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Joseph Pulitzer, el cuarto poder de la prensa en la guerra de Cuba


Hay quien dice que con su pluma hizo mas daño a España que la misma guerra. Y sí, no cabe duda que la insurgencia Cubana del siglo XIX le debe a Joseph Pulitzer, una gran cuota de esa libertad que consiguieron, gracias a su gran habilidad para mentir y fabricar aquellas increíbles "películas".

Tanto él, como William Randolph Hearst, el dueño del New York Journal, publicaron artículos de naturaleza sensacionalista sobre el conflicto mientras sus corresponsales se inventaban historias de dudosa procedencia, y que a la postre resultaron decisivas en el estado de opinión en Estados Unidos. Junto a Hearst, que llevó la voz cantante en este sentido, Pulitzer jugó un papel preponderante en el peso de la propaganda bélica que buscaba legitimar la intervención estadounidense, a cuenta de que los españoles no actuaban conforme a los principios cristianos.

Desatando una hábil campaña manipuladora hecha a base de mentiras, medias verdades y exaltaciones patrióticas, ambos magnates lograron convencer a la opinión pública de su país de que, lejos de actuar como una potencia agresora, lo hacían como protectora y solidaria con las "pobres víctimas cubanas". Y sí, aunque siempre la hemos defendido, en un final nos dio la libertad, no es menos cierto que sus intenciones no eran solo esas.  



Célebre como ninguna fue aquella que orquestaron a nombre de Clemencia Arango, la hermana del coronel mambí Raul Arango, una joven de 17 años que se dedicaba a llevar y traer información valiosa para el ejercito libertador. Clemencia - como era de esperar - un día de 1897 fue detenida por las autoridades Españolas, y este suceso dio pie a una de las campañas más demoledoras después de lo del USS Maine.

Para empezar, acusaron a las autoridades policiales de trato vejatorio para con la joven, digamos que había sido víctima de indecentes manoseos durante el registro policial. El titular «¿Protege nuestra bandera a las mujeres?» se acompañó de un dibujo donde se veía a una Clemencia desnuda y rodeada de inescrupulosos policías. Al final resultó que la propia Clemencia lo negó todo, e incluso aseguró que la policía había designado a una señora para que efectuara el registro de su cuerpo en un cuarto solitario. 

Todo se originó a raíz de una carta escrita por el embajador español en Washington, Enrique Dupuy de Lome, y que fuera interceptada haciéndose público su contenido. En el texto describía al presidente McKinley como “hombre débil, populachero” y “politicastro”. Fue tal el insulto, que el entonces subsecretario de Marina, Theodore Roosevelt, terminó exigiendo una declaración de guerra. Aquellos periódicos crearon con muchísimo éxito una visión negativa sobre España, que tenía su génesis en la propaganda holandesa, francesa e inglesa vertida durante el periodo imperial.

Ilustración
Aquí un fragmento de uno de aquellos artículos:

"Nada quedaba más que los españoles; es decir, indolencia, orgullo, crueldad y superstición infinita. Así España destruyó toda la libertad de pensamiento a través de la inquisición, y durante muchos años el cielo estuvo lívido con las llamas del auto de fe; España estaba ocupada llevando leña a los pies de la filosofía, ocupada quemando a gente por pensar, por investigar, por expresar opiniones honestas".

La guerra hispano-estadounidense no fue sino la culminación de una dinámica que venía fraguándose de mucho tiempo atrás. Desde mediados de aquella centuria, Estados Unidos ansiaba hacerse con Cuba por varios motivos. Uno era la dura competencia que le suponía la producción azucarera de la isla; y el otro la necesidad de subrayar la Doctrina Monroe que desde el año 1823 se oponía a la presencia europea en América. De hecho le llegaron a ofrecer a España 125 millones por la isla, y esta se opuso, principalmente la "sacarocracia oligárquica española". 

Solo un dato más, que demuestra el real poder de esta prensa norteamericana. Cuando Valeriano Weyler consiguió controlar las provincias occidentales, el dibujante Frederic Remington fue enviado por Hearst a la isla para que ilustrara los desmanes españoles durante la reconcentración civil. A los pocos días este corresponsal envió un telegrama a su jefe solicitando el regreso, aduciendo que todo estaba tranquilo y que no habría guerra. Entonces el magnate le contestó con otro célebre telegrama...  “Quédese, que yo le proporcionaré la guerra”.

Quien fue Pulitzer

Hábil en los negocios, Pulitzer llegó de Hungría sin un centavo en el bolsillo y sin saber "ni papa" de inglés. Entonces se alista en el ejercito nordista durante la guerra de secesión, hasta que accede a una oferta como articulista en idioma Alemán en el periódico Westiche Post. Fue tan bueno, que lo contrataron como "periodista". Unos años después consiguió comprar ese diario por la suma de 3.000 dólares.

Por una serie de cuatro fotografías del camarógrafo Andrew López, en las que se muestran el fusilamiento castrista de un cabo del ejército del destituido Fulgencio Batista, este fotorreportero mereció el premio Pulitzer en 1959.

Mas tarde, en 1878, se convierte también en dueño de su competidor, el St. Louis Dispatch, un diario en ruinas que adquirió mediante subasta pública. En 1883, con 36 años, gracias a su talento y a su desmesurada ambición, se hizo con el New York World que por entonces también se encontraba al borde de la quiebra. Hizo un milagro: en pocos años consiguió que de vender 12.000 ejemplares, pasara a distribuir más de 300.000.

Llegó a tener tanto dinero que se compró el French's Hotel, el hotel situado en el número 99 de Park Row en Nueva York, el mismo donde años antes le habían negado la entrada por no disponer de los 50 centavos diarios que costaba una habitación. Lo hizo demoler, y en su lugar levantó el Pulitzer Building, un rascacielos de 20 plantas y 94 metros de altura que abrió sus puertas en 1890, y que se convirtió en la sede del rotativo World. El edificio ya no existe, pues en 1955 fue demolido para crear un acceso al Puente de Brooklyn.

EL RUDIMENTARIO PERIODISMO A MAQUINA DE ESCRIBIR LE PASÓ FACTURA

Pullitzer trabajaba como una máquina día y noche. Pero convertir al World en uno de los periódicos más importantes de EEUU le pasó una abultada factura. Después de cinco años de vida frenética a pleno rendimiento, se encontraba al borde del colapso nervioso. Empezó a fallarle la vista y los médicos le ordenaron llevar una vida tranquila. Murió a bordo del yate Liberty en la bahía de Charleston, Carolina del Sur, donde se había refugiado a descansar debido a su frágil salud y casi ciego. 

El 29 de octubre de 1911 respiró por ultima vez. Para entonces tenía 64 años, y como parte de su gran fortuna dejó dos millones de dólares a la Universidad de Columbia para que abriera la Escuela de Estudios Avanzados de Periodismo. En su testamento, también dispuso la creación de un premio de periodismo que llevara su nombre, y que debía ser gestionado por la Universidad de Columbia. Cinco años después de su fallecimiento, en 1917, se entregó por primera vez. 

Maldita Hemeroteca
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