La casa de Fausto Menocal, en N y 25, donde nació la entrevistada |
La casa siempre me gustó por su aire de mansión victoriana, con una columnata semicircular en su portal, sus hermosos jagüeyes y el misterioso túnel para que los autos pudieran subir hasta su entrada principal. De hecho, en Fugas, una de mis novelas, esta casa marca una de las etapas del itinerario del personaje, un joven universitario cubano que, en la década de 1980, atraviesa esa parte del barrio.
En esa casa vivió, hasta su salida de Cuba, Ofelia García-Menocal Brito. Esto fue antes de que, tras un ultimátum de Fidel Castro, ella y Ofelia Schuder y García-Menocal, su hija de 13 años, salieran rumbo a Madrid, después de que Ofelia madre fuera encarcelada. En el exilio, esta última se convirtió durante tres décadas en epicentro de la vida de los que llegaban huyendo del castrismo.
Considerada como una “pasionaria” de la lucha contra la dictadura cubana, trabajó arduamente desde el Centro Cubano de Madrid y la Federación Mundial de Expresos Políticos de la que fue su secretaria permanente hasta su fallecimiento. Con el tiempo, y tal vez porque su labor y dedicación datan de una época en que el internet no existía, es difícil encontrar información e imágenes sobre su vida y obra, e incluso, sobre otros que como ella mantenían viva la causa cubana desde la capital de España.
Para subsanar, en la medida de lo posible, estos olvidos, entrevisto en Madrid a su hija Ofelia Schuder García-Menocal, marquesa de Arcicóllar, quien conserva inédita la autobiografía de su madre, y muchísimos documentos, fotografías y, sobre todo, una vívida memoria de su infancia en la Isla, así como de la entrega, sin concesiones ni beneficios a cambio, de su madre. “Una vida de sacrificios”, resume, “que me marcó de joven y contribuyó al poco entusiasmo y al mucho escepticismo que me inspiran los tiempos que corren”.
―Naciste en el seno de una familia que marcó la historia cubana, no solo política, sino también artística y cultural. ¿Tenías conciencia de esto siendo niña?
―Nací en 1960 con la Revolución andando. Mi madre era hija de Fausto García-Menocal Deop, hermano de quien había sido presidente de la República cubana. Con el triunfo del castrismo, la mayor parte de la familia se exilió, o sea, que mi llegada al mundo ocurrió en medio de un cataclismo que había removido los cimientos de lo que había sido hasta ese año mi institución familiar y la de casi todas las familias cubanas en general.
La familia había estado muy implicada en la Guerra de los Diez Años, así como en la de Independencia. Mi tío abuelo Serafín tuvo que emigrar por esa razón a Nicaragua, en donde fomentó la industria azucarera de ese país, y gracias a esto pudo mantener al resto de la familia que se había quedado en Cuba, arruinada por la guerra de 1868. Gustavo, otro tío abuelo, también fue coronel del Ejército Independentista.
La familia de mi madre estuvo siempre muy implicada en la historia del país, incluso después del castrismo. Dos primos de mi madre, Eugenio y Jorge Sardiña Menocal (nietos del que fue presidente) fueron miembros de la Brigada 2506 y de los dos, el último participó en el desembarco en bahía de Cochinos como capellán. También Raúl García-Menocal Fowler y mi tío Fausto iban en esa misma brigada.
Pero la familia contaba también con varios artistas, como Pedro García-Menocal Almagro, que fue un gran retratista de grandes personalidades norteamericanas. El retrato mío que ves allí lo pintó él cuando tenía 31 años, regalo de bodas cuando me casé en 1991.
Por supuesto, todo ese mundo de nombres, cargos, anécdotas, alianzas, guerras y exilios fue poblando la imaginación de una niña como yo que había nacido rodeada de objetos e historias sobre la familia.
―Ofelia, tu mamá, decide quedarse en Cuba y defender a capa y espada su legado familiar. ¿Por qué renuncia al exilio, contrariamente a casi todos los miembros de su familia y qué consecuencias tuvo esta decisión?
―Mi madre no le tenía miedo a nada. Había visto mundo y conocido a mucha gente. Había vivido permanentemente en el Hotel Ritz de Madrid entre 1946 y 1954, o sea, durante nueve años, porque su madre, Ofelia Brito Mederos, que era propietaria de varias casas en La Habana, tenía alquilada la suya a la Embajada de Bélgica, en el mismo sitio en que se encuentra hoy en día, en la Quinta Avenida de Miramar y la calle 24, frente al gran parque de la iglesia Santa Rita.
Esa casa había sido construida por el arquitecto César Mederos Menocal, pariente nuestro, y mi abuela quiso destinarla a embajada, cosa que logró alquilándosela al Reino de Bélgica por $ 900 mensuales. El Sr. Rosier, embajador de ese país, quedó muy complacido con la casa y la manera en que mi abuela la había amueblado recurriendo a los anticuarios que existían en las calles Consulado y Salud. Y solo pidió como condición que el comedor fuera de Jansen y mi abuela lo complació.
Durante esos años de vida en Madrid, en que era una veinteañera ―pues había nacido el 18 de marzo de 1920, en la clínica del Dr. Gustavo de los Reyes, en la calle 21 y G del Vedado― frecuentaba a gentes tan diversas como Orestes Ferrara, los condes de París, el rey Pedro II de Yugoslavia, Salvador Dalí y todo el beau monde que residía o pasaba temporadas en este célebre hotel del Paseo del Prado madrileño.
Tal vez el haber nacido en ese medio le daba una fuerza particular, algo así como la idea de que nada podría afectarle. El caso es que decide quedarse contra vientos y mareas. Como era diplomática de carrera, nombrada cónsul en la Gaceta Oficial de la República entre 1957 y 1960, Raúl Roa le propuso un puesto de diplomática en París, pues hablaba perfectamente el inglés y el francés y había vivido también en Francia anteriormente. Su negativa fue categórica: “Yo no colaboro con un gobierno dictatorial”, le respondió.
Al verse privada de su trabajo, comenzó a sobrevivir vendiendo enciclopedias y objetos, para mantener nuestra casa. Pero en 1961, cuando yo tenía un año de nacida, conoció en una recepción de la embajada belga ―que como ya conté estaba todavía alquilada por mi abuela al cuerpo diplomático de ese país― al embajador de Francia en La Habana, quien la contrata para ocuparse de las traducciones y como secretaria en la sesión de asuntos culturales.
También crea su propia agencia de traducciones y hace lo mismo para la embajada suiza. En la francesa trabajó entre 1961 y 1971, pero nunca estuvo exenta de sobresaltos, pues en septiembre de 1963, siendo yo pequeña, recuerdo cuando de madrugada tres milicianos tocaron la puerta para arrestarla en medio de la noche.
Mi madre no quiso abrir, pero un miliciano trepó por fuera y penetró en la casa. En pocos minutos la casa estaba repleta de policías y ella fue conducida a Villa Marista. La acusaban de gestionar asilo a “contrarrevolucionarios” cubanos ante embajadas occidentales en La Habana.
En realidad, María Antonia Mier, antigua maestra del Colegio Lafayette, había influido para que mi madre evitara que algunas personas fueran encarceladas, e incluso, fusiladas. Ella pertenecía al Movimiento de Recuperación de la Revolución y su jefe era Rogelio González Corzo, conectado con Manuel Artime, de la Brigada 2506.
Mi madre aceptó colaborar y le pusieron “Silvia” como nombre de guerra. Así logró conseguir el asilo de Raúl Arango, Gabriel Valcárcel (financiero), Pedro López Peñaranda y su mujer, Ricardo González (a través de México), Sergio Fuentes Frías, Bernardo Hernández Álvarez (ambos por Francia) y a través las embajadas de Italia y Uruguay, el de Felipe Quintero y muchos más.
Con Gilberto Bosques, embajador de México entonces, cuyas hijas eran amigas de ella, consiguió el asilo de tres personas. Para ello contaba con el apoyo del vizconde Roger Robert du Gardier, embajador de Francia y del conde Karl von Spretti, embajador de Alemania Federal, en La Habana.
Ofelia García Menocal Brito, Embajada de Francia en La Habana, julio de 1959 (Foto: Cortesía) |
-- La soltaron gracias a las gestiones de la embajada francesa.
Mi madre sabía también algo de la desaparición de un francés llamado Jean-Baptiste Mauriras, ocurrida el 9 de octubre de 1966. Se decía que este había salido a pescar, junto a un cubano, en el yate que tenía fondeado en Tarará, y de ninguno de los dos se supo nada más, aunque el yate apareció anclado luego en el puerto de La Habana.
―En Cuba la enseñanza fue completamente nacionalizada en junio de 1961 (350 colegios católicos y 100 protestantes). ¿Tuviste entonces que asistir a la escuela pública del castrismo?
―Mi vida de alumna cubana en la década de 1960, desde que comencé el preescolar en una guardería de una alemana hasta la primaria, transcurrió en una burbuja completamente atípica. Lo que sucedió fue que mi padre (el primer esposo de mi madre) era Raymond Duane Schuder, un ingeniero norteamericano originario de Virginia del que se divorció poco tiempo después de mi nacimiento.
Esa ciudadanía norteamericana permitió que me matricularan en el colegio Hillside, una escuela privada para hijos de extranjeros y diplomáticos en Cuba que todavía existe bajo el nombre de ISHavana, y que fundó en 1965 una inglesa llamada “Penny” (Phyllis) Powers, que había sido niñera de Goar Mestre y también profesora del Ruston College.
Colegio Hillside, fundado en La Habana en 1965 por Penny Powers (Foto: Cortesía) |
―¿En qué condiciones salen de Cuba?
―En 1973 acusan a Ofelia, mi madre, de fraguar un atentado contra Fidel Castro, además de facilitar la entrada clandestina de armas a Cuba por Pinar del Río (Causa 83/73). Por supuesto, todo eso era falso, pero la condenan a 15 años de cárcel y luego le rebajan la pena a nueve.
Mi madre estaba casada, en segundas nupcias, como dije antes, con Louis Mongrelet, un capitán del Ejército Francés, caballero de la Legión de Honor, Cruz de Guerra, consejero de la Legación de la Orden de Malta en La Habana y chiffreur (descodificador) de la Embajada de Francia en Cuba.
Louis Mongrelet, esposo de Ofelia García Menocal Brito (Foto: Cortesía) |
―¿Es entonces que llegan a Madrid?
―Ofelia estuvo presa en "Villa Marista" dos meses y luego en una granja llamada "América Libre", entre el 8 de enero de 1973 y el 7 de junio de ese mismo año. Estando en la granja vio un día al hijo de la directora, un muchachito de 10 años, comiendo lichis (mamoncillos). Cuando le preguntó de dónde venían esas frutas, poco conocidas en Cuba, el muchacho le respondió que eran de la finca colindante, llamada "El Chico".
Gracias a las gestiones del vizconde Robert du Gardier, exembajador de Francia y del conde Robert de Billy, presidente de la Casa de América Latina en París, pudo salir de la cárcel. La llevaron directamente al hotel Habana Hilton (convertido en “Libre”) y a su esposo Louis Mongrelet y a mí nos dieron tres días para prepararlo todo y unirnos con ella para salir del país.
Como nota anecdótica te puedo contar que, años después, cuando Ofelia trabajaba como galerista de antigüedades en Madrid, en donde había abierto un negocio de este tipo junto a Carmen Schwartz y Zenaida Zunzunegui, empezó a viajar a Londres, París y otras ciudades para comprar muebles y otras antigüedades en las subastas.
A mí me inscribieron primero en el King’s College de Madrid y luego en el Santa Ana de la calle Serrano, y finalmente en Runnymede College, también en Madrid, en donde fui muy feliz e hice grandes amigos.
―Inmediatamente Ofelia García-Menocal Brito se convierte en una de las figuras clave del exilio cubano en España. ¿Qué recuerdos tienes de esas actividades?
―Mi madre ofrendó todo su tiempo y energía a la causa de la libertad de Cuba. “De casta le viene al galgo el ser rabilargo”, como dice el refrán castizo español. Y sus tíos, padre y abuelos lo habían dado todo por Cuba. Así que, entre venta y venta de objetos antiguos para sobrevivir, se convirtió en una de las activistas incansables del Centro Cubano de Madrid, una auténtica institución humanitaria para ayudar a los exiliados que llegaban a dar sus primeros pasos en Madrid.
Diario ABC, 28 de febrero de 2010. Protesta contra la permisividad de Castro con respecto a ETA (Foto: Cortesía) |
Mi juventud estuvo siempre rodeada de estas actividades y de los pocos alicientes que daba una causa en la que pocos la apoyaban. Tal vez mi escepticismo actual tiene sus orígenes en toda aquella lucha estéril, que no condujo nunca a nada, por mucha pena que me dé reconocerlo.
―Tú viajas a Cuba en 2003 y supongo que a tu madre no le gustó para nada la idea. ¿Por qué lo haces y qué impresiones tuviste?
―En 2003 ya llevaba 13 años de casada con mi esposo, Rafael Fernández-Villaverde y Silva, y tenía a un hijo de nueve. Durante todo este tiempo, en que había entrado en un mundo de profundas raíces españolas, me daba la impresión de que yo venía de un hueco negro, de que no tenía nada que mostrar de lo que había sido mi historia familiar, excepto palabras y dos o tres fotos que se salvaron de la hecatombe.
Ofelia madre, Ofelia hija y su esposo Rafael Rafael Fernández Villaverde y de Silva, marqués de Arcicóllar, durante su boda (Foto: Cortesía) |
Llegó entonces para mí el momento de visitar, una vez en Cuba, mi casa, construida por mi abuelo Fausto Menocal, en donde nací y viví los primeros 13 años de mi vida. Esa casa había sido construida en 1917 en unos terrenos que compró mi abuelo al Sr. Aulet, propietario de casi toda la extensión del barrio Vedado que estaba por levantarse.
―En internet hay una foto de Ofelia en auto exhibiendo una pancarta en la que puede leerse “Basta ya. No Castro y por la libertad de Cuba”. Parece una foto bastante reciente y a tu madre se le ve ya mayor. ¿Cómo fueron los últimos años de su lucha en el exilio?
―En efecto, esa foto es del siglo XXI, y probablemente de un par de años antes de que falleciera en Madrid, en 2012. Como te dije antes, ella nunca perdió el entusiasmo, a pesar de los muchos embates y de los pocos alicientes de esa lucha. Cuando muchos de los presos de la Primavera Negra cubana pasaron por Madrid ella estaba siempre lista para recibirlos. Había ingresado en 2007 como Dama en el Real Cuerpo de la Nobleza de Madrid, amadrinada por la condesa de Monterrón, pero su prioridad siguió siendo hasta el último suspiro la libertad de Cuba.