras la aprobación del plan por el Gobierno, Feijóo embarcó en la fragata “Villa de Neda ”, los primeros 315 hombres llegan en marzo de 1854, teniendo un gran recibimiento, según el diario de la Habana:

“Jóvenes con muy cortas excepciones de hermosa presencia y notable compostura, uniformados con la mayor propiedad para los trabajos de campo (…) y organizados en pelotones de 25 hombres con su correspondiente capataz cada uno formaban un cuadro sumamente agradable que realzaba la alegre y marcial música del país, haciendo no pocos en honor a la empresa que revela tan distinguidos sentimientos y ofreciendo un contraste sorprendente con lo que estamos acostumbrados a ver en esta línea ”.

Pero todo era ficción, eran gente analfabeta que no sabían leer ni escribir y el empresario se aprovechó de ello, el contrato tenía letra pequeña, los trabajadores no podían romper el contrato, se les retiraba el pasaporte y aceptaban tener castigos corporales si no cumplían con su trabajo, aceptaban también que su salario fuera inferior al del resto de colonos españoles que era de 10 pesos.

También era inferior al de los trabajadores negros emancipados que cobraban entre 15 y 20 pesos, Feijóo afirmaba: “Un gallego hace el mismo trabajo que dos negros por el precio que cuesta un esclavo, así que obtendré el doble rendimiento del que ofrece un esclavo y mucho más que lo que podría esperar de un negro jornalero con los precios de hoy ”. En una palabra, los había engañado.

Nada más desembarcar fueron hacinados en barracones insalubres que se convirtieron en un mercado donde Feijóo negociaba con los hacendados ajustando el precio por cada uno de ellos, los hacendados compraban sus contratos y sin esperar los tres meses del periodo de aclimatación los trasladaban a los ingenios en donde eran inmediatamente esclavizados, realizaban jornadas de trabajo de más de 15 horas recibiendo castigos corporales, alimentados con alimentos putrefactos que incluso los esclavos negros rechazaban.

Corte de caña

Durante los seis meses siguientes Feijóo fletó siete expediciones más con un total de 1.744 trabajadores, de los que unos trescientos ya habían fallecido a los dos meses de la llegada de la primera expedición. Los trabajadores, a sabiendas de que las condiciones de vida que sufrían no eran las que especificaba el contrato que habían firmado, comienzan a rebelarse contra sus amos siendo entonces duramente castigados por estos, así que muchos optan por la huida como única solución. 

Pero Feijóo está muy bien relacionado, consigue que el general Jacobo de la Pezuela, Gobernador de Cuba, firme un bando en el que se ordenaba a los trabajadores huidos a entregarse o serian perseguidos por el ejército, siendo arrestados y encarcelados, encerrados en depósitos de cimarrones (termino que recibían los esclavos que escapaban de su cautiverio), o en hospitales militares, los que logran huir deambulan por los caminos mendigando comida enfermos y hambrientos.

La sublevación fue tal, que en la ciudad de Trinidad hicieron una manifestación por sus calles gritando consignas e insultos contra Urbano Feijóo, quien mientras tanto había cobrado la subvención de la Junta de Fomento, 140.000 duros, marchándose de la isla. Los supervivientes con el poco dinero que consiguen contratan a escribientes, (recordemos que ellos no sabían escribir), para que escribieran por ellos cartas que consiguen enviar a su familia pidiendo ayuda ante su situación. 

A finales de 1854 es nombrado nuevo Capitán General, José Gutiérrez de la Concha, quien enterado de la situación de los trabajadores informa al Gobierno de España de la gravedad del “asunto de los gallegos ”, envía de vuelta a Galicia a los que así lo desean pero la mayoría están tan abochornados y avergonzados que se quedan en Cuba.

Entonces les contrata como obreros en la construcción del ferrocarril, posteriormente propuso el alistamiento en el ejército a los que tenían alguna experiencia militar y por último publicó una oferta de reclutamiento para servicios municipales: en limpieza, repartos, puerto, recogida de basura, alumbrado de gas y otros servicios públicos en el “Diario de Avisos”, los que no se acogieron a estas medidas quedaron dispersos por la isla fomentando la leyenda de los cimarrones ojiazules.

Urbano se apresuró a cobrar la subvención de la Junta de Fomento -140.000 pesos- y se esfumó de Cuba. Reapareció en Ourense y en octubre de 1954 obtuvo acta de diputado a Cortes por esa circunscripción. Allí, en la Carrera de San Jerónimo, tuvo que escuchar chorros de improperios -y algunas tímidas voces en su defensa- por su fracasada iniciativa migratoria. Pero se rehízo y volvió, en las filas liberales de Sagasta, a ocupar escaño en el Congreso durante la Restauración borbónica. 

Fuente: Otro mundo es posible // La voz de Galicia

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