La agonía final de Isabel Feodorovna
Isabel Feodorovna Románova |
Que tipo de persona, si se puede llamar así, puede anidar un instinto capaz de golpear y quemar, luego de lanzar vivas en un pozo de más de 20 metros, a un grupo de personas por el mero hecho de que habían sido parte de la realeza Rusa o en otros casos simples empleados.
Entre ellos había una mujer, una ex princesa que había renunciado a todas sus comodidades para convertirse en una simple religiosa al servicio de los enfermos y los pobres. Esos animales no podían ser otros que los COMUNISTAS de la revolución roja de Lenin. Con la llegada al poder de las hordas rojas bolcheviques, la familia real rusa pasó a estar en arresto domiciliario.
En ese momento se pensó que estabarían buscando la forma de desterrarlos de Rusia, lo cual hubiera sido hasta cierto modo un alivio teniendo en cuenta lo peligroso de aquella gente, pero no, a la familia le esperaba otro destino muy distinto. Esa esperanza se perdió cuando los bolcheviques, tan despiadados como malvados, convencieron a Vladimir Ilich Lenin de que se debía eliminar todo rastro de la familia real, incluida esta religiosa llamada Isabel Feodorovna Románova.
Lenin, tan asesino como ellos, pidió su captura en 1918, y pronto Isabel fue trasladada a la ciudad de Ekaterimburgo, donde estuvo prisionera con los demás miembros de la realeza y sus leales sirvientes. Mientras que los demás seguían pensando que serían expulsados del país, Isabel tenía sospechas de que su destino sería mucho peor. Su ansiedad se convirtió en miedo aterrador cuando sus captores trasladaron a todo el grupo a un campo en las afueras de un pequeño pueblo.
Los miembros de la realeza y sus sirvientes fueron trasladados a una escuela abandonada en las afueras de un pequeño pueblo llamado Alapayevsk. Después de pasar un mes allí temiendo por su destino, el caos estalló el 17 de julio de 1918. Los guardias bolcheviques y un miembro de la Cheka irrumpieron en la escuela y exigieron a los prisioneros que les dieran todas sus posesiones. Sabiendo que esto era una señal de los horrores que se avecinaban, todo lo que podían hacer era esperar.
En las primeras horas de la noche, la Cheka regresó y despertó agresivamente a los prisioneros. Después de ser subidos a carros destartalados, fueron transportados a una mina abandonada, estacionándose cerca de un pozo de 20 metros de profundidad. En lo que parecieron segundos, los miembros de la realeza y sus sirvientes fueron sacados de los carros y golpeados salvajemente antes de ser arrojados al agujero negro.
Aquel hueco estaba situado en una mina en desuso e inundada de aguas pestilentes. Fedorovna, sabiendo que finalmente había llegado la hora, se arrodilló ante sus verdugos y rezó: “Padre, perdónalos, porque no saben ...”. Sin embargo, no pudo terminar su oración, porque las culatas de los rifles de aquellos asesinos le golpearon la cara. Aturdida, la recogieron y la arrojaron de cabeza a la mina. Uno por uno, los otros cautivos también fueron arrojados a la oscuridad. Una vez completada la tarea, pasaron a la siguiente fase, aun más aterradora todavía.
Isabel fue una de las primeras en ser arrojada en aquel agujero. Después de una aterradora caída libre, aterrizó en el fondo retorciéndose de dolor por sus huesos rotos. Aunque había sobrevivido, su pesadilla apenas comenzaba. Siendo una de las primeras, Isabel tuvo que maniobrar su cuerpo golpeado para que los prisioneros que la seguían no la aplastaran.
Una vez que todos los miembros de la realeza y sus sirvientes fueron arrojados al pozo, la Cheka tiró una granada de mano para asegurar su muerte. Sorprendentemente, solo un prisionero sucumbió a la explosión. Si bien todos sufrieron terribles heridas por la caída, todavía estaban vivos, confiando únicamente en su voluntad de vivir. En un acto de rebeldía, Isabel envió un mensaje a sus despiadados captores cantando un himno ortodoxo.
Cuando los otros sobrevivientes se unieron, la Cheka respondió con otra granada. Una vez más, Isabel sobrevivió milagrosamente. Solidaria hasta el final, a pesar de la muerte y el caos que la rodeaban, Isabel siguió cantando. Su voz melódica solo enfurecía a la Cheka, lo que provocó que cubrieran la parte superior del pozo con maleza y le prendieran fuego.
La golpiza, la caída, las granadas y el fuego no la pudieron matar; en cambio, terminó falleciendo a causa de sus heridas infectadas. Con cada gramo de energía que tuvo, atendió a las otras víctimas antes de cerrar los ojos por última vez. La prueba fue que entre los cadáveres encontraron el del Gran Duque Sergio, y tenía un vendaje en el brazo izquierdo donde había recibido uno de los balazos.
Los campesinos de la zona dijeron que por varios días se pudieron escuchar oraciones cantadas por los heridos aun con vida. El foso de la muerte y los cuerpos fueron encontrados por el Ejército Blanco el 18 de octubre de 1918. Los médicos forenses determinaron que la mayoría de las víctimas perecieron debido a las heridas sufridas en la caída, o por inanición. Los restos fueron trasladados inicialmente a la Misión Ortodoxa Rusa en Beijing, China. Tres años después, el cuerpo de Isabel fue enviado a la ciudad santa de Jerusalén.
En 1992, la Gran Duquesa fue canonizada por el Patriarcado de Moscú como Santa Mártir Isabel Fiódorovna, para rendir homenaje a su incansable labor por ayudar a los pobres y dar voz a las mujeres. Una vez que la Unión Soviética se disolvió, se erigió una estatua en su honor, ubicada en el jardín del convento que fundó hace mucho tiempo atrás. La inscripción dice apropiadamente: "A la Gran Duquesa Isabel Feodorovna: con arrepentimiento". Los historiadores aún continúan desentrañando el misterio de su vida. Esta es la trágica historia de la zarina Alexandra, la última emperatriz de Rusia.
Solo agregar que unos años antes, en la primavera de 1891, el hermano de su esposo Sergei, el zar Alejandro III, le pidió a este que asumiera el cargo de gobernador de Moscú. Esta ciudad era un semillero de las revoluciones comunistas que empeoraron con la represión estatal, lo que generó un ciclo mortal para todos los involucrados y en especial para su gobernador.
Finalmente Sergei renunció al puesto, pero había quienes aún buscaban venganza contra su persona. Esta se consumó en un violento atentado con una granada el 17 de febrero de 1905, que hizo volar por los aires el cuerpo de Sergei justo frente al Kremlin de Moscú. El asesino fue detenido en la escena del crimen, al haber sido herido por la propia explosión.
Mientras yacía recuperándose en su celda fuertemente vigilada, Feodorovna fue a visitarlo y le pidió que se alejara del mal y buscara el arrepentimiento. Incluso le entregó una medalla religiosa y le aseguró que continuaría orando por él. Unos meses más tarde, después de que el asesino fue juzgado y ahorcado, los guardias indicaron a la viuda que antes de la muerte del prisionero encontraron, al lado de su cama, la medalla que ella le había dado.
Su pesadilla se hace realidad
En las primeras horas de la noche, la Cheka regresó y despertó agresivamente a los prisioneros. Después de ser subidos a carros destartalados, fueron transportados a una mina abandonada, estacionándose cerca de un pozo de 20 metros de profundidad. En lo que parecieron segundos, los miembros de la realeza y sus sirvientes fueron sacados de los carros y golpeados salvajemente antes de ser arrojados al agujero negro.
El pozo donde fueron lanzados los cuerpos, algunos aun con vida. |
Aquel hueco estaba situado en una mina en desuso e inundada de aguas pestilentes. Fedorovna, sabiendo que finalmente había llegado la hora, se arrodilló ante sus verdugos y rezó: “Padre, perdónalos, porque no saben ...”. Sin embargo, no pudo terminar su oración, porque las culatas de los rifles de aquellos asesinos le golpearon la cara. Aturdida, la recogieron y la arrojaron de cabeza a la mina. Uno por uno, los otros cautivos también fueron arrojados a la oscuridad. Una vez completada la tarea, pasaron a la siguiente fase, aun más aterradora todavía.
Voluntad de Vivir
Una vez que todos los miembros de la realeza y sus sirvientes fueron arrojados al pozo, la Cheka tiró una granada de mano para asegurar su muerte. Sorprendentemente, solo un prisionero sucumbió a la explosión. Si bien todos sufrieron terribles heridas por la caída, todavía estaban vivos, confiando únicamente en su voluntad de vivir. En un acto de rebeldía, Isabel envió un mensaje a sus despiadados captores cantando un himno ortodoxo.
Cuando los otros sobrevivientes se unieron, la Cheka respondió con otra granada. Una vez más, Isabel sobrevivió milagrosamente. Solidaria hasta el final, a pesar de la muerte y el caos que la rodeaban, Isabel siguió cantando. Su voz melódica solo enfurecía a la Cheka, lo que provocó que cubrieran la parte superior del pozo con maleza y le prendieran fuego.
Una vez más logró sobrevivir.
Los campesinos de la zona dijeron que por varios días se pudieron escuchar oraciones cantadas por los heridos aun con vida. El foso de la muerte y los cuerpos fueron encontrados por el Ejército Blanco el 18 de octubre de 1918. Los médicos forenses determinaron que la mayoría de las víctimas perecieron debido a las heridas sufridas en la caída, o por inanición. Los restos fueron trasladados inicialmente a la Misión Ortodoxa Rusa en Beijing, China. Tres años después, el cuerpo de Isabel fue enviado a la ciudad santa de Jerusalén.
En 1992, la Gran Duquesa fue canonizada por el Patriarcado de Moscú como Santa Mártir Isabel Fiódorovna, para rendir homenaje a su incansable labor por ayudar a los pobres y dar voz a las mujeres. Una vez que la Unión Soviética se disolvió, se erigió una estatua en su honor, ubicada en el jardín del convento que fundó hace mucho tiempo atrás. La inscripción dice apropiadamente: "A la Gran Duquesa Isabel Feodorovna: con arrepentimiento". Los historiadores aún continúan desentrañando el misterio de su vida. Esta es la trágica historia de la zarina Alexandra, la última emperatriz de Rusia.
ANEXO
ATENTADO
Finalmente Sergei renunció al puesto, pero había quienes aún buscaban venganza contra su persona. Esta se consumó en un violento atentado con una granada el 17 de febrero de 1905, que hizo volar por los aires el cuerpo de Sergei justo frente al Kremlin de Moscú. El asesino fue detenido en la escena del crimen, al haber sido herido por la propia explosión.
Mientras yacía recuperándose en su celda fuertemente vigilada, Feodorovna fue a visitarlo y le pidió que se alejara del mal y buscara el arrepentimiento. Incluso le entregó una medalla religiosa y le aseguró que continuaría orando por él. Unos meses más tarde, después de que el asesino fue juzgado y ahorcado, los guardias indicaron a la viuda que antes de la muerte del prisionero encontraron, al lado de su cama, la medalla que ella le había dado.
La Ejecución de toda la familia
Un día antes, el día 16, el comandante bolchevique Yakov Yurovsky llamó a todos sus hombres a una habitación, les hizo agarrar sus rifles y anunció: "esta noche fusilamos a los integrantes de la familia, a todos". Pero ellos no sospechaba nada. A la medianoche del 17 de julio se les ordenó al ex zar, la zarina y a sus hijos, que se despertaran y bajaran al sótano de la casa.
Antes de que murieran sus hijos, Alexandra primero se vio obligada a ver cómo ejecutaban a su esposo y a sus sirvientes frente a ella. Peter Ermakov, de cargo comisario militar, apuntó a la emperatriz y ella apartó la cara del arma y de su verdugo. Se dice que se bendijo con la señal de la cruz antes de que un solo disparo en la cabeza la matara instantáneamente. Fue entonces cuando los guardias comenzaron a dispararles a quemarropa. Alexandra y Nicolás fueron asesinados de inmediato, pero los niños aún estaban vivos; las joyas cosidas en sus ropas los habían protegido de las balas.
Los bolcheviques se vieron obligados a continuar con la ejecución y toda la espantosa escena duró poco más de 20 minutos. Después de que todos murieran, Ermakov apuñaló tanto a Alexandra como a Nicolás en las cajas toráxicas. Sus cuerpos fueron despojados de toda la ropa y arrojados al pozo de la mina luego de haberle vertido ácido sulfúrico sobre ellos. Con los años (1998) el presidente Boris Yeltsin proclamó en una ceremonia por los Románov en una capilla situada en la tumba abierta de Santa Catalina, catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, que toda Rusia había sido culpable de aquellas muertes.
"Todos somos culpables, incluido yo mismo". Junto al ataúd de Nicolás II, se colocó aquel día el de su esposa, la emperatriz Alejandra, y los de tres de las hijas de ambos: las grandes duquesas Olga, Tatiana y Anastasia. Más abajo, en el último piso de la tumba, se habían depositado antes los féretros de quienes, fieles hasta el fin, acompañaron la noche siniestra del magnicidio a la familia Románov: el cocinero Iván Jaritónov, el ayudante de cámara Alexéi Trupp, la doncella Ana Demídova y el médico Yevgueni Botkin.
Un día antes, el día 16, el comandante bolchevique Yakov Yurovsky llamó a todos sus hombres a una habitación, les hizo agarrar sus rifles y anunció: "esta noche fusilamos a los integrantes de la familia, a todos". Pero ellos no sospechaba nada. A la medianoche del 17 de julio se les ordenó al ex zar, la zarina y a sus hijos, que se despertaran y bajaran al sótano de la casa.
Antes de que murieran sus hijos, Alexandra primero se vio obligada a ver cómo ejecutaban a su esposo y a sus sirvientes frente a ella. Peter Ermakov, de cargo comisario militar, apuntó a la emperatriz y ella apartó la cara del arma y de su verdugo. Se dice que se bendijo con la señal de la cruz antes de que un solo disparo en la cabeza la matara instantáneamente. Fue entonces cuando los guardias comenzaron a dispararles a quemarropa. Alexandra y Nicolás fueron asesinados de inmediato, pero los niños aún estaban vivos; las joyas cosidas en sus ropas los habían protegido de las balas.
Los bolcheviques se vieron obligados a continuar con la ejecución y toda la espantosa escena duró poco más de 20 minutos. Después de que todos murieran, Ermakov apuñaló tanto a Alexandra como a Nicolás en las cajas toráxicas. Sus cuerpos fueron despojados de toda la ropa y arrojados al pozo de la mina luego de haberle vertido ácido sulfúrico sobre ellos. Con los años (1998) el presidente Boris Yeltsin proclamó en una ceremonia por los Románov en una capilla situada en la tumba abierta de Santa Catalina, catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, que toda Rusia había sido culpable de aquellas muertes.
"Todos somos culpables, incluido yo mismo". Junto al ataúd de Nicolás II, se colocó aquel día el de su esposa, la emperatriz Alejandra, y los de tres de las hijas de ambos: las grandes duquesas Olga, Tatiana y Anastasia. Más abajo, en el último piso de la tumba, se habían depositado antes los féretros de quienes, fieles hasta el fin, acompañaron la noche siniestra del magnicidio a la familia Románov: el cocinero Iván Jaritónov, el ayudante de cámara Alexéi Trupp, la doncella Ana Demídova y el médico Yevgueni Botkin.