Cuba: Las escalofriantes cifras de los días finales al desastre del 98
Shafter recibió entonces la orden de trasladarse de inmediato a Santiago con todas las fuerzas regulares disponibles, además de algunos regimientos voluntarios ya entrenados y, mientras se disponían para el ataque, debía organizarse una segunda expedición con unidades voluntarias situadas en Tampa, en Chickamauga (Georgia) y en las inmediaciones de Washington, que vendría a reforzar a Shafter. Al resto de la fuerza movilizada le correspondería invadir Puerto Rico.
El V Cuerpo de Ejército de Shafter, con unos 17.000 efectivos, en su mayoría de unidades pertenecientes al ejército regular, zarparon de Tampa el día 14 de junio y desembarcaron con algunas dificultades en Daiquiri y Siboney, al este de Santiago, entre los días 22 y 25. Los cubanos, al mando del general Calixto García, tomaron los puntos de desembarco y prestaron a las fuerzas de Shafter servicios de seguridad y reconocimiento
Shafter hizo marchar a sus soldados tierra adentro para dirigirse a la ciudad de Santiago. Sus tropas tuvieron escaramuzas con un contingente español de retaguardia en Las Guásimas, el 24 de junio, y el primero de julio se produjo el único gran choque terrestre de la guerra en la loma de San Juan y en el Caney.
En este los norteamericanos tuvieron cerca de 1.300 bajas, frente a 235 españoles de los 600 hombres que defendían aquella posición. En estos combates tuvo una conducta heroica el general Vara de Rey, que fue herido y murió a manos de los mambises cuando lo retiraban en camilla. También murieron en los mismo combates dos de sus hijos.
Luego de la capitulación de Santiago de Cuba, el 17 de julio, y tras un número de bajas españolas que aunque no ha sido determinado con exactitud ascendió a más de 300 muertos, 150 heridos y unos 1.700 prisioneros, que sumado a los de las plazas alcanzó los 24.000, el Gobierno español inició el 18 de julio negociaciones para llegar a un armisticio con Estados Unidos.
El historiador e hispanista George Payne da por bueno el cálculo de 50.000 muertos para la guerra de 1868 a 1878, en tanto que las estimaciones de Moreno Friginal y Moreno Masó para la del 1895 a 1898, también estarían en torno a la misma cifra, aunque el número de muertos pudo ascender hasta los casi 65.000.
Las tropas siempre padecieron serios problemas alimenticios y sanitarios. Lo insalubre del territorio y la falta de higiene, que obsesionó a Martínez Campos, fueron en todo momento el peor enemigo de los soldados españoles, pues las enfermedades ocasionaron muchas más bajas, en porcentajes abrumadores, que las que se produjeron en combate.
Según Espadas Burgos, que sigue a este respecto los estudios de los doctores Burot y Legrand de finales de 1897, entre marzo de 1895 y el mismo mes de 1897, el número de soldados muertos por la fiebre amarilla ascendió a 13.322, y el de fallecidos por otras enfermedades 40.125. Cifras que contrastan con los 2.141 muertos en combate.
Por su parte el médico español y jefe de sanidad, Felipe Práxedes Ovilo y Canales, consideró exageradas estas cifras de muertos por enfermedades, pero aunque fueran sensiblemente inferiores, no hay dudas que proporcionan una idea clara sobre cuál era el principal enemigo de las fuerzas españolas.
Por otro lado el militar y escritor español, Gabriel Cardona Escanero, aseguró que las hospitalizaciones en los diez últimos meses de 1895 fueron 49.000, y que en 1896 se elevaron a 232.000, al tiempo que la cifra de soldados muertos por enfermedad se multiplicó en 25 veces a la muertos en combate.
A los soldados peninsulares les afectaba mucho el clima tropical, las aguas insalubres y las picaduras de todo tipo de insectos que les transmitían enfermedades para las que no estaban inmunizados. Particularmente dañino fue el paludismo, que diezmó estas tropas. El doctor Santiago Ramón y Cajal, que padeció severamente esta enfermedad a la que se añadió la disentería, escribió:
<<Nubes de mosquitos nos rodeaban; además del Anopheles claviger, ordinario portador del protozoario de la malaria, nos mortificaban el casi invisible gegén, amén de ejército innumerable de pulgas, cucarachas y hormigas. La ola de la vida parásita se encaramaba a nuestros lechos, saqueaba las provisiones y nos envolvía por todas partes.
¡Cuán terrible es la ignorancia! Si por aquella época se hubiera conocido que el vehículo exclusivo de la malaria era el mosquito, se habrían salvado la vida de miles de infelices soldados arrebatados por la caquexia palúdica.
Para evitar o limitar notablemente la hecatombe, habría bastado protegerlos con simples mosquiteros o limpiar de larvas de Anopheles las vecinas charcas. Poco remediaba el tomar dosis heroicas de sulfato de quinina. Por de pronto se mejoraba; mas, transcurridos algunos días, volvía la accesión»
Según la información del Archivo Histórico Nacional, de febrero de 1896 a noviembre de 1898, entre los repatriados a España se contabilizó 10.995 soldados inútiles y 33.808 enfermos. Se le llamó «La flota silenciosa», que siguió llegando hasta bien entrado 1899.Véa lo que escribe Felipe Ovilio Canalaes en "La decadencia del Ejército. Estudios de higiene militar, Madrid 1899", página. 26 y 29:
<<Entre el 6 de junio de 1898 y el 30 de junio de 1900, la Gaceta de Madrid publicó 258 relaciones de soldados muertos, que sin ser exhaustivas, permiten hacerse una idea de las dimensiones de la última campaña>>.
Además, facilitan información sobre la procedencia geográfica de los soldados, identifican a las unidades más castigadas y fijan su despliegue por el territorio. Entre estos hombres cabe distinguir a héroes reconocidos, como Vara de Rey o Eloy Gonzalo.
Sin embargo, hubo millares de conductas heroicas por parte de otros muchos soldados anónimos, que predominaron de forma abrumadora frente a quienes no tuvieron un comportamiento tan honroso. En cuanto a los solados repatriados después de la guerra, serían algo más de 100.000.
Por el otro lado destacar que miles de inmigrantes que ya estaban en Cuba antes de ser movilizados, los soldados que una vez licenciados en España volvieron a Cuba después de 1898, más los soldados españoles que no regresaron a la Península a pesar de lo dispuesto en el Tratado de París, superan la cifra de 50.000.
También hay que significar que 66.917 ciudadanos naturales de la Península residentes en Cuba optaron por mantener la nacionalidad española, conforme al artículo noveno del Tratado de París. Por lo que se refiere a los gastos de guerra, pueden estimarse a través de las cifras que facilita el general de división y doctor en historia, Juan Miguel Teijeiro de la Rosa, y que a continuación exponemos.
Así, conforme al Tratado de París, Estados Unidos, que había obtenido Puerto Rico, Filipinas y Guam, a cambio de veinte millones de dólares, rechazaba en cambio la transferencia de la deuda generada en estos territorios.
Sin embargo, España, a pesar de no estar obligada a ello por el Tratado de París, asumió las deudas coloniales, que representaban 1.175 millones de pesetas, más otros 66,6 millones de intereses. En lo que se refiere a los gastos directos que supuso la guerra de Cuba (1895-1898), ascendieron a una cifra aproximada a los 2.835 millones de pesetas, y la de Filipinas a unos 178 millones
Con valor quijotesco, los soldados y oficiales españoles defendieron Cuba. En noviembre de 1898, el general Blanco regresaba a España, ocupando entonces la capitanía general de Cuba, con carácter interino, el general Adolfo Jiménez Castellanos, veterano de la Guerra de los Diez Años.
Ese mismo mes fue nombrado Presidente de la Comisión de evacuación de la Isla. A él le correspondió el triste honor, el 1 de enero de 1899, de arriar la bandera de España en un territorio que durante casi cuatro siglos había sido parte de ella. Aquellos días previos a la evacuación confraternizaron soldados cubanos y españoles.
El general en jefe del ejército cubano, Máximo Gómez, al presenciar la partida de las tropas españolas y su sustitución por los ocupantes norteamericanos, escribió en su Diario de Campaña, el 8 de enero de 1899:
«Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz con España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles […], pero los Americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores; y no supieron endulzar la pena de los vencidos»
Fuente: La Administración de Cuba en los siglos XVIII y XIX // BOE