El falso mito de la inmunidad mambisa
Se sabe que las enfermedades contagiosas fueron el principal y mas mortífero enemigo del ejército español en Cuba. En la Tercera Guerra de Cuba (1895-1898) la fiebre amarilla y el vómito negro masacraron las tropas del ejército colonial español.
Según el investigador e historiador catalán Francisco Romero Salvadó -profesor de la Universidad de Bristol- las enfermedades multiplicaron por cinco las bajas causadas por las balas y los obuses de los ejércitos mambí y norteamericano. El ejército español sufrió 60.000 bajas en Cuba, de ellas 10.000 caídos en combate y 50.000 víctima de las enfermedades. Pero...
¿Y las fuerzas mambisas que?
En ocasiones los historiadores tanto españoles, cubanos, dominicanos como de otros países que han estudiado estas guerras antillanas han creado el mito de que los naturales de estos países eran prácticamente inmunes a las enfermedades tropicales.
Basta echar un vistazo a los libros de defunciones de los templos católicos de la época para desmentir esta verdad que se tiene por absoluta. Las epidemias hacían grandes estragos entre los antillanos. Durante la Guerra de la Restauración y las guerras de independencia de Cuba las enfermedades causaron grandes estragos en las filas revolucionarias.
Existen testimonios que desmienten el criterio de que las guerrillas criollas eran inmunes a las enfermedades. En Cuba se llevó a cabo la reconcentración de parte de la población campesina en poblados fortificados. El hacinamiento en los poblados donde eran reconcentrados los campesinos cambió bruscamente la relación entre los hombres y las epidemias.
En algunos de esos lugares la mortalidad alcanzó tales dimensiones que fue necesario ensanchar el cementerio, como ocurrió en Santi Espíritu. En otros casos se construyeron algunos nuevos. Las autoridades en enero de 1870 dispusieron ampliar el camposanto de esa población producto de los efectos de la epidemia de cólera.
Esta fue una constante en los lugares ocupados por los españoles. Sobre el número de fallecidos o inutilizados por causa de las enfermedades en las filas insurrectas existe mucho menos información que en el ejército español.
Esto ha creado la falsa idea de que el mambí era prácticamente inmune a las enfermedades tropicales. Sin embargo, si revisamos con cuidado la documentación insurrecta nos encontramos con numerosos ejemplos que demuestran el efecto en ocasiones demoledor de las enfermedades.
Fuente: Guerra de liberación en el Caribe Hispano 1863-1878 // Jose Abreu Cardet - Luis Alvarez Lopez y citando fuentes de Eusebio Leal Spengler, Carlos Manuel de Céspedes: El Diario Perdido, Publicimez S. A., Ciudad de La Habana, 1992, p. 95.17 Calixto García Iñiguez, «Diario de la guerra de 1868», Archivo particular de Juan Andrés Cue Bada, Santiago de Cuba.
El presidente cubano Carlos Manuel de Céspedes nos dice a finales de de agosto de 1873:
«Pocos son los que en el campamento no padecen a cada momento de fiebres por lo que he dejado de tomar notas de ese acontecimiento tan frecuente».
A principios de 1870, el general cubano Calixto García escribía en su diario personal:
«No bien llegué a Naranjo cuando el cólera se declaró en mi columna. Los casos se sucedían y la muerte, del atacado era infalible pues no teníamos médico ni medicinas siquiera para controlar la epidemia. Los muchos remedios que empleábamos eran la hoja de salvia y la cáscara de guayaba.
Una de las tropas de Las Villas que pasó al oriente en busca de parque y armas quedó en un estado tan lamentable que un insurrecto la describe en estos términos: «Las deserciones, las viruelas y otras enfermedades han destrozado esta columna de Las Villas».
Las fuerzas de Ángel del Castillo que combatían en Santi Espíritu en 1869 fueron atacadas por el cólera al extremo que este general se vio obligado a licenciar a las tropas, quedando durante algunas semanas inactiva la zona bajo su mando.
Los insurrectos en épocas de seca tomaban agua de cualquier aguada. Un líder mambí nos describe el efecto que tuvieron en una tropa unas aguas contaminadas. En los primeros días de marzo de 1873 la fuerza se había visto obligada a utilizar el agua de un lugar conocido como el Cañadón. El diarista mambí nos dice: «Las aguas del Cañadón han enfermado gran parte de la gente».
Las úlceras o llagas en los pies eran una constante en estos mambises. Cualquier herida por insignificante que fuera podía provocar una de estas úlceras. Algunas se prolongaban por años. Ignacio Mora cuenta qué fue lo que pasó:
«…a la habitación de una familia en la Loma de Monteverde para tratar de curarme allí de una calentura e inflamación en los pies, como también del aumento de una úlcera que tres años me hace sufrir».
Las enfermedades de los mambises reposan en el olvido de todos. Casi siempre se les recuerda cuando alguno de los fallecidos productos de ellas eran ilustres como Francisco Maceo o los generales Donato Mármol, Salomé Hernández y Adolfo Cavada. Los fallecidos de menor rango no siempre se reportaban en los informes insurrectos.
Al enfermo que por su situación no podía continuar con la tropa, por lo general, se le dejaba en una ranchería al cuidado de su familia o si no la tenía, de una familia cualquiera. En cierta forma se perdía el contacto digamos «oficial» con el enfermo, pues ya no estaba, momentáneamente, en la nómina de la unidad insurrecta. No ocurría como en los combates que los fallecidos y heridos se informaban a los superiores