domingo, 10 de julio de 2022

El ADN demuestra el hallazgo de los cuerpos de la familia Romanov

Foto de la familia imperial rusa en 1913

Un día como hoy de 1993 los servicios forenses del Ministerio del Interior británico hicieron público el resultado de las pruebas de ADN realizadas a los cadáveres exhumados en 1991 cerca de la ciudad rusa de Ekaterimburgo, entre los que podían estar los de Nicolás II.

Para realizar los análisis se tomó como ADN de referencia una muestra del príncipe Felipe, duque de Edimburgo y marido de la reina Isabel II de Inglaterra, descendiente directo de una hermana de la zarina Alejandra. El resultado fue concluyente: en la fosa estaban los restos humanos de Nicolás II, su esposa y tres de sus cinco hijos. 

Los restos de la gran duquesa Anastasia y del zarévich Alexis no se encontraban entre los hallados. Unos meses más tarde se reveló que un análisis de muestras de tejido de Anna Anderson, que durante décadas afirmó ser Anastasia Romanov, había demostrado que era una impostora.

En 1981, la Iglesia Ortodoxa Rusa en el exilio canonizó a todos los integrantes de la familia Románov. Entre las razones para declarar santa a la familia regente de un imperio de corte medieval en el siglo XX, dicen que Nicolás II aceptó con «resignación y docilidad» el «martirio». 

En 1998, el nuevo entierro de los Romanov se llevó a cabo en una solemne ceremonia oficial que pretendía cerrar las heridas abiertas del pasado de los rusos. El presidente Yeltsin habló de la necesidad de que el cambio político no volviera a llevarse a cabo nunca por medio de la violencia. 

Entierro en la catedral de San Pablo en San Petersburgo

En 2008, el Tribunal Supremo de Justicia de la Federación Rusa actuó desde la esfera civil con idéntica tolerancia irreflexiva: rehabilitó al zar y su familia, considerando que todos ellos fueron «víctimas de la represión política bolchevique».

 LOS HECHOS 

En la guerra contra el Ejército Blanco, los bolcheviques optaron por el terror sin matices. Llevaron a la familia a Moscú, más cerca del nuevo gobierno soviético, en un terrorífico viaje en tren y carruaje. El adolescente Alexei tuvo una hemorragia y hubo que dejarlo atrás, y varias de sus hermanas sufrieron abusos sexuales en el tren. 

Cuando por fin estuvieron reunidos en la mansión que sería su tumba, su vida no volvió a la normalidad. Reconvirtieron el lugar en una prisión, con muros fortificados y nichos de ametralladora. Con todo, fueron adaptándose. La hija mayor, Olga, pasó por una depresión, pero los más pequeños jugaban, menos conscientes de lo sucedido. 

María tuvo un romance con uno de los guardias que los vigilaban y los bolcheviques cambiaron al equipo y endurecieron las normas de la cárcel-mansión. Cuando fue obvio que los soldados blancos iban a tomar la ciudad en la que se encontraba la fortaleza, Lenin aprobó 'off the record' la sentencia de muerte de toda la familia, planificada por Yákov Yurovski. 

La idea era enterrarlos en los bosques cercanos sin dejar rastro, una matanza limpia y rápida, si no hubiera estado mal planeada y peor ejecutada. Cada asesino debía encargarse de una víctima, pero parece que a la hora de la verdad los encargados de la tarea esquivaron a las chicas. 

Además, todos llevaban chalecos antibalas, así que, cuando todo empezó a arder entre el humo y los gritos, quedaban vivos aún la mayor parte de los Romanov, heridos y llorando aterrorizados. 

Restos óseos de la familia Romanov

Otro detalle que empeoró su agonía fueron los diamantes que los niños escondían entre sus ropas, que habían estado cosiendo por si tenían que huir. 

Su dureza alargó los últimos momentos de la familia y los asesinos tuvieron que recurrir a golpes de bayoneta y disparos en la cabeza. Uno de ellos describió el suelo como una pista de hielo, resbaladiza a causa de la sangre y los sesos. Cicatrices Tras la escena, los asesinos, borrachos, discutieron sobre dónde llevar los cuerpos. 

Los saquearon, los amontonaron en un camión que se averió y, para colmo, en el último momento se vio que no cabían en las fosas que tenían preparadas. Habían quemado sus ropas y yacían desnudos. Yurovski, en pánico, improvisó otro plan: dejó los cuerpos y volvió a Ekaterinburgo a por material. 

Pasó tres días sin dormir haciendo viajes de ida y vuelta con ácido sulfúrico y gasolina para destruir los cuerpos, que decidió enterrar en lugares separados para confundir a quien los pudiera buscar. Nunca debía saberse nada de lo sucedido. Tras golpear los cuerpos con culatas de fusil, rociarlos con ácido y quemarlos con gasolina, procedió a enterrarlos.

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